Había mandado varios mensajes a Fabio, esperando a poder hablar
con él, pero no la había contestado.
El cielo ya estaba oscuro, alumbrado por la luna creciente de
julio y Vanessa estaba tumbada en su cama, acariciando el colgante de su
hermano en su cuello. Era imposible no pensar en él en aquel instante. En él y
en sus padres, por lo que varias lágrimas se le escapaban de sus ojos sin
querer. Se las limpió, pero al instante, más de ellas, infieles, ocupaban su
lugar.
De repente, sonó su móvil, con la melodía de Sweet Sacrifice de
Evanescence como tono. Rápidamente se incorporó y contestó sin mirar quién
llamaba.
-¿Fabio?-casi gritó.-
-Soy yo, Vane.-dijo la voz de su amigo.- Vi todos tus mensajes…
Siento no haber contestado, tenía que despejar mi mente. ¿Qué ocurre que me
reclama con tanta urgencia?
-Nos vamos, Fabio. A Barcelona. Ellos han nombrado algo de un
Maestro que me explicará mi misión o algo así. No creo que les guste que
vengas, pero yo te quiero a mi lado… Puede que suene egoísta, pero te necesito
conmigo.
-Vane…-no sabía qué decir, sólo sabía que su amiga lo necesitaba.-
Sí. Iré contigo… Ya casi tengo la mayoría de edad, le diré a mi madre que iré a
Barcelona de vacaciones.
-Vale. Salimos mañana por el medio día, Fabio.
-Ok. Un beso.
-Un beso.
Colgó el teléfono con un nudo en la garganta y se volvió al
escuchar unos toques en su puerta y esta abrirse. ¿No había cerrado con
pestillo?
En el umbral de la puerta, la chica más baja, Lea, la estaba
mirando con ojos amigables.
-¿Puedo pasar?
Vanessa asintió y ella entró a la habitación, cerrando tras de sí.
-¿Qué tal, Vanessa?
-Algo confundida aún.-hizo una mueca, pero aún así sonrió ante
aquella muchacha tan agradable.- ¿Y tú?
-¡Muy bien!-dio un pequeño saltito y se sentó delicadamente en la
cama, junto a la chica de los ojos verdes.- Oye…-miró su camisón, elevando una
ceja.- ¿Saliste a la calle con Mateo… en camisón?
-¿Qué?-casi gritó y dirigió la mirada a su cuerpo, sonrojándose
con violencia al ver el camisón azul celeste sobre su piel.- Mierda…
Leandra se rió. Su voz era suave e hizo que Vanessa volviera a
alzar la mirada y sonreír, también con diversión.
-No te preocupes, no creo que nadie se haya fijado.
-Bueno, tu amigo no me ha dicho nada de él…
-No es de los chicos que se fijan en los defectos, la verdad.
Se sonrieron.
-¿El colgante es nuevo, Van? ¿Puedo llamarte Van?
-No…-llevó la mano a su cuello, acariciando el pentagrama de
plata.- Era de mi hermano… Claro, llámame como quieras.
Lea asintió y escucharon voces llamándolas. Se levantaron y se
dirigieron a la cocina, de donde provenía el sonido. Era Boris, el chico de los
ojos grises, que las llamaba.
La cocina estaba impregnada a un olor exquisito, que hacía que la
boca se deshiciera en saliva.
Vanessa se humedeció los labios con la lengua y se acercó a aquel
muchacho, el cual estaba frente a vitrocerámica, con una sartén cogida por el
mango, donde se estaban friendo unos filetes de lomo. Ella lo miró con la boca
abierta y, por primera vez, él sonrió.
-¿Lo has hecho tú?
-Ajá. Yo soy Boris.
-Ya lo sé.
-Por si se te había olvidado.-se giró y comenzó a gritar.-
¡Vosotros, vagos! ¡Poned la mesa, que vamos a cenar!
Parpadeó repetidas veces, con rapidez ante la potencia de la voz
de un chico con apariencia tranquila.
-Esperad, os ayudo.-fue hasta donde estaba el mantel y lo llevó al
salón. Entre las cinco personas, terminaron de poner la mesa completa en un
mínimo de tiempo mientras el cocinero terminaba su tarea.
Se sentaron alrededor de la mesa y observaron lo que trajo Boris.
De primero, spaguettis al burro, como dijo él.
-¿Al burro? ¿Porque no fueron a la escuela o qué?-preguntó Mateo.-
-Dios mío…-gimió el chef.- Burro viene de butter, que es
mantequilla. Creo que es por eso… Bueno, de todos modos, son spaguettis con
mantequilla, Mateo.
-¿Puedo tener tomate frito?-pidió Lea con un puchero.-
-¿Vas a arruinar el sabor de la mantequilla con el tomate?-bramó
de nuevo.-
-No creo que le pase nada por tener un poco de tomate frito,
Boris.-calmó el glaciese, engullendo ya su comida.-
-Iré yo por él.
Vanessa se levantó y volvió a la cocina para ir a buscar lo que
quería Leandra y cuando lo tuvo en sus manos, volvió a la mesa. Se quedaron
hablando durante toda la cena de sus vidas.
La Ignita descubrió que Óscar era hijo de padres separados y que
más de una vez, una chica estuvo acosándolo, yendo a buscarle todos los días
más de seis veces.
De Boris, que le encantaba cocinar y había estudiado en una
institución, pero lo suyo era la geografía.
Todos sabían ya que Mateo tocaba la guitarra española, pero lo que
nadie sospechaba es que había recibido clases de artes marciales, consiguiendo
el cinturón negro en Taewkondo y era bueno con la katana.
Los padres de Leandran adoptaban cualquier cosa. Ya fuera un
pequeño gatito indefenso, o una amiga de su hija con problemas familiares.
Vanessa entendió ahora el porqué de la forma de ser de la chica. Tan dulce y
amable. Era por la educación que le habían dado sus padres.
Y Carina… Ella apenas quiso hablar. Tan sólo dijo que hacía como
un año que sus abuelos aparecieron y le enseñaron a controlar un poco su
elemento.
Por supuesto, ella también abrió las puertas de sus recuerdos. No
le quedaba otra, ya que iban a ser sus compañeros hasta Dios sabe cuándo…
De lo primero que habló fue de su hermano Derek. De cómo se
querían a pesar de las peleas. Y de sus padres… No dolía como antes, pero, por
supuesto, era doloroso pensar que ayer mismo estaban vivos.
Al terminar de cenar, limpiaron todo y entre Carina y Boris
fregaron los platos mientras los demás se preparaban para el viaje del día
siguiente. Ella ya había hecho su equipaje. Iban a Barcelona y era verano, por
lo que seguramente irían a la playa, por lo que llevaba ropa ligera y fresca, y
también algunos bikinis y un pareo.
Decidió que era momento de meterse en la cama, mañana sería un día
largo y lleno de emociones nuevas.
***
La Universidad de Salamanca se abrió paso ante sus ojos y recordó
la frase por la que aquella ciudad se hizo popular: “Quod natura non dat,
Salamantca non præstat” que significa «Lo que la
naturaleza no da, Salamanca no presta».
Se dio la vuelta y vio tan solo una pared, de
ladrillo como en Argentina, en la que había tan sólo dibujado un pentagrama.
Volvió la vista al frente y recordó a Sedrinda, que aún tenía en su mano.
<<Será mejor que la oculte. No quiero que los de la guardia civil me
detengan por posesión de armas…>> pensó y pasó la funda por la pierna de
su pantalón, dejando el cinto como un cinturón normal y corriente, y trató de
disimular el mango de la espada, quitándose el abrigo y tomándolo en la mano.
Era extraña la diferencia de temperatura en
Argentina y en España. Mientras en Latinoamérica era invierno, en el país
europeo era verano, y hacía bastante calor.
A su espalda había una mochila negra, como la que
llevaba en sus días de estudiante. Dentro tenía la ropa que usaría durante el
tiempo que estuviera en España.
Escrutó con la mirada la calle, asegurándose de
que no había ningún policía cerca, porque la espada no estaba bien camuflada,
pero de pronto recordó su infancia…
Una niña de nueve años, corriendo y saltando por
las calles, acompañada de su mejor amigo. Y luego a esa niña, mirándolo con los
ojos llorosos pero con la determinación en sus ojos…
“¿Por qué? ¿Por qué no te gusto, Arturo? ¿Tan fea
soy?”
“No eres fea. Eres horrible. No te acerques a
mi.”
Ese día, la chica no volvió a aparecer por clase.
Supuestamente, se había puesto enferma y su madre había ido a buscarla.
No dejó que los recuerdos lo atormentaran, pero
la imagen del hermano de la chica golpeándolo lo atravesó como una aguja.
Movió rápidamente la cabeza para sacar aquellos
pensamientos de su mente. <<¡Basta!>> gritó a su subconsciente. Y
aquel pequeño amigo-enemigo elevó una ceja, de forma sarcástica mientras
golpeaba el suelo imaginario con un pie, como diciéndole “Fue tu culpa”.
Bufó y comenzó a caminar por las calles, sin
rumbo alguno. Entonces recibió un mensaje a su móvil. Enarcó una ceja y lo
miró. En él había una dirección. Una casa…
<<Veo que los espías de mi padre están en
todo…>> Miró el cielo oscurecido, y la luna estaba de perfil mientras le
sonreía. <<Los tendré mañana…>>
Se acercó a un hotel que había cerca y pidió una
habitación. La mirada que le lanzó el recepcionista fue devuelta con una
inmensamente furiosa y, simplemente, le dieron la llave de la 324.
Las paredes eran blancas, pero estaban adornadas
con yeso que sobre salía de ellas, en tonos dorados. Subió por el amplio
ascensor hasta la segunda planta, donde estaba su cuarto. El pasillo estaba
adornado igual que el anterior, excepto por las puertas a cada lado, teniendo
la más cercana, a la izquierda, con el número 300 sobre ella, y a la derecha,
la puerta tenía el 400. Pasó veintitrés puertas hasta llegar a la suya. Era
madera oscura, de roble, con la cerradura con tonos ocres y dorados viejos.
Introdujo el pequeño metal plateado que le habían dado en la recepción y le dio
la vuelta en su interior. Se abrió con un ‘clic’ y Arturo entró con paso firme.
Un olor a antiséptico lo golpeó como una
bofetada. Estaba claro que el último inquilino se había ido muy recientemente…
No era un hotel de cinco estrellas, por supuesto.
Debía ahorrar para más adelante por si su misión fallaba. Pero se podía notar
en esa habitación pequeña su situación.
Al contrario del pasillo, aquel cuarto tenía las
paredes beige y las cortinas y la moqueta, grises. En el centro, una mesa de
madera con un sillón oscuro delante y la luz era casi naranja. En una pared
había una tele bastante antigua, y un microondas a su lado. Dos puertas
llevaban a un baño y un dormitorio, donde una cama individual invadía todo el
espacio, junto a una mesilla de noche con una lámpara.
El chico bufó y se quitó la mochila y poco a
poco, se desvistió hasta quedar en boxers negros, que dejaban cubiertas sus
nalgas y se quedaban tan solo unos milímetros bajo ellas hasta acabar. Dejó las
gafas en la mesilla, lo que aumentó su ya de por sí atractivo enormemente.
Tenía los abdominales marcados y los pectorales duros y planos, con los brazos
desarrollados y fuertes.
La espada quedó apoyada a los pies de la cama y
el muchacho se tumbó sobre ella, cerrando sus marrones ojos hasta quedar
dormido.
***
Dormía abrazada a su almohada cuando sintió algo
a su lado que hacía hundirse la cama. Vanessa llevaba como hora y media allí,
pero no conciliaba el sueño. Se dio la vuelta para ver un destello dorado…
-Ma… ¿Mateo?
-¿Sí? ¿Te he despertado?-su voz sonaba
preocupado.-
Ella sintió una mano en su cintura que la atrajo
al pecho del chico. Iba sin camiseta, pues pudo sentir la calidez de su piel.
-No… ¿Qué haces aquí?
No podía verlo, pero sus labios buscaron a
tientas los de ella y los rozó suavemente.
-Quiero dormir contigo…
Ella suspiró con pesadez. No había dormido con
nadie desde que su hermano había muerto. No se lo había dicho a nadie más que a
Derek su miedo a la oscuridad. Cada noche era un día más donde debía enfrentar
su miedo.
-Vale…
Se tomaron de la mano y él se tumbó boca arriba,
lo que dejó que ella pudiera apoyar la cabeza en su hombro. Sus dedos estaban
entrelazados con los de Mateo, sobre el pecho de él mientras se lo acariciaba
con dulzura.
-Oye…-empezó él, indeciso.- Has… ¿Has dormido
alguna vez con un chico?
-Con mi hermano, y algunas veces con Fabio.
-No me refiero a “dormir” precisamente…
Vanessa alzó la mirada y fijó sus ojos en los
suyos, y supo que hablaba completamente en serio.
-Bueno… No, no he estado con ningún chico…
Pareció expulsar el aire que no se había dado
cuenta que contenía y sintió cómo su brazo rodeaba sus hombros y la acercaba
más a su cuerpo, depositando un beso en su frente.
-¿Y tú, Mat?
Sus ojos marrones la escrutaron con la mirada,
como tratando de ver a través de la piel, músculos y huesos, sus pensamientos.
-No de esa forma. Por supuesto que he tenido
algunas novias, pero no había confianza para algo tan…
-¿Importante?-lo ayudó ella.-
-Sí.-se puso de costado y pasó los dedos por su
mejilla.- Eso mismo.
***
Boris bufó, tratando de acomodarse en el sillón del
salón de Vanessa. Óscar lo miró con ojos oscuros y cogió una de sus almohadas y
se la tiró.
-Deja de moverte, ¿quieres?
-Esto es muy incómodo…-le volvió a tirar la almohada,
y le dio en todo el rostro.-
-Claro, y yo estoy en una cama doble en un hotel
de lujo en las Bahamas, ¿no te fastidia?
-¿Puedes dejar la ironía?
-¿Puedes dejar de contestar con preguntas?-Óscar
elevó una ceja, mirándolo con diversión.-
Boris rodó los ojos y dio un puñetazo a la
almohada, tratando de acomodarse todo lo que pudiera en ese maldito sillón del
demonio, mientras maldecía en voz baja.
-¿Y porqué Mateo y Lea tienen que estar en un
cuarto?
-¿Quieres callarte ya, pesado?-interrumpió, casi
gritando Carina, que estaba en el último, que era más pequeño.- No te pongas
así, tú no tienes que encoger las piernas y que aún así te cuelgue casi hasta
las rodillas.
-Vale, vale…-contestó el chico de los ojos grises,
recostándose de nuevo, de lado mientras cerraba los ojos.-
Óscar lo miró con satisfacción mientras él
también se acostaba y trataba de dormir. Boris tenía razón, aquellos asientos
no estaban hechos para dormir durante toda una noche… Suspiró y decidió no
decir nada y, poco a poco, sus ojos se fueron cerrando, su respiración
relajando y su conciencia del mundo real se evaporó como el agua en un vaso en
el caluroso verano que estaban viviendo allí, en España.
Las llamas cubrían todo
lo que conocía. Cada tramo de tierra, sobre el agua, el fuego tenía poder y
poco a poco, los mares fueron desapareciendo, dejando cualquier rastro de ser
vivo marino destruido. Los árboles ardían y caían, carbonizados, y los animales trataban de huir, en vano, de
las lenguas de fuego.
Óscar miró hacia abajo y
pudo ver cuerpos. Los cuerpos de sus compañeros Paterios. Estaban todos… Boris,
Mateo, Carina, Leandra, Vanessa… Incluso el suyo. Se horrorizó ante aquella
imagen tan espantosa ante sus ojos.
Entonces oyó una voz
hablar… La pudo reconocer de todos aquellos años que la había estado escuchando
hablar de la increíble magia del hielo y sus usos.
-Debes protegerlos…
Conoces el pago de la muerte de cualquiera de vosotros antes del cumplimiento
de la misión. El Dragón debe recibir lo que le corresponde, Óscar. Ocúpate de
que no les pase nada si no quieres ver el mundo romperse en infinitos pedazos.
Comenzó a ver todo como
un desierto… Un desierto con la arena negra que empezó a hundirse como se dobla
un papel al mojarlo en agua hasta que no es nada. El suelo se abría a sus pies
como un abismo donde no se veía el final. Una ráfaga de aire le azotó el
rostro, llenando su rostro de pequeñas heridas que sangraban por la arena que
lo había cortado y algo lo golpeó por la parte de atrás de las rodillas,
haciéndolo caer de rodillas al suelo. Oía aleteos y alzó la vista, quedando un
segundo ciego por la intensidad de la luz para después ver con nitidez los
cuervos que sobrevolaban el desastre… El Fin del Mundo.
***
Veía a Vanessa dormir. Sus ojos estaban cerrados
y su respiración era profunda y pausada. Mateo pasaba los dedos por su mejilla
de forma dulce, acariciando su piel con infinita ternura, con una sonrisa en
los labios. Su móvil sonó con fuerza y él lo cogió tan rápido como le fue
posible para que la chica no se despertara.
-¿Aló?
-¿Mateo?-al otro lado se oía la voz de un hombre
-¿Ab…? ¿Maestro?
-Oh, gracias a Sirey que me has contestado… ¿Lo
habéis encontrado?
-Sí, Maestro. Es una chica.
-Escúchame, Mateo. Han mandado a alguien por
vosotros. ¿Dónde estáis?
-En casa de la Ignita.
-Tenéis que salir de allí cuanto antes.-su voz
sonaba alarmada, preocupada y asustada.- No sé cuántos son, ni tampoco qué
armas usarían, pero por Sirey, ninguno tiene la formación suficiente para
protegerse.
-Vamos mañana a ver al Maestro Glaciese.
-Muy bien. Por favor. Tened mucho cuidado.
Avisaré a mi compañero para que os reciba como es debido, niño.
-Muy bien, Maestro.
Colgó el móvil y se lo quedó mirando, para luego
dirigir la vista a la chica tumbada en la cama que aún dormía y se dio cuenta
de que ella también era objetivo de esas personas que los perseguían desde
hacía ya un tiempo. Esto no podía callárselo, podría perjudicar al grupo…
Depositó un suave beso sobre los labios de
Vanessa y se levantó, dirigiéndose al salón. Vio al grupo entero, excepto a
Lea, que estaba en otra habitación, dormidos, temblando bajo los sueños con la
pesadilla de cada uno… Era extraño que no tuvieran sueños terroríficos
similares la misma noche. Se acercó primero a Boris, que era el que estaba más
cerca y lo movió por los hombros hasta que se despertó. Y así hizo con sus
otros dos compañeros.
-Vienen por nosotros.