miércoles, 8 de enero de 2014

El Beso de lo Oscuro: Capítulo 4



Había mandado varios mensajes a Fabio, esperando a poder hablar con él, pero no la había contestado.
El cielo ya estaba oscuro, alumbrado por la luna creciente de julio y Vanessa estaba tumbada en su cama, acariciando el colgante de su hermano en su cuello. Era imposible no pensar en él en aquel instante. En él y en sus padres, por lo que varias lágrimas se le escapaban de sus ojos sin querer. Se las limpió, pero al instante, más de ellas, infieles, ocupaban su lugar.
De repente, sonó su móvil, con la melodía de Sweet Sacrifice de Evanescence como tono. Rápidamente se incorporó y contestó sin mirar quién llamaba.
-¿Fabio?-casi gritó.-
-Soy yo, Vane.-dijo la voz de su amigo.- Vi todos tus mensajes… Siento no haber contestado, tenía que despejar mi mente. ¿Qué ocurre que me reclama con tanta urgencia?
-Nos vamos, Fabio. A Barcelona. Ellos han nombrado algo de un Maestro que me explicará mi misión o algo así. No creo que les guste que vengas, pero yo te quiero a mi lado… Puede que suene egoísta, pero te necesito conmigo.
-Vane…-no sabía qué decir, sólo sabía que su amiga lo necesitaba.- Sí. Iré contigo… Ya casi tengo la mayoría de edad, le diré a mi madre que iré a Barcelona de vacaciones.
-Vale. Salimos mañana por el medio día, Fabio.
-Ok. Un beso.
-Un beso.
Colgó el teléfono con un nudo en la garganta y se volvió al escuchar unos toques en su puerta y esta abrirse. ¿No había cerrado con pestillo?
En el umbral de la puerta, la chica más baja, Lea, la estaba mirando con ojos amigables.
-¿Puedo pasar?
Vanessa asintió y ella entró a la habitación, cerrando tras de sí.
-¿Qué tal, Vanessa?
-Algo confundida aún.-hizo una mueca, pero aún así sonrió ante aquella muchacha tan agradable.- ¿Y tú?
-¡Muy bien!-dio un pequeño saltito y se sentó delicadamente en la cama, junto a la chica de los ojos verdes.- Oye…-miró su camisón, elevando una ceja.- ¿Saliste a la calle con Mateo… en camisón?
-¿Qué?-casi gritó y dirigió la mirada a su cuerpo, sonrojándose con violencia al ver el camisón azul celeste sobre su piel.- Mierda…
Leandra se rió. Su voz era suave e hizo que Vanessa volviera a alzar la mirada y sonreír, también con diversión.
-No te preocupes, no creo que nadie se haya fijado.
-Bueno, tu amigo no me ha dicho nada de él…
-No es de los chicos que se fijan en los defectos, la verdad.
Se sonrieron.
-¿El colgante es nuevo, Van? ¿Puedo llamarte Van?
-No…-llevó la mano a su cuello, acariciando el pentagrama de plata.- Era de mi hermano… Claro, llámame como quieras.
Lea asintió y escucharon voces llamándolas. Se levantaron y se dirigieron a la cocina, de donde provenía el sonido. Era Boris, el chico de los ojos grises, que las llamaba.
La cocina estaba impregnada a un olor exquisito, que hacía que la boca se deshiciera en saliva.
Vanessa se humedeció los labios con la lengua y se acercó a aquel muchacho, el cual estaba frente a vitrocerámica, con una sartén cogida por el mango, donde se estaban friendo unos filetes de lomo. Ella lo miró con la boca abierta y, por primera vez, él sonrió.
-¿Lo has hecho tú?
-Ajá. Yo soy Boris.
-Ya lo sé.
-Por si se te había olvidado.-se giró y comenzó a gritar.- ¡Vosotros, vagos! ¡Poned la mesa, que vamos a cenar!
Parpadeó repetidas veces, con rapidez ante la potencia de la voz de un chico con apariencia tranquila.
-Esperad, os ayudo.-fue hasta donde estaba el mantel y lo llevó al salón. Entre las cinco personas, terminaron de poner la mesa completa en un mínimo de tiempo mientras el cocinero terminaba su tarea.
Se sentaron alrededor de la mesa y observaron lo que trajo Boris.
De primero, spaguettis al burro, como dijo él.
-¿Al burro? ¿Porque no fueron a la escuela o qué?-preguntó Mateo.-
-Dios mío…-gimió el chef.- Burro viene de butter, que es mantequilla. Creo que es por eso… Bueno, de todos modos, son spaguettis con mantequilla, Mateo.
-¿Puedo tener tomate frito?-pidió Lea con un puchero.-
-¿Vas a arruinar el sabor de la mantequilla con el tomate?-bramó de nuevo.-
-No creo que le pase nada por tener un poco de tomate frito, Boris.-calmó el glaciese, engullendo ya su comida.-
-Iré yo por él.
Vanessa se levantó y volvió a la cocina para ir a buscar lo que quería Leandra y cuando lo tuvo en sus manos, volvió a la mesa. Se quedaron hablando durante toda la cena de sus vidas.
La Ignita descubrió que Óscar era hijo de padres separados y que más de una vez, una chica estuvo acosándolo, yendo a buscarle todos los días más de seis veces.
De Boris, que le encantaba cocinar y había estudiado en una institución, pero lo suyo era la geografía.
Todos sabían ya que Mateo tocaba la guitarra española, pero lo que nadie sospechaba es que había recibido clases de artes marciales, consiguiendo el cinturón negro en Taewkondo y era bueno con la katana.
Los padres de Leandran adoptaban cualquier cosa. Ya fuera un pequeño gatito indefenso, o una amiga de su hija con problemas familiares. Vanessa entendió ahora el porqué de la forma de ser de la chica. Tan dulce y amable. Era por la educación que le habían dado sus padres.
Y Carina… Ella apenas quiso hablar. Tan sólo dijo que hacía como un año que sus abuelos aparecieron y le enseñaron a controlar un poco su elemento.
Por supuesto, ella también abrió las puertas de sus recuerdos. No le quedaba otra, ya que iban a ser sus compañeros hasta Dios sabe cuándo…
De lo primero que habló fue de su hermano Derek. De cómo se querían a pesar de las peleas. Y de sus padres… No dolía como antes, pero, por supuesto, era doloroso pensar que ayer mismo estaban vivos.
Al terminar de cenar, limpiaron todo y entre Carina y Boris fregaron los platos mientras los demás se preparaban para el viaje del día siguiente. Ella ya había hecho su equipaje. Iban a Barcelona y era verano, por lo que seguramente irían a la playa, por lo que llevaba ropa ligera y fresca, y también algunos bikinis y un pareo.
Decidió que era momento de meterse en la cama, mañana sería un día largo y lleno de emociones nuevas.

***

La Universidad de Salamanca se abrió paso ante sus ojos y recordó la frase por la que aquella ciudad se hizo popular: “Quod natura non dat, Salamantca non præstat” que significa «Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta».
Se dio la vuelta y vio tan solo una pared, de ladrillo como en Argentina, en la que había tan sólo dibujado un pentagrama. Volvió la vista al frente y recordó a Sedrinda, que aún tenía en su mano. <<Será mejor que la oculte. No quiero que los de la guardia civil me detengan por posesión de armas…>> pensó y pasó la funda por la pierna de su pantalón, dejando el cinto como un cinturón normal y corriente, y trató de disimular el mango de la espada, quitándose el abrigo y tomándolo en la mano.
Era extraña la diferencia de temperatura en Argentina y en España. Mientras en Latinoamérica era invierno, en el país europeo era verano, y hacía bastante calor.
A su espalda había una mochila negra, como la que llevaba en sus días de estudiante. Dentro tenía la ropa que usaría durante el tiempo que estuviera en España.
Escrutó con la mirada la calle, asegurándose de que no había ningún policía cerca, porque la espada no estaba bien camuflada, pero de pronto recordó su infancia…
Una niña de nueve años, corriendo y saltando por las calles, acompañada de su mejor amigo. Y luego a esa niña, mirándolo con los ojos llorosos pero con la determinación en sus ojos…
“¿Por qué? ¿Por qué no te gusto, Arturo? ¿Tan fea soy?”
“No eres fea. Eres horrible. No te acerques a mi.”
Ese día, la chica no volvió a aparecer por clase. Supuestamente, se había puesto enferma y su madre había ido a buscarla.
No dejó que los recuerdos lo atormentaran, pero la imagen del hermano de la chica golpeándolo lo atravesó como una aguja.
Movió rápidamente la cabeza para sacar aquellos pensamientos de su mente. <<¡Basta!>> gritó a su subconsciente. Y aquel pequeño amigo-enemigo elevó una ceja, de forma sarcástica mientras golpeaba el suelo imaginario con un pie, como diciéndole “Fue tu culpa”.
Bufó y comenzó a caminar por las calles, sin rumbo alguno. Entonces recibió un mensaje a su móvil. Enarcó una ceja y lo miró. En él había una dirección. Una casa…
<<Veo que los espías de mi padre están en todo…>> Miró el cielo oscurecido, y la luna estaba de perfil mientras le sonreía. <<Los tendré mañana…>>
Se acercó a un hotel que había cerca y pidió una habitación. La mirada que le lanzó el recepcionista fue devuelta con una inmensamente furiosa y, simplemente, le dieron la llave de la 324.
Las paredes eran blancas, pero estaban adornadas con yeso que sobre salía de ellas, en tonos dorados. Subió por el amplio ascensor hasta la segunda planta, donde estaba su cuarto. El pasillo estaba adornado igual que el anterior, excepto por las puertas a cada lado, teniendo la más cercana, a la izquierda, con el número 300 sobre ella, y a la derecha, la puerta tenía el 400. Pasó veintitrés puertas hasta llegar a la suya. Era madera oscura, de roble, con la cerradura con tonos ocres y dorados viejos. Introdujo el pequeño metal plateado que le habían dado en la recepción y le dio la vuelta en su interior. Se abrió con un ‘clic’ y Arturo entró con paso firme.
Un olor a antiséptico lo golpeó como una bofetada. Estaba claro que el último inquilino se había ido muy recientemente…
No era un hotel de cinco estrellas, por supuesto. Debía ahorrar para más adelante por si su misión fallaba. Pero se podía notar en esa habitación pequeña su situación.
Al contrario del pasillo, aquel cuarto tenía las paredes beige y las cortinas y la moqueta, grises. En el centro, una mesa de madera con un sillón oscuro delante y la luz era casi naranja. En una pared había una tele bastante antigua, y un microondas a su lado. Dos puertas llevaban a un baño y un dormitorio, donde una cama individual invadía todo el espacio, junto a una mesilla de noche con una lámpara.
El chico bufó y se quitó la mochila y poco a poco, se desvistió hasta quedar en boxers negros, que dejaban cubiertas sus nalgas y se quedaban tan solo unos milímetros bajo ellas hasta acabar. Dejó las gafas en la mesilla, lo que aumentó su ya de por sí atractivo enormemente. Tenía los abdominales marcados y los pectorales duros y planos, con los brazos desarrollados y fuertes.
La espada quedó apoyada a los pies de la cama y el muchacho se tumbó sobre ella, cerrando sus marrones ojos hasta quedar dormido.

***

Dormía abrazada a su almohada cuando sintió algo a su lado que hacía hundirse la cama. Vanessa llevaba como hora y media allí, pero no conciliaba el sueño. Se dio la vuelta para ver un destello dorado…
-Ma… ¿Mateo?
-¿Sí? ¿Te he despertado?-su voz sonaba preocupado.-
Ella sintió una mano en su cintura que la atrajo al pecho del chico. Iba sin camiseta, pues pudo sentir la calidez de su piel.
-No… ¿Qué haces aquí?
No podía verlo, pero sus labios buscaron a tientas los de ella y los rozó suavemente.
-Quiero dormir contigo…
Ella suspiró con pesadez. No había dormido con nadie desde que su hermano había muerto. No se lo había dicho a nadie más que a Derek su miedo a la oscuridad. Cada noche era un día más donde debía enfrentar su miedo.
-Vale…
Se tomaron de la mano y él se tumbó boca arriba, lo que dejó que ella pudiera apoyar la cabeza en su hombro. Sus dedos estaban entrelazados con los de Mateo, sobre el pecho de él mientras se lo acariciaba con dulzura.
-Oye…-empezó él, indeciso.- Has… ¿Has dormido alguna vez con un chico?
-Con mi hermano, y algunas veces con Fabio.
-No me refiero a “dormir” precisamente…
Vanessa alzó la mirada y fijó sus ojos en los suyos, y supo que hablaba completamente en serio.
-Bueno… No, no he estado con ningún chico…
Pareció expulsar el aire que no se había dado cuenta que contenía y sintió cómo su brazo rodeaba sus hombros y la acercaba más a su cuerpo, depositando un beso en su frente.
-¿Y tú, Mat?
Sus ojos marrones la escrutaron con la mirada, como tratando de ver a través de la piel, músculos y huesos, sus pensamientos.
-No de esa forma. Por supuesto que he tenido algunas novias, pero no había confianza para algo tan…
-¿Importante?-lo ayudó ella.-
-Sí.-se puso de costado y pasó los dedos por su mejilla.- Eso mismo.
***

Boris bufó, tratando de acomodarse en el sillón del salón de Vanessa. Óscar lo miró con ojos oscuros y cogió una de sus almohadas y se la tiró.
-Deja de moverte, ¿quieres?
-Esto es muy incómodo…-le volvió a tirar la almohada, y le dio en todo el rostro.-
-Claro, y yo estoy en una cama doble en un hotel de lujo en las Bahamas, ¿no te fastidia?
-¿Puedes dejar la ironía?
-¿Puedes dejar de contestar con preguntas?-Óscar elevó una ceja, mirándolo con diversión.-
Boris rodó los ojos y dio un puñetazo a la almohada, tratando de acomodarse todo lo que pudiera en ese maldito sillón del demonio, mientras maldecía en voz baja.
-¿Y porqué Mateo y Lea tienen que estar en un cuarto?
-¿Quieres callarte ya, pesado?-interrumpió, casi gritando Carina, que estaba en el último, que era más pequeño.- No te pongas así, tú no tienes que encoger las piernas y que aún así te cuelgue casi hasta las rodillas.
-Vale, vale…-contestó el chico de los ojos grises, recostándose de nuevo, de lado mientras cerraba los ojos.-
Óscar lo miró con satisfacción mientras él también se acostaba y trataba de dormir. Boris tenía razón, aquellos asientos no estaban hechos para dormir durante toda una noche… Suspiró y decidió no decir nada y, poco a poco, sus ojos se fueron cerrando, su respiración relajando y su conciencia del mundo real se evaporó como el agua en un vaso en el caluroso verano que estaban viviendo allí, en España.

Las llamas cubrían todo lo que conocía. Cada tramo de tierra, sobre el agua, el fuego tenía poder y poco a poco, los mares fueron desapareciendo, dejando cualquier rastro de ser vivo marino destruido. Los árboles ardían y caían, carbonizados,  y los animales trataban de huir, en vano, de las lenguas de fuego.
Óscar miró hacia abajo y pudo ver cuerpos. Los cuerpos de sus compañeros Paterios. Estaban todos… Boris, Mateo, Carina, Leandra, Vanessa… Incluso el suyo. Se horrorizó ante aquella imagen tan espantosa ante sus ojos.
Entonces oyó una voz hablar… La pudo reconocer de todos aquellos años que la había estado escuchando hablar de la increíble magia del hielo y sus usos.
-Debes protegerlos… Conoces el pago de la muerte de cualquiera de vosotros antes del cumplimiento de la misión. El Dragón debe recibir lo que le corresponde, Óscar. Ocúpate de que no les pase nada si no quieres ver el mundo romperse en infinitos pedazos.
Comenzó a ver todo como un desierto… Un desierto con la arena negra que empezó a hundirse como se dobla un papel al mojarlo en agua hasta que no es nada. El suelo se abría a sus pies como un abismo donde no se veía el final. Una ráfaga de aire le azotó el rostro, llenando su rostro de pequeñas heridas que sangraban por la arena que lo había cortado y algo lo golpeó por la parte de atrás de las rodillas, haciéndolo caer de rodillas al suelo. Oía aleteos y alzó la vista, quedando un segundo ciego por la intensidad de la luz para después ver con nitidez los cuervos que sobrevolaban el desastre… El Fin del Mundo.

***

Veía a Vanessa dormir. Sus ojos estaban cerrados y su respiración era profunda y pausada. Mateo pasaba los dedos por su mejilla de forma dulce, acariciando su piel con infinita ternura, con una sonrisa en los labios. Su móvil sonó con fuerza y él lo cogió tan rápido como le fue posible para que la chica no se despertara.
-¿Aló?
-¿Mateo?-al otro lado se oía la voz de un hombre
-¿Ab…? ¿Maestro?
-Oh, gracias a Sirey que me has contestado… ¿Lo habéis encontrado?
-Sí, Maestro. Es una chica.
-Escúchame, Mateo. Han mandado a alguien por vosotros. ¿Dónde estáis?
-En casa de la Ignita.
-Tenéis que salir de allí cuanto antes.-su voz sonaba alarmada, preocupada y asustada.- No sé cuántos son, ni tampoco qué armas usarían, pero por Sirey, ninguno tiene la formación suficiente para protegerse.
-Vamos mañana a ver al Maestro Glaciese.
-Muy bien. Por favor. Tened mucho cuidado. Avisaré a mi compañero para que os reciba como es debido, niño.
-Muy bien, Maestro.
Colgó el móvil y se lo quedó mirando, para luego dirigir la vista a la chica tumbada en la cama que aún dormía y se dio cuenta de que ella también era objetivo de esas personas que los perseguían desde hacía ya un tiempo. Esto no podía callárselo, podría perjudicar al grupo…
Depositó un suave beso sobre los labios de Vanessa y se levantó, dirigiéndose al salón. Vio al grupo entero, excepto a Lea, que estaba en otra habitación, dormidos, temblando bajo los sueños con la pesadilla de cada uno… Era extraño que no tuvieran sueños terroríficos similares la misma noche. Se acercó primero a Boris, que era el que estaba más cerca y lo movió por los hombros hasta que se despertó. Y así hizo con sus otros dos compañeros.

-Vienen por nosotros.