viernes, 5 de septiembre de 2014

El Beso de lo Oscuro. Capítulo 7



Los Paterios llegaron a Barcelona sobre las cinco y media de la tarde. La estación estaba abarrotada de gente, por lo que Vanessa se sentía ahogada. Desde pequeña, ella había estado sola, a excepción de su mejor amigo. Estar entre tantos la agobiaba, no le gustaba. No es que fuera antisocial, es sólo que los compañeros de clase siempre la habían marginado, y por lo tanto, no acostumbraba a estar entre tantas personas. Se agarró al brazo de Fabio, que había recuperado su forma, y él le sonrió para que se sintiera segura. Todo el grupo miró a Óscar, pues era él quien sabía dónde estaba su maestro, por lo que tendría que ser el chico quien los guiara.
El muchacho se dio por aludido y comenzó a caminar, mostrando la salida del lugar. Todos lo seguían sin vacilar, moviéndose con agilidad para no chocar contra los estelios. No sabían muy bien a dónde iba su compañero, pero estaban seguros de que Óscar conocía el camino al templo de su maestro.
Salieron de la estación y vieron cómo el glaciese se movía casi como si estuviera en trance. Vanessa se acercó a él para preguntarle si estaba bien, pero cuando lo miró a los ojos…
Los labios de la ignita crearon una O perfecta mientras se tapaba la boca por la sorpresa. Mateo elevó una ceja y se acercó a su amigo a la vez que Lea y Fabio abrazaban a la sorprendida Vane. Cuando el aquames tocó a Óscar, asintió a Boris y a Carina.
-Es la llamada de su maestro. No dejará de caminar hasta que lleguemos al templo.
-¿Está… inconsciente?-preguntó Vane, que había salido de su shock.
-Algo así…
Soltaron a la chica, y siguieron caminando tras el muchacho, el cual sus ojos se habían vuelto completamente azules. Ni si quiera tenía el blanco que rodeaba el iris. Las calles se volvían cada vez más estrechas y desiertas. Llegaron a un callejón sin salida, con contenedores desbordados de basura y Óscar se paró delante de una de las paredes, donde había algunas marcas, las cuales comenzó a rozar con los dedos. De pronto, aparecieron letras en la piedra, que fueron transportándose a los dedos del Paterio, desapareciendo. Sin previo aviso, Óscar, comenzó a hablar, pero no era su voz. Era una voz muy grave, que pareciera que viniera del fondo de la tierra, rasgando las piedras a su paso:

“Trayendo la luz sanadora,
Alzando los ganados por encima de todo,
Viniendo con la premonición verdadera,
Hasta ser el presente postrado.

La música es su pasión,
Desde que su padre lo concibió.”


-¿Qué quiere decir?-expresó Fabio antes que nadie.
-Es un enigma,-contestó Boris- y parece que hay que resolverlo para entrar.



***


Esperaba con ansia la respuesta del mensaje por parte de los hombres de su padre. Él sabía que posiblemente Hernán encolerizara por haber perdido la pista de su presa, pero le daba igual. Estaba lo suficientemente lejos para no estar a su alcance. Mientras aguardaba, había conseguido una tiza blanca y se había situado delante de una pared de ladrillo. Su pentagrama no era tan perfecto como el del hombre que le había hecho llegar allí, pero por lo menos se distinguía cada trazo. Arturo nunca había destacado en el arte, más bien, era bastante malo. Lo suyo era el deporte, por eso era tan ágil.
El mensaje llegó y él leyó la ubicación de los Paterios. Sabían que estaban en Barcelona, pero la ciudad catalana era muy grande, así que, después de espiarlos, habían visto a dónde iban. El chico de gafas hizo el ritual con su espada Sedrinda que Francisco le había enseñado. Volvió a pasar lo de la primera vez. El dibujo se convirtió en relieve y, cuando la punta tocó el centro, Arturo pensó en Barcelona y la luz lo inundó.


***


-Lo tengo-la voz de Boris se alzó sobre el silencio del callejón-. Ya sé qué es.
-¡Habla, por Dios!-exclamó Fabio.
-Habla de una persona. Analizando las palabras ‘Luz, sanadora, ganados, premonición y música’, podemos sacar quién es. Es un ente de luz. Digamos que podría traer el día. Por lo tanto, es un dios de la luz. Un dios que cura, tiene ganado, ve el futuro y le gusta la música. Eso nos lleva a un Dios Griego.
-Apolo.-dijo Vanessa, y Boris asintió
Ante la única palabra expresada en alto, Óscar cerró con fuerza los ojos, que volvieron a su estado normal mientras la pared se deslizaba a los lados, dejando ver un oscuro túnel. El glaciese colocó la palma de su mano sobre su frente, con expresión dolida, quejándose con gruñidos.
Los Paterios y el Estelio se miraron unos a otros, hasta que Carina dio unos pasos hacia la oscuridad.
-Vamos, ¿no? Hemos acertado, y ya podemos pasar.
Mateo asintió, pasó los hombros por debajo de los brazos de Óscar y lo ayudó a moverse.
-¿Estás bien, tío?
Las pupilas del chico se dilataban y contraían continuamente, hasta que volvió a cerrar los ojos y miró a su compañero. Asintió, con una mueca de dolor. Carina entró, y todo su cuerpo desapareció. Le siguieron Mateo, cargando a Óscar. Después fue Boris con Lea. Y, de la mano, entraron Vanessa y Fabio, juntos.
Cuando el último entró, la “puerta” se cerró tras ellos con un estruendo, como si algo cayera contra el suelo.
Hacía frío… Frío y estaba oscuro. Vanessa se agarró con fuerza al brazo de Fabio. Caminaron detrás de los demás, tocando las paredes húmedas para guiarse, con gotas de agua corriendo por la lisa superficie. Vanessa no veía nada. Ni si quiera su mano si la ponía por delante de sus ojos, y aquello la asustaba. Fabio se percató de aquello, y llamó a Carina:
-¡Carina! ¿Ves algo?
-Nada. Todo está igual de negro que cuando entramos…
Vane se estremeció, y su amigo rodeó sus brazos alrededor de su cuerpo.
La Ignita no supo cuánto pasaron en aquel túnel. Sólo ponía un pie delante del otro para caminar detrás de Boris y Lea, hasta que una potente luz los cegó. Tuvieron que cerrar los ojos y tapárselos con la mano para protegerlos.
Anduvieron a ciegas, sólo con aquel brillo cruzando sus párpados. Llegaron a una habitación. Lo supieron pues las paredes ya no se estrechaban sobre ellos. Abrieron muy lentamente de nuevo los ojos para encontrarse una amplia estancia circular.
En su centro, una fuente de mármol blanco, con la clara agua salpicando el suelo, también de mármol, que la rodeaba, con cuatro macetas colgantes de pequeños helechos, sobresaliendo de la arcilla marrón. Todo lo demás, era verde césped, con florecillas azules aportando color. El lugar no tenía paredes, sólo grandes ventanas por donde el sol se colaba, aportando una luminosidad casi celestial. Debajo de ellas, arbustos de algún tipo, con más macetas colgando delante de ellos. Y delante de la fuente, una bella mujer morena, con los ojos de un azul intenso, vestida con un vestido también azul, acentuando sus curvas y su escote. No aparentaba más de treinta, y los recibía a todos con una amplia sonrisa.
-Bienvenidos todos al Templo del Hielo.-saludó con una melodiosa voz de miel.
Todos se quedaron asombrados, mirando a la mujer, que rió levemente, tapando sus labios con gracia a la vez que sus ojos se cerraban dulcemente.
Óscar se aclaró la garganta, sacando a todos de su encantamiento.
-¿Quién es usted, si me permite?
-Oh, qué maleducada por mi parte-ella bajó el único escalón de la fuente y se acercó al glaciese-. Soy Astra, la Maestra del Hielo.
Todos parecieron sorprendidos por alguna razón que ni Vanessa ni Fabio entendieron, por lo que simplemente siguieron observando aquello.
-No es posible…-murmuró en bajo Boris.
-¿Por qué no es posible, Arénam?
-Se supone que nuestros Maestros son… Son…
-Nuestros abuelos.-terminó Mateo por él.
-¿Y?-preguntó Astra, con una expresión divertida en el rostro.
-Y que tú…, usted es demasiado…
-¿Joven? Tengo mi edad, pero mi apariencia no sobrepasa los treinta. Es cosa de ser un Paterio, no te preocupes. Cuando tengáis mi edad, os ocurrirá igual.
-Pero si mi abuela ha estado conmigo desde que era pequeño… Y era una anciana…
La hermosa mujer rió nuevamente y acarició a Óscar la mejilla.
-Un simple truco hecho por el Maestro del Elemento Oscuro. Bueno, dejémonos de hablar de esto. Me gustaría saber vuestros nombres.
Un tic cruzó la mandíbula de Carina. Óscar se adelantó y fue presentando a todos, incluido a Fabio. Astra no dijo nada de la presencia del Estelio, por lo que él respiró profundamente, tranquilizándose.
-Bien, chicos. Acompañadme. Os mostraré el Templo y los dormitorios.
La mujer dio dos pasos hacia atrás y luego caminó hacia la izquierda de la fuente, pasándola hasta llegar a unas puertas de cristal que no habían percibido, lo que hizo que Vanessa mirara a la derecha para encontrar otras puertas de cristal. Se inclinó hacia Fabio, sonriendo suavemente.
-Este es un lugar precioso, ¿no lo crees?
-Sí, sí lo es.
Siguieron a la Maestra hasta la puerta, y la cruzaron. Un pasillo luminoso se abría ante ellos. Parecía que aquel ‘templo’ estaba lleno de ventanas. Tras andar unos metros, aparecieron puertas a ambos lados.
-Estas son las habitaciones. En total son doce, seis a cada lado, todas con baño incluido. También hay un armario para que coloquéis vuestra ropa-se giró hacia ellos, sonriéndoles-. Todos los cuartos son iguales, así que dejo la elección de ellos a vuestro gusto. En la entrada, a la derecha, había otra puerta. Ella conduce a la cocina. La cena estará en un rato. Podéis ir dejando vuestras cosas y descansar un poco mientras cocino.-volvió a sonreír y se fue a la sala donde habían aparecido.
Todos se miraron, algo aturdidos por aquello, pero empezaron a coger sus maletas y a caminar a una puerta. Carina y Boris se fueron a las más alejadas, mientras que Mateo, Lea, Vanessa y Fabio, tomaron las cuatro primeras. Y Óscar entró a una del medio.
En la habitación de Vanessa, las paredes eran blancas, pero, ante sus ojos, ellas se fueron tornando rojas, ante la mirada asombrada de la Ignita. Delante de ella, había una puerta, lo que supuso era el baño. A su derecha, una cama con su mesilla de noche y un interruptor. A su izquierda, un escritorio de madera barnizada y su silla. Caminó hasta el centro del dormitorio, y descubrió que lo que sería el baño, sólo ocupaba parte de la parte trasera, pues había un hueco donde estaba ubicado un gran armario ropero, con unos dibujos. Eran pétalos de cerezo. Sonrió. Era realmente sorprendente el cómo ellos se movían lentamente sobre la madera.
-Increíble…
Acarició con la punta de los dedos aquellos pétalos que se movían perezosamente, y rió.
-Realmente increíble…
Fue sacando sus cosas y metiéndolas donde creía que estarían mejor. Tardó unos quince minutos en completar aquella tarea. Se metió en el baño. Era de tres piezas, lo justo. Sin lujos. Había un estante frente a la ducha con toallas, por lo que decidió tomarse un baño.
Se quitó la ropa, dejándola en el suelo, y sacó una toalla blanca.
El agua la relajaba. Mucho más con aquel vapor que salía por el calor. Había sido un día largo y cansado. Jamás había salido de Salamanca, por lo que toda aquella experiencia era demasiado abrumadora.
Salió de la ducha, envuelta en la tela y fue al cuarto. Iban a cenar pronto, así que prefirió vestirse para ello.
Un pantalón vaquero oscuro y una camiseta morada después, estaba lista. Se peinó y recogió el pelo en una cola de caballo, y esperó a que la avisaran. Se tumbó en la cama, con su reproductor de música y, sin darse cuenta, se quedó dormida.


***


Apareció al otro lado. Por alguna razón, Arturo se había mareado con la trasportación, por lo que se quedó un momento apoyado sobre la pared, respirando con dificultad, con el rostro perlado por el sudor. Inspiró y espiró varias veces, calmándose. Cuando se incorporó, pudo ver a lo lejos la Sagrada Familia de Gaudí, lo que le aseguró su presencia en Barcelona. Miró su móvil y buscó en internet un hostal barato en el que pasar el tiempo hasta que los Paterios salieran del templo. Encontró uno, y preguntó a un hombre la calle que indicaban en la página, lo que le llevó a alejarse del centro, en calles segundarias.
El hotel tenía nombre catalán, por lo que no supo lo que decía. Sólo entró y pidió una habitación. Volvió a hacer lo que la vez anterior, a excepción de darse una ducha. La caminata por Salamanca lo había dejado devastado y cansado. Después de fue a dormir, pensando en su madre. Hernán le había dicho que ella fue valiente. Y Arturo se lo creía. Estaba seguro de que su padre no podría enamorarse de una cobarde. El muchacho había visto una foto de ella. Era realmente hermosa. Tenía los pómulos marcados, los ojos de un gris profundo y la piel aceitunada. Él había heredado su color de cabello, que ella normalmente recogía. A Arturo le dio nostalgia pensar en ella, aunque nunca la conociera. Pero cada cosa que su padre le contaba, la hacía ver fascinante, y le habría encantado conocerla. Tapó sus ojos con los antebrazos y suspiró el nombre de aquella mujer que le había dado la vida para, poco después, morir, dejando a su padre roto por dentro.


***


Unos golpecitos en la puerta despertaron a Vanessa. Se frotó los ojos y permitió la entrada.
Por la puerta apareció Lea, sonriente, y se sentó en la cama de ella. Instantes después, las paredes estaban pintadas blancas y rojas. La Ignita miró a su acompañante, asombrada.
-¿No es increíble? ¿Qué significan los colores?
-Humm… El color es el elemento, supongo. Tú eres fuego, por lo que eres rojo. Y yo soy aire. El aire es transparente.
-Oh…-asintió y sonrió-¿Y qué querías?
-¡Ah, sí! Astra me envió. Dice que la cena ya está lista.-una sonrisa decoraba los labios de Lea al decirlo.
-Entonces deberíamos ir.
-¡Sí!
Vanessa se levantó y buscó sus zapatos, a lo que la A'risen le dijo que podía ir descalza. Que Astra quería que así fuera. Ella se encogió de hombros y salió de la habitación con su compañera guiándola. Volvieron al jardín del principio y pasaron la otra puerta. Un corto corredor las llevó hasta una cocina-comedor, donde la mesa ya estaba puesta. Estaba claro que estaban en la costa, pues el marisco era el plato principal. Vanessa se relamió los labios ante el pulpo.
Todos estaban ya sentados, a excepción de la Maestra del Hielo, Leandra y Vane. Se sentaron, la Ignita junto a Mateo, quien le tomó la mano y le sonrió con dulzura. Al otro lado de la mesa, Fabio puso mala cara, pero suspiró y negó.
Comieron hasta llenarse, pues llevaban sin comer desde el bocadillo que Óscar tuvo la gran idea de llevar. Dio la casualidad de que Astra era una gran cocinera, y a todos les encantó. Incluso a Fabio, alguien a quien no le gustaba especialmente el marisco.
Astra sonrió complacida y preguntó si alguien quería tomar postre, a lo que todos negaron, ya que las cantidades ingeridas eran abrumadoramente grandes. La Maestra se encogió de hombros y tomó una manzana, la cual empezó a pelar sentada nuevamente a la cabeza de la mesa.
-Bueno, he oído noticias del Maestro Aquames, y quisiera saber si tenéis noticias de vuestro seguidor.
Vanessa elevó el rostro, a la par que su mejor amigo, sorprendida.
-¿Perseguidor? ¿Nos sigue alguien?-el temor hacía eco en su voz con fuerza.
-No queríamos asustarte, y no te lo dijimos...-Mateo bajó la mirada- Ayer mi Maestro me llamó, diciéndome que saliéramos cuanto antes de Salamanca, porque alguien nos persigue. En realidad no sé quién, pero parece que va tras nosotros para… Lo que hablamos esta mañana. La vida eterna.
Los ojos de la Ignita se cruzaron con los del Estelio, sin saber qué decir. Sus hombros se hundieron y su mirada se oscureció.
-Soy mayorcita… Creo que tenía el derecho a saber que alguien intentaría capturarnos tan pronto… A demás…-su tono comenzó a aumentar- ¡Soy vuestra compañera! ¡Confiaba en vosotros y ni si quiera me advertisteis que estábamos en peligro!
La Maestra lo contemplaba todo mientras se metía un trozo de manzana en la boca. Carina, la más nerviosa y menos amigable, se había puesto en pie para agredir a la chica, y Fabio y Mateo la sujetaron mientras gritaba que sólo pensaba en ella misma, y no en destino de la humanidad.
-¡No eres quién para decirlo, Carina! ¡No cuando te olvidas de todos menos de Boris!
Los labios de la elemental se abrieron con sorpresa. Se quitó a los chicos de encima y dirigió una mirada a Boris, quien la miraba como si no supiera qué trataba de decir la otra. Caminó hacia ella, la agarró de la camiseta y la sacó al pasillo. Los demás iban a ir en su busca cuando Astra intervino:
-Dejadlas. Tienen que resolver sus problemas.


***


Aún no había anochecido en Argentina, cuando Hernán recibió el mensaje de su hijo de que los Paterios habían entrado en el Templo. El hombre enfureció y tiró los papeles que había en su mesa. No había gran cosa, pero aún así, volaron por la habitación. Su hijo no había cazado a las personas que necesitaba, pero le pedía una segunda oportunidad. Se frotó los ojos, cansados de tanto leer sobre sus presas, y suspiró. Contestó el mensaje, diciéndole que no quería que volviera a fallar. Poco después, él había devuelto el mensaje, aceptando aquello.
Pasó las manos por su cabello y gruñó. Se sentía impotente, y no sabía qué hacer. Salió de la habitación y caminó por los corredores de piedra hasta los aposentos de Isaac. Entró sin llamar, y se encontró la habitación aparentemente vacía. Sólo a los ojos de quien sabía mirar, veía la sombra en las sombras. Un pliegue por aquí, una manga por allá… Isaac estaba allí, y eso Hernán lo veía. Se sentó en la silla y esperó a que el ser se pusiera tras él.
-¿Qué ocurre, Hernán?-la silbante y ronca voz se encontraba a sus espaldas- ¿Por qué acudes a mi?
-Arturo los ha dejado escapar… Están en el Templo, y no sé qué hacer. Me siento inútil y quiero hacer algo.
-¿En el Templo? Vaya… Bueno, ya has hecho algo. Me has venido a buscar, y yo me encargaré del resto.
El hombre de ojos negros asintió y bajó la cabeza, envolviendo sus brazos por la parte posterior de esta.
-Está bien…


***


Vanessa miraba extrañada a la abatida chica que estaba a su lado, sentada en el suelo. Carina la había llevado hasta el jardín de la entrada. La chica de la oscuridad se había sentado en el escalón de la fuente, y suspiraba. Vanessa se sentó a su lado y puso su brazo alrededor de los hombros de la otra.
-¿Tanto se nota?-preguntó- ¿Es tan evidente?
-Sólo para mí. ¿No has visto las reacciones de todos los demás? Si quiera entendían lo que estaba diciendo… Yo lo he visto, porque conozco esa mirada. Miré a un chico así, por largos años. Y si él no se hubiera ido, posiblemente habría seguido mirándolo como ahora tú miras a Boris.
-Sabes que él es distinto…, ¿verdad?-decía con el rostro lleno de lágrimas-
-¿Distinto?-Vane elevó una ceja- ¿No somos todos distintos?
-¡No de esa manera!-bajó aún más el rostro, secando sus ojos- Él no es como Mateo, Óscar, o incluso Fabio… A ellos les gustan las mujeres.
Los ojos de la Ignita se abrieron como platos al escucharlo.
-¿Estás diciendo que es homosexual?
-Me lo dijo… Ambos nos criamos juntos. Hace cosa de medio año me confesó que no se sentía atraído por las chicas…
-Vaya…-abrazó a Carina, que volvió a romper a llorar- Lo siento…-Levantó su rostro y limpió de nuevo sus lágrimas- Pero ya sabes lo que dicen… Hay mil peces en el mar. Ya encontrarás a alguien. Somos muy jóvenes…
Ella asintió, pero no cesó de llorar entre los brazos de la Ignita. Vanessa suspiró y siguió acariciando su espalda hasta que se calmó.
-Venga. Lávate la cara, y volvamos a dentro.
Carina se levantó, subió el escalón de la fuente y recogió agua con sus manos para pasarla por su rostro varias veces. Suspiró y se secó con su camiseta.
-Vale…