Los Paterios llegaron a Barcelona sobre
las cinco y media de la tarde. La estación estaba abarrotada de gente, por lo
que Vanessa se sentía ahogada. Desde pequeña, ella había estado sola, a
excepción de su mejor amigo. Estar entre tantos la agobiaba, no le gustaba. No
es que fuera antisocial, es sólo que los compañeros de clase siempre la habían
marginado, y por lo tanto, no acostumbraba a estar entre tantas personas. Se
agarró al brazo de Fabio, que había recuperado su forma, y él le sonrió para
que se sintiera segura. Todo el grupo miró a Óscar, pues era él quien sabía
dónde estaba su maestro, por lo que tendría que ser el chico quien los guiara.
El muchacho se dio por aludido y comenzó a
caminar, mostrando la salida del lugar. Todos lo seguían sin vacilar,
moviéndose con agilidad para no chocar contra los estelios. No sabían muy bien
a dónde iba su compañero, pero estaban seguros de que Óscar conocía el camino
al templo de su maestro.
Salieron de la estación y vieron cómo el
glaciese se movía casi como si estuviera en trance. Vanessa se acercó a él para
preguntarle si estaba bien, pero cuando lo miró a los ojos…
Los labios de la ignita crearon una O
perfecta mientras se tapaba la boca por la sorpresa. Mateo elevó una ceja y se
acercó a su amigo a la vez que Lea y Fabio abrazaban a la sorprendida Vane. Cuando
el aquames tocó a Óscar, asintió a Boris y a Carina.
-Es la llamada de su maestro. No dejará de
caminar hasta que lleguemos al templo.
-¿Está… inconsciente?-preguntó Vane, que había
salido de su shock.
-Algo así…
Soltaron a la chica, y siguieron caminando
tras el muchacho, el cual sus ojos se habían vuelto completamente azules. Ni si
quiera tenía el blanco que rodeaba el iris. Las calles se volvían cada vez más
estrechas y desiertas. Llegaron a un callejón sin salida, con contenedores
desbordados de basura y Óscar se paró delante de una de las paredes, donde
había algunas marcas, las cuales comenzó a rozar con los dedos. De pronto,
aparecieron letras en la piedra, que fueron transportándose a los dedos del
Paterio, desapareciendo. Sin previo aviso, Óscar, comenzó a hablar, pero no era
su voz. Era una voz muy grave, que pareciera que viniera del fondo de la
tierra, rasgando las piedras a su paso:
“Trayendo la luz sanadora,
Alzando los ganados por
encima de todo,
Viniendo con la premonición
verdadera,
Hasta ser el presente
postrado.
La música es su pasión,
Desde que su padre lo concibió.”
-¿Qué quiere decir?-expresó Fabio antes
que nadie.
-Es un enigma,-contestó Boris- y parece que
hay que resolverlo para entrar.
***
Esperaba con ansia la respuesta del
mensaje por parte de los hombres de su padre. Él sabía que posiblemente Hernán
encolerizara por haber perdido la pista de su presa, pero le daba igual. Estaba
lo suficientemente lejos para no estar a su alcance. Mientras aguardaba, había
conseguido una tiza blanca y se había situado delante de una pared de ladrillo.
Su pentagrama no era tan perfecto como el del hombre que le había hecho llegar
allí, pero por lo menos se distinguía cada trazo. Arturo nunca había destacado
en el arte, más bien, era bastante malo. Lo suyo era el deporte, por eso era
tan ágil.
El mensaje llegó y él leyó la ubicación de
los Paterios. Sabían que estaban en Barcelona, pero la ciudad catalana era muy
grande, así que, después de espiarlos, habían visto a dónde iban. El chico de
gafas hizo el ritual con su espada Sedrinda que Francisco le había enseñado.
Volvió a pasar lo de la primera vez. El dibujo se convirtió en relieve y,
cuando la punta tocó el centro, Arturo pensó en Barcelona y la luz lo inundó.
***
-Lo tengo-la voz de Boris se alzó sobre el
silencio del callejón-. Ya sé qué es.
-¡Habla, por Dios!-exclamó Fabio.
-Habla de una persona. Analizando las
palabras ‘Luz, sanadora, ganados, premonición y música’, podemos sacar quién
es. Es un ente de luz. Digamos que podría traer el día. Por lo tanto, es un
dios de la luz. Un dios que cura, tiene ganado, ve el futuro y le gusta la
música. Eso nos lleva a un Dios Griego.
-Apolo.-dijo Vanessa, y Boris asintió
Ante la única palabra expresada en alto,
Óscar cerró con fuerza los ojos, que volvieron a su estado normal mientras la
pared se deslizaba a los lados, dejando ver un oscuro túnel. El glaciese colocó
la palma de su mano sobre su frente, con expresión dolida, quejándose con
gruñidos.
Los Paterios y el Estelio se miraron unos
a otros, hasta que Carina dio unos pasos hacia la oscuridad.
-Vamos, ¿no? Hemos acertado, y ya podemos
pasar.
Mateo asintió, pasó los hombros por debajo
de los brazos de Óscar y lo ayudó a moverse.
-¿Estás bien, tío?
Las pupilas del chico se dilataban y
contraían continuamente, hasta que volvió a cerrar los ojos y miró a su
compañero. Asintió, con una mueca de dolor. Carina entró, y todo su cuerpo
desapareció. Le siguieron Mateo, cargando a Óscar. Después fue Boris con Lea.
Y, de la mano, entraron Vanessa y Fabio, juntos.
Cuando el último entró, la “puerta” se
cerró tras ellos con un estruendo, como si algo cayera contra el suelo.
Hacía frío… Frío y estaba oscuro. Vanessa
se agarró con fuerza al brazo de Fabio. Caminaron detrás de los demás, tocando
las paredes húmedas para guiarse, con gotas de agua corriendo por la lisa
superficie. Vanessa no veía nada. Ni si quiera su mano si la ponía por delante
de sus ojos, y aquello la asustaba. Fabio se percató de aquello, y llamó a
Carina:
-¡Carina! ¿Ves algo?
-Nada. Todo está igual de negro que cuando
entramos…
Vane se estremeció, y su amigo rodeó sus
brazos alrededor de su cuerpo.
La Ignita no supo cuánto pasaron en aquel
túnel. Sólo ponía un pie delante del otro para caminar detrás de Boris y Lea,
hasta que una potente luz los cegó. Tuvieron que cerrar los ojos y tapárselos
con la mano para protegerlos.
Anduvieron a ciegas, sólo con aquel brillo
cruzando sus párpados. Llegaron a una habitación. Lo supieron pues las paredes
ya no se estrechaban sobre ellos. Abrieron muy lentamente de nuevo los ojos
para encontrarse una amplia estancia circular.
En su centro, una fuente de mármol blanco,
con la clara agua salpicando el suelo, también de mármol, que la rodeaba, con
cuatro macetas colgantes de pequeños helechos, sobresaliendo de la arcilla
marrón. Todo lo demás, era verde césped, con florecillas azules aportando
color. El lugar no tenía paredes, sólo grandes ventanas por donde el sol se
colaba, aportando una luminosidad casi celestial. Debajo de ellas, arbustos de
algún tipo, con más macetas colgando delante de ellos. Y delante de la fuente,
una bella mujer morena, con los ojos de un azul intenso, vestida con un vestido
también azul, acentuando sus curvas y su escote. No aparentaba más de treinta,
y los recibía a todos con una amplia sonrisa.
-Bienvenidos todos al Templo del
Hielo.-saludó con una melodiosa voz de miel.
Todos se quedaron asombrados, mirando a la
mujer, que rió levemente, tapando sus labios con gracia a la vez que sus ojos
se cerraban dulcemente.
Óscar se aclaró la garganta, sacando a
todos de su encantamiento.
-¿Quién es usted, si me permite?
-Oh, qué maleducada por mi parte-ella bajó
el único escalón de la fuente y se acercó al glaciese-. Soy Astra, la Maestra
del Hielo.
Todos parecieron sorprendidos por alguna
razón que ni Vanessa ni Fabio entendieron, por lo que simplemente siguieron
observando aquello.
-No es posible…-murmuró en bajo Boris.
-¿Por qué no es posible, Arénam?
-Se supone que nuestros Maestros son… Son…
-Nuestros abuelos.-terminó Mateo por él.
-¿Y?-preguntó Astra, con una expresión
divertida en el rostro.
-Y que tú…, usted es demasiado…
-¿Joven? Tengo mi edad, pero mi apariencia
no sobrepasa los treinta. Es cosa de ser un Paterio, no te preocupes. Cuando
tengáis mi edad, os ocurrirá igual.
-Pero si mi abuela ha estado conmigo desde
que era pequeño… Y era una anciana…
La hermosa mujer rió nuevamente y acarició
a Óscar la mejilla.
-Un simple truco hecho por el Maestro del
Elemento Oscuro. Bueno, dejémonos de hablar de esto. Me gustaría saber vuestros
nombres.
Un tic cruzó la mandíbula de Carina. Óscar
se adelantó y fue presentando a todos, incluido a Fabio. Astra no dijo nada de
la presencia del Estelio, por lo que él respiró profundamente,
tranquilizándose.
-Bien, chicos. Acompañadme. Os mostraré el
Templo y los dormitorios.
La mujer dio dos pasos hacia atrás y luego
caminó hacia la izquierda de la fuente, pasándola hasta llegar a unas puertas
de cristal que no habían percibido, lo que hizo que Vanessa mirara a la derecha
para encontrar otras puertas de cristal. Se inclinó hacia Fabio, sonriendo
suavemente.
-Este es un lugar precioso, ¿no lo crees?
-Sí, sí lo es.
Siguieron a la Maestra hasta la puerta, y
la cruzaron. Un pasillo luminoso se abría ante ellos. Parecía que aquel ‘templo’ estaba lleno de ventanas. Tras
andar unos metros, aparecieron puertas a ambos lados.
-Estas son las habitaciones. En total son
doce, seis a cada lado, todas con baño incluido. También hay un armario para
que coloquéis vuestra ropa-se giró hacia ellos, sonriéndoles-. Todos los
cuartos son iguales, así que dejo la elección de ellos a vuestro gusto. En la
entrada, a la derecha, había otra puerta. Ella conduce a la cocina. La cena
estará en un rato. Podéis ir dejando vuestras cosas y descansar un poco
mientras cocino.-volvió a sonreír y se fue a la sala donde habían aparecido.
Todos se miraron, algo aturdidos por
aquello, pero empezaron a coger sus maletas y a caminar a una puerta. Carina y
Boris se fueron a las más alejadas, mientras que Mateo, Lea, Vanessa y Fabio,
tomaron las cuatro primeras. Y Óscar entró a una del medio.
En la habitación de Vanessa, las paredes
eran blancas, pero, ante sus ojos, ellas se fueron tornando rojas, ante la
mirada asombrada de la Ignita. Delante de ella, había una puerta, lo que supuso
era el baño. A su derecha, una cama con su mesilla de noche y un interruptor. A
su izquierda, un escritorio de madera barnizada y su silla. Caminó hasta el
centro del dormitorio, y descubrió que lo que sería el baño, sólo ocupaba parte
de la parte trasera, pues había un hueco donde estaba ubicado un gran armario
ropero, con unos dibujos. Eran pétalos de cerezo. Sonrió. Era realmente
sorprendente el cómo ellos se movían lentamente sobre la madera.
-Increíble…
Acarició con la punta de los dedos
aquellos pétalos que se movían perezosamente, y rió.
-Realmente increíble…
Fue sacando sus cosas y metiéndolas donde
creía que estarían mejor. Tardó unos quince minutos en completar aquella tarea.
Se metió en el baño. Era de tres piezas, lo justo. Sin lujos. Había un estante
frente a la ducha con toallas, por lo que decidió tomarse un baño.
Se quitó la ropa, dejándola en el suelo, y
sacó una toalla blanca.
El agua la relajaba. Mucho más con aquel
vapor que salía por el calor. Había sido un día largo y cansado. Jamás había
salido de Salamanca, por lo que toda aquella experiencia era demasiado
abrumadora.
Salió de la ducha, envuelta en la tela y
fue al cuarto. Iban a cenar pronto, así que prefirió vestirse para ello.
Un pantalón vaquero oscuro y una camiseta
morada después, estaba lista. Se peinó y recogió el pelo en una cola de
caballo, y esperó a que la avisaran. Se tumbó en la cama, con su reproductor de
música y, sin darse cuenta, se quedó dormida.
***
Apareció al otro lado. Por alguna razón,
Arturo se había mareado con la trasportación, por lo que se quedó un momento
apoyado sobre la pared, respirando con dificultad, con el rostro perlado por el
sudor. Inspiró y espiró varias veces, calmándose. Cuando se incorporó, pudo ver
a lo lejos la Sagrada Familia de Gaudí, lo que le aseguró su presencia en
Barcelona. Miró su móvil y buscó en internet un hostal barato en el que pasar
el tiempo hasta que los Paterios salieran del templo. Encontró uno, y preguntó
a un hombre la calle que indicaban en la página, lo que le llevó a alejarse del
centro, en calles segundarias.
El hotel tenía nombre catalán, por lo que
no supo lo que decía. Sólo entró y pidió una habitación. Volvió a hacer lo que
la vez anterior, a excepción de darse una ducha. La caminata por Salamanca lo
había dejado devastado y cansado. Después de fue a dormir, pensando en su
madre. Hernán le había dicho que ella fue valiente. Y Arturo se lo creía.
Estaba seguro de que su padre no podría enamorarse de una cobarde. El muchacho
había visto una foto de ella. Era realmente hermosa. Tenía los pómulos
marcados, los ojos de un gris profundo y la piel aceitunada. Él había heredado
su color de cabello, que ella normalmente recogía. A Arturo le dio nostalgia
pensar en ella, aunque nunca la conociera. Pero cada cosa que su padre le
contaba, la hacía ver fascinante, y le habría encantado conocerla. Tapó sus
ojos con los antebrazos y suspiró el nombre de aquella mujer que le había dado
la vida para, poco después, morir, dejando a su padre roto por dentro.
***
Unos golpecitos en la puerta despertaron a
Vanessa. Se frotó los ojos y permitió la entrada.
Por la puerta apareció Lea, sonriente, y
se sentó en la cama de ella. Instantes después, las paredes estaban pintadas
blancas y rojas. La Ignita miró a su acompañante, asombrada.
-¿No es increíble? ¿Qué significan los
colores?
-Humm… El color es el elemento, supongo.
Tú eres fuego, por lo que eres rojo. Y yo soy aire. El aire es transparente.
-Oh…-asintió y sonrió-¿Y qué querías?
-¡Ah, sí! Astra me envió. Dice que la cena
ya está lista.-una sonrisa decoraba los labios de Lea al decirlo.
-Entonces deberíamos ir.
-¡Sí!
Vanessa se levantó y buscó sus zapatos, a
lo que la A'risen le dijo que podía ir descalza. Que Astra quería que así
fuera. Ella se encogió de hombros y salió de la habitación con su compañera
guiándola. Volvieron al jardín del principio y pasaron la otra puerta. Un corto
corredor las llevó hasta una cocina-comedor, donde la mesa ya estaba puesta.
Estaba claro que estaban en la costa, pues el marisco era el plato principal.
Vanessa se relamió los labios ante el pulpo.
Todos estaban ya sentados, a excepción de
la Maestra del Hielo, Leandra y Vane. Se sentaron, la Ignita junto a Mateo,
quien le tomó la mano y le sonrió con dulzura. Al otro lado de la mesa, Fabio
puso mala cara, pero suspiró y negó.
Comieron hasta llenarse, pues llevaban sin
comer desde el bocadillo que Óscar tuvo la gran idea de llevar. Dio la
casualidad de que Astra era una gran cocinera, y a todos les encantó. Incluso a
Fabio, alguien a quien no le gustaba especialmente el marisco.
Astra sonrió complacida y preguntó si
alguien quería tomar postre, a lo que todos negaron, ya que las cantidades
ingeridas eran abrumadoramente grandes. La Maestra se encogió de hombros y tomó
una manzana, la cual empezó a pelar sentada nuevamente a la cabeza de la mesa.
-Bueno, he oído noticias del Maestro
Aquames, y quisiera saber si tenéis noticias de vuestro seguidor.
Vanessa elevó el rostro, a la par que su
mejor amigo, sorprendida.
-¿Perseguidor? ¿Nos sigue alguien?-el
temor hacía eco en su voz con fuerza.
-No queríamos asustarte, y no te lo dijimos...-Mateo
bajó la mirada- Ayer mi Maestro me llamó, diciéndome que saliéramos cuanto
antes de Salamanca, porque alguien nos persigue. En realidad no sé quién, pero
parece que va tras nosotros para… Lo que hablamos esta mañana. La vida eterna.
Los ojos de la Ignita se cruzaron con los
del Estelio, sin saber qué decir. Sus hombros se hundieron y su mirada se
oscureció.
-Soy mayorcita… Creo que tenía el derecho
a saber que alguien intentaría capturarnos tan pronto… A demás…-su tono comenzó
a aumentar- ¡Soy vuestra compañera! ¡Confiaba en vosotros y ni si quiera me
advertisteis que estábamos en peligro!
La Maestra lo contemplaba todo mientras se
metía un trozo de manzana en la boca. Carina, la más nerviosa y menos amigable,
se había puesto en pie para agredir a la chica, y Fabio y Mateo la sujetaron
mientras gritaba que sólo pensaba en ella misma, y no en destino de la
humanidad.
-¡No eres quién para decirlo, Carina! ¡No
cuando te olvidas de todos menos de Boris!
Los labios de la elemental se abrieron con
sorpresa. Se quitó a los chicos de encima y dirigió una mirada a Boris, quien
la miraba como si no supiera qué trataba de decir la otra. Caminó hacia ella,
la agarró de la camiseta y la sacó al pasillo. Los demás iban a ir en su busca
cuando Astra intervino:
-Dejadlas. Tienen que resolver sus
problemas.
***
Aún no había anochecido en Argentina,
cuando Hernán recibió el mensaje de su hijo de que los Paterios habían entrado
en el Templo. El hombre enfureció y tiró los papeles que había en su mesa. No
había gran cosa, pero aún así, volaron por la habitación. Su hijo no había
cazado a las personas que necesitaba, pero le pedía una segunda oportunidad. Se
frotó los ojos, cansados de tanto leer sobre sus presas, y suspiró. Contestó el
mensaje, diciéndole que no quería que volviera a fallar. Poco después, él había
devuelto el mensaje, aceptando aquello.
Pasó las manos por su cabello y gruñó. Se
sentía impotente, y no sabía qué hacer. Salió de la habitación y caminó por los
corredores de piedra hasta los aposentos de Isaac. Entró sin llamar, y se
encontró la habitación aparentemente vacía. Sólo a los ojos de quien sabía
mirar, veía la sombra en las sombras. Un pliegue por aquí, una manga por allá…
Isaac estaba allí, y eso Hernán lo veía. Se sentó en la silla y esperó a que el
ser se pusiera tras él.
-¿Qué ocurre, Hernán?-la silbante y ronca voz
se encontraba a sus espaldas- ¿Por qué acudes a mi?
-Arturo los ha dejado escapar… Están en el
Templo, y no sé qué hacer. Me siento inútil y quiero hacer algo.
-¿En el Templo? Vaya… Bueno, ya has hecho
algo. Me has venido a buscar, y yo me encargaré del resto.
El hombre de ojos negros asintió y bajó la
cabeza, envolviendo sus brazos por la parte posterior de esta.
-Está bien…
***
Vanessa miraba extrañada a la abatida
chica que estaba a su lado, sentada en el suelo. Carina la había llevado hasta
el jardín de la entrada. La chica de la oscuridad se había sentado en el
escalón de la fuente, y suspiraba. Vanessa se sentó a su lado y puso su brazo
alrededor de los hombros de la otra.
-¿Tanto se nota?-preguntó- ¿Es tan
evidente?
-Sólo para mí. ¿No has visto las
reacciones de todos los demás? Si quiera entendían lo que estaba diciendo… Yo
lo he visto, porque conozco esa mirada. Miré a un chico así, por largos años. Y
si él no se hubiera ido, posiblemente habría seguido mirándolo como ahora tú
miras a Boris.
-Sabes que él es distinto…, ¿verdad?-decía
con el rostro lleno de lágrimas-
-¿Distinto?-Vane elevó una ceja- ¿No somos
todos distintos?
-¡No de esa manera!-bajó aún más el
rostro, secando sus ojos- Él no es como Mateo, Óscar, o incluso Fabio… A ellos
les gustan las mujeres.
Los ojos de la Ignita se abrieron como
platos al escucharlo.
-¿Estás diciendo que es homosexual?
-Me lo dijo… Ambos nos criamos juntos.
Hace cosa de medio año me confesó que no se sentía atraído por las chicas…
-Vaya…-abrazó a Carina, que volvió a
romper a llorar- Lo siento…-Levantó su rostro y limpió de nuevo sus lágrimas-
Pero ya sabes lo que dicen… Hay mil peces en el mar. Ya encontrarás a alguien.
Somos muy jóvenes…
Ella asintió, pero no cesó de llorar entre
los brazos de la Ignita. Vanessa suspiró y siguió acariciando su espalda hasta
que se calmó.
-Venga. Lávate la cara, y volvamos a
dentro.
Carina se levantó, subió el escalón de la
fuente y recogió agua con sus manos para pasarla por su rostro varias veces.
Suspiró y se secó con su camiseta.
-Vale…