lunes, 11 de noviembre de 2013

El Beso de lo Oscuro: Capítulo 3





Más allá, cerca de las costas de Río Negro, Argentina, dos hombres hablaban  con la voz elevada. Uno de ellos, el más joven, tenía el pelo castaño, algo largo; los ojos pardos se escondían tras unas gafas de cristal plateadas. A pesar de ser el más joven-no aparentaba más de diecisiete- era más alto que la otra persona, quien movía las manos de una forma amenazadora a aquel muchacho, pero él no se movía, sus ojos estaban clavados en aquel quien lo apuntaba y gritaba su nombre. No era muy mayor, apenas llegaba a los treinta y cinco años, pero las marcas del tiempo dejaban huella alrededor de sus ojos y en la frente, especialmente en el entrecejo. El cabello era casi idéntico que el del otro chico, solo que algo más claro, y los ojos eran oscuros, negros como la noche; a pesar de su edad, aún se entreveía el atractivo que debió tener a los veinte años.
-…Por eso debemos capturar a los Paterios. Pero no olvides que los más importantes son el agua y el fuego, ¿me has entendido? No puedes fallarme en esto, Arturo. Como te he dicho, los principales son el agua y el fuego, pero debes encontrarlos a todos, a los seis.
-Lo haré, padre.
-La última vez que los han visto, ha sido en Salamanca, en España. Se están moviendo, están todos reunidos. Pero sabemos dónde deben ir a encontrar a sus Maestros. Cada uno está en el lugar de origen de cada Paterio, menos el del fuego. Nuestros espías han informado de que aquel Maestro se fue a las afueras, a Finlandia. Ven,-tomó al recién nombrado Arturo de un brazo y lo condujo a un mapamundi que había en la pared. Lo arrancó de ella y lo puso sobre una mesa cercana.- los Maestros están aquí. Hay dos en Europa. Aquí y aquí.-apuntó en España y en Finlandia.- Y los restantes están en América latina. Hay uno aquí.-con el dedo, señaló Perú.- En Perú está el Maestro de los a'risen. En Uruguay,-posó el dedo sobre aquel país.- el de los aquames. Y los dos últimos, viven en México.
-¿Pero cómo sabré dónde está cada uno?
-El de España está en Barcelona. El que se trasladó a Finlandia, Satakunta.  Los de Máxico viven bastante cerca el uno del otro, posiblemente se conozcan entre ellos. Viven por Durango. En Uruguay vive en Salto. Y en Perú, no estamos seguros si está por Cuzco, o Madre de Dios.
-¿Y cómo me voy a ir desplazando? Supongo que primero irán al de Barcelona, ya que es el más cercano…
-Posiblemente. Por el transporte no te preocupes, están haciendo los últimos arreglos al portal.
-¿Portal?-Arturo enarcó una ceja, extrañado.- Yo creía que eso era sólo un mito…
-No lo es. Tampoco que las leyes de los Paterios prohíben el uso de armas de fuego. Nuestra asociación, mejor dicho, nuestra sangre, la tuya y la mía, no nos permiten usarlas, tampoco. Una vez me preguntaste el porqué de tu adiestramiento con espadas, dagas, arcos y demás armas blancas. Esa es la explicación.
El chico asintió y esperó a las indicaciones de su padre, pero éste no se movía, parecía que estaba en plena meditación, cosa que hacía alguna que otra vez.
-Antes de irte, Arturo, debo darte una nueva espada. Ha estado en nuestra familia durante generaciones.-miró a su hijo con aquellos negros ojos que parecía que enviaban un destello de emoción. Se acercó a un baúl de madera que había al otro lado de la habitación y lo abrió. No había nada, hasta que él levantó el fondo y apareció una espada, con la empuñadura de oro, incrustada en joyas. Zafiros, esmeraldas y rubíes.- Esta es para ti. Las mejores espadas tienen nombre, el de esta, es Sedrinda, la grandiosa. No es una espada común, Arturo. Fue forjada por uno de losrandes herreros del siglo XV. Es diferente a cualquier otra, se las llaman Espadas Legendarias. Espero que la cuides bien, hijo.
Arturo se acercó a su padre y tomó la espada en las manos. La contempló por largo tiempo, admirando el arma con detenimiento. A simple vista, parecía una espada normal. Cara, pero normal. Pero si se observaba el filo atentamente, se descubría una suave bruma azulada a su alrededor.
-Entonces, Padre… ¿Qué debo hacer ahora?
-Irás a Barcelona y allí los capturarás a todos. Aunque tengas que hacerlo uno a uno, o tenderlos una trampa y secuestrarlos a todos a la vez, pero tráemelos.
Arturo asintió, metió a Sedrinda en el cinto, y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
Cuando la madera tocó su final, una silueta salió de las sombras. Vestía una túnica holgada y oscura, una capucha le tapaba el rostro, por lo que sólo se veían sus pies, enfundados en botas marrones de cuero. Entonces su voz grave, ronca y desgastada por los años habló.
-¿Estás seguro de que ese muchacho nos servirá, Hernán?
-Es mi hijo, Isaac. No puede fallar…
-Sabes que nuestra misión es importante. No podemos dejarla en manos de cualquier persona, no podemos confiar en nadie si queremos ganar, vencer. No es tan complicado de entender, ¿verdad?
Hernán asintió mientras suspiraba y miraba la puerta por la que se había ido su hijo.
-Como el agua…

***


-¡Deja de gritar!
-¡Yo no estoy gritando, Carina!
-¡Es suficiente!-Mateo miró a Óscar y a Carina.- No queremos que Vanessa se despierte.
-Eso serás tú, Mat. No nosotros.
-Habla por ti, atrames.-dijo el chico de los ojos cambiantes a Cari.-No todo lo que tú pienses lo piensan otras personas, no eres el culo del mundo.
-Evidentemente, si fuera el culo del mundo, todos estaríais mirando mi precioso trasero.
Mateo y Óscar rodaron los ojos y, Boris, quien prefería no meterse en la pelea, golpeó su frente con la palma de su mano. Haciendo, lo que decían los jóvenes de ahora, un Face Palm.
En ese momento, Fabio apareció por la puerta, con cara de pocos amigos.
-¿Queréis bajar la voz, pedazos de idiotas? Vane necesita descansar. Ya habéis estado a punto de despertarla.
Mateo se levantó del sillón en el que estaba sentado y pasó por el lado del Estelio, dirigiéndose al cuarto de Vanessa.
-Hey, hey. ¿Dónde te crees que vas?
-A verla…
-Déjala, chico raro.-Los ojos de Fabio resplandecieron de ira.- Más te vale que te mantengas a una distancia prudencial, porque…¿Ves esto?-le enseña su puño cerrado y Mateo asiente.-Pues vas a dejar de verlo.
Mateo retrocedió unos pasos y Óscar se puso ante él, haciendo frente al otro.
-Eres un cobarde.-siseó.- ¿Te gusta meterte con quien no puede defenderse? ¿Por qué no te metes con alguien que pueda plantarte cara, cobarde?
 El puño de Fabio voló para encontrar el rostro del otro chico, pero éste lo esquivó y se propuso contraatacar, dando con la rodilla en el estómago. El joven de los ojos verdes se dobló por la mitad, pero siguió tratando de alcanzar a su oponente. Fue capaz de darle un puñetazo en el pecho tan fuerte que sacó el aire de los pulmones de Óscar.
-¡Basta!-la voz venía del umbral de la puerta.-¡No peleéis!
Se giraron al mismo tiempo para encontrar a la Ignita en un camisón morado, con el pelo ensortijado y enredado por haber estado durmiendo.
-¿Vanessa?-dijeron al mismo tiempo.-
-¡Vanessa!-Mateo se acercó corriendo a ella y la abrazó por los hombros, sonriendo.-Me alegro de que estés bien y…
-Mateo…-se lo apartó delicadamente, sonriendo, pero con la mirada fijada en los otros chicos. Sus ojos se habían vuelto oscuros, pero ella no se había dado cuenta.- ¿Qué estáis haciendo?-dijo poniendo énfasis a cada palabra.-¿Os creéis unos niños, o qué?
Como los chicos no contestaban, se acercó a ellos y cogió a Fabio por la camisa, alejándolo del otro con una fuerza de la que no era consciente. Luego, cuando estuvo a unos dos metros, se acercó al otro y puso sus manos en su pecho, haciendo que retrocediera.
-Quiero cuatro metros de distancia entre vosotros dos. ¿Entendido?
-Pero…-comenzó Fabio.-
-¿Entendido?-lo fulminó con la mirada, con los ojos ardiendo como lo haría los de cualquier madre en su misma situación.-
El chico bajó la cabeza, con humillación y no dijo nada más.
-Eso me parecía.-se acercó a Mateo, que estaba con la boca abierta del comportamiento de ella, y lo cogió de la mano.- Vamos.
-Dó…¿Dónde vamos?
-Está atardeciendo. Quiero enseñarte algo.
-Okay…
Y se fueron, dejando a Óscar y Fabio con la mirada atónita

***

Vanessa lo llevó a una colina que había cerca de su casa. Había un pequeño río que bordeaba aquel accidente geográfico, unos cuantos bancos, fuentes de agua potable y algunas madres con sus hijos.
El sol caía cuando se sentaron en un banco, a la sombra de un sauce llorón. El mar de la bóveda celeste se teñía ya con naranjas y rosas en el horizonte, en aquellas alejadas montañas. Las bandadas de pájaros se alojaban en altos árboles, todo lo lejos posible de la humanidad.
Mateo miraba a Vanessa, mientras ella contemplaba el atardecer, pensando en la reciente pelea. Acercó su mano a la de la muchacha y la agarró, uniendo los dedos de ambos. La chica de los ojos verdeceos giró la cabeza y miró a su acompañante, justo cuando él, sin previo aviso, se apoderó de sus labios.
Al principio era un beso duro, presionado con fuerza, pero a medida de que pasaban los segundos, se fue haciendo más suave y dulce, como una caricia torpe.
Un brazo masculino rodeó la cintura de la chica, atrayéndola hacia sí mismo, haciendo que sus pechos se juntaran.
Vanessa tenía la mano en su torso, tal vez para alejarlo un poco, pero ella la tenía hecha un puño, agarrando su camisa con fuerza.
Por dentro, ella se sentía bien. El contraste de sus labios con los de Mateo era cálido. En su estómago, las mariposas habían decidido empezar a jugar al pilla pilla, por lo que Vanessa las sentía acariciarla por dentro con sus alas.
Era extraño, se decía. A pesar de la felicidad que sentía al estar allí, así, con Mateo, sentía un miedo horrible a que algo rompiera la magia.
Él era cada vez más seguro de sí mismo. Y, a la vez, pedía más de ella.
El dulce beso se tornó salvaje y agresivo, pero Vanessa no podía pensar, envuelta como estaba en un huracán de emociones, y ella estaba en el ojo. La joven también comenzó a querer más, a no querer separarse de aquel chico que la estaba besando.
Ella alzó los brazos y rodeó su cuello con satisfacción. Él la apretó más contra su cuerpo, y ya casi no quedaba hueco, pero querían estar más, más, mucho más cerca.
La muchacha se sentó sobre las piernas de Mateo, saboreando su boca con deleite. También olía su piel, que tenía un cierto aroma a cereza y madera.
Necesitaban aire, por lo que se dieron un momento para recuperarlo, pero cuando lo hicieron, volvieron a sus besos. Esta vez, eran menos duraderos, pero igual de intensos.
Las manos de ellas pasaron por su cabello, y Mateo las ascendió para sujetar el rostro de Vanessa. Ambos sonreían, las mariposas estaban en ambos estómagos, devorándolos por dentro.
-Oye, oye, oye.-paró primero él, sonriendo aún.- necesito volver a tu casa. Hemos dejado todo allí, y quiero enseñarte una cosa.
-Humm… ¿No puede ser un poco más tarde?-protestó ella, acurrucándose en sus brazos y haciendo descansar su cabeza en el hombro de su compañero. Por supuesto, son sus besos provocadores en el cuello incluidos.- Me gusta estar aquí…
-No.-seguía sonriendo y besó su frente.- Es algo importante para mí, y quiero compartirlo contigo.
Refunfuñó e hizo una mueca de disgusto, pero se quitó de encima.
-Está bien. Pero tenemos algo pendiente.
Mateo soltó una carcajada y se levantó, seguido por Vanessa. Se agarraron de la mano y caminaron de nuevo a la finca que habían abandonado hace un buen rato, los dos juntos y sonrientes.
Bajaron la colina poco a poco, porque les había sido más fácil subirla que ir cuesta abajo. Tenían cuidado en dónde ponían los pies, se sujetaban el uno en el otro para no caerse.
Cuando llegaron a la falda se sonrieron y siguieron caminando hasta la casa de Vanessa, aún agarrados.
Antes de entrar, se miraron de nuevo, con el rostro iluminado por la felicidad y los besos, y las caricias que habían compartido. Ella sacó las llaves y abrió la puerta, justo se toparon con Fabio a la entrada. Sus ojos estaban vidriosos y tenía varios moretones de la pelea. O tal vez de una que tuvieron después que nadie separó… El corazón de la chica se encogió ante aquella imagen tan desoladora.
Mateo rodeó sus hombros con el brazo y la atrajo, contemplándola con ojos preocupados.
-Fabio…-el chico fijó la vista en su amiga y luego en Mat.- ¿Estás bien?
-¿Estáis… juntos?-su mandíbula se tensó.-
Los chicos se miraron. ¿Qué decían? Se habían besado, y había sido agradable, ¿pero eso los convertía en pareja?
-Esto…-comenzó él.-
-Sí.-Fabio apretó las manos a sus costados con tal fuerza que los nudillos quedaron blancos.-
Se acercó al rubio que aún abrazaba a Vanessa, se inclinó y le susurró al oído. Cuando acabó, Mateo asintió, con mirada confusa, y cogió de nuevo a la joven de la mano. Se estaba tambaleando y tuvo que sujetarlo, porque estaba a punto de caer al suelo. Él era robusto y difícil de sostener, pero lo consiguió a duras penas.
-Oye…-trató de sacarlo de su embelesamiento.- ¿No querías enseñarme algo?
-¿Qué? Huh…
-Que si no querías enseñarme algo.
-Ah… Sí…
Trató de incorporarse, porque estaba apoyado en Vanessa, pero sus piernas desfallecían al intentarlo. Ella suspiró y lo ayudó a andar, Mateo la llevaba al cuarto de Derek, su hermano.
Al llegar, la joven vio maletas y equipaje por todas partes, pero de todos modos le ayudó a sentarse en la cama.
El cuarto de su hermano estaba pintado de verde pistacho, decorado con trofeos de atletismo, un ordenador de mesa y unos armarios donde él guardaba la ropa. Ahora el suelo estaba invadido por las pertenencias de otras personas.
-Vanessa… ¿Puedes acercarme esa maleta?
-¿Cuál de todas?
-La negra grande.
Ella cogió la que le decía. Era bastante grande y alargada. Medía casi como de su cabeza a sus rodillas, pero no tanto. Le dio el objeto a Mateo y se sentó en el suelo, esperando a que descubriera su contenido. Él lo abrió. Era un estuche y había una guitarra española. La muchacha enarcó una ceja, mirando extrañada el instrumento musical.
-¿Tocas la guitarra, Mat?
-Algo…-sonrió a la chica.- Te quería tocar un poco…
Ella le devolvió la sonrisa y se acomodó como pudo en el suelo, tumbándose con las manos bajo el mentón, las piernas elevadas, moviéndose, y la mirada atenta a aquel chico rubio tan atractivo.
Mateo apoyó la guitarra en su pierna y comenzó a mover sus cuerdas con un trozo de plástico. Una púa.
La tocaba bien, se dijo ella. Era una melodía lenta y llena de ritmo y sentimiento. Quedó impregnada, sobre cogida por aquella sensación de paz.
La música subía y bajaba, el corazón empapaba y, sin previo aviso, Vanessa tenía ganas de componer una canción para que Mateo tocara lo que ahora, y que ella pudiera acompañarlo con la voz. Sonreía para sí misma, y miró más fijamente al muchacho.
Tenía el ceño fruncido, se mordía el labio y no apartaba la vista de las cuerdas y los acordes. Estaba concentrado a fondo. Luego comenzó a relajarse un poco. Sus ojos se cerraron, dejó de morderse el labio y su rostro se dulcificó de forma extrema, haciéndole parecer más joven.
Ella no pudo evitar levantarse y sentarse a su lado, sobre la cama y, cuando él terminó de tocar, sonreírle ampliamente.
-Tocas bien, Mateo. ¿De quién es la melodía?
-Yo mismo la compuse… ¿Te ha gustado?-dijo con algo de timidez.-
 Era algo normal entre los artistas. Estás orgulloso de tu trabajo, pero temes el qué dirán, el cómo verán todo tu esfuerzo, si ha servido para algo o fue una perdida de tiempo.
-Ha sido precioso, Mateo.-tomó su mano, sabiendo perfectamente lo que estaba sintiendo aquel chico.- En serio, me encanta.

***

Escuchaba desde el baño una guitarra, o eso creía que era. Fabio se limpió las manos con jabón mientras seguía escuchando un sonido suave… Y venía de cerca.
Después de que Vanessa y aquel chico se fueron, había habido otra confrontación entre Óscar y él cuando las chispas volvieron a surgir en un reencuentro en el jardín.
Aquel chico era rápido y fuerte. Él, al que nunca habían conseguido golpear y que había ido a un gimnasio para aprender boxeo. Y llega ese chico con los ojos azules y lo tumba en unos cuantos golpes. Incluso llevó en brazos a Vane cuando él no pudo. Parece que nada puede dañarlo, que está tras un muro en el que nadie podía entrar o derrumbarlo.
Se miró en el espejo y su propio reflejo le devolvió la imagen de un chico con los ojos enrojecidos, la nariz hinchada, un corte en el labio y varios moretones y figuras de nudillos en su piel.
-Esto no puede seguir así…-dijo a aquel muchacho que lo miraba con pena.- No, Fabio…
Abrió de nuevo el grifo y el agua fluyó, cayendo sobre la cerámica. La dejó salir mientras se apoyaba a los costados del lavabo, para luego decidir ahuecar las manos y llenarlas de agua, echándosela sobre la cara, lo que lo sacó una mueca de dolor al sentir un escozor en el corte que tenía en su labio.
Salió del baño y aún escuchaba aquella melodía, por lo que se acercó al sitio que localizó como su origen. Era el cuarto del hermano de Vanessa.
Sin previo aviso, se dejó de escuchar lo que creía una guitarra y se arrimó a la puerta para escuchar.
“… ¿Te ha gustado?”
“Ha sido precioso, Mateo”
Fabio se separó de la puerta y fue a la cocina, dispuesto a comer algo, pues ya eran casi las dos de la tarde, a la hora a la que normalmente comía.
Al entrar en la habitación, buscó en el frigorífico y sacó un tapper con comida china dentro. Miró su interior y descubrió pato a Pekín. Cogió un tenedor y se sentó en un taburete con la espalda encorvada.
Cuando terminó y fue a dejar el cacharro en el fregadero, Óscar apareció por la puerta vistiendo una chaqueta de cuero negra que resaltaba su musculatura intachable. Fabio suspiró al ver que estaba perfectamente. Claro, no lo había alcanzado ni una sola vez.
-¿Tienes algún problema, Estelio?-dijo con desprecio aquel chico, quien se había dado cuenta de la mirada del rubio.-
-Tú eres mi problema, flipado.-rodó los ojos.-
-¡Oh, vaya! ¿La niñita se nos pone peleona?-se acercó a Fabio y le cogió los mofletes, tirando de él como si fuera un niño pequeño.-
-¡Quita, imbécil!

***

-Siéntete libre. Esa es la clave para aprender cualquier cosa.
-¿Sólo eso?-preguntó la chica de los ojos verdes.- Entonces… ¿Sentirme libre?-se mordió el labio y miró su mano, que estaba en su regazo y trató de hacer lo que le dijo Mateo.-
-¡Ah! Y tienes que imaginar cómo tu mano se enciende en fuego.
-Está bien…-se concentró de nuevo, mirando su mano con el ceño fruncido.-
Estuvo un rato así, pero no había manera, la llama no salía, la mano no quería arder.
-Esto es imposible…
-No, no lo es,-se puso tras ella, rodeando su cuerpo con los brazos y sujetando tus manos.- sólo es que no llevas mucho tiempo intentándolo y te cuesta. Mira.-miró directamente las manos de Vanessa con los ojos entrecerrados.-
De entre las líneas que definían el futuro de la chica, comenzaron a aflorar gotas de agua que, poco a poco, se elevaron en el aire, despacio y rodando sobre su eje. Subió hasta los ojos de ambos y la chica miró hacia Mateo, quien tenía apoyado su barbilla en su hombro y le sonrió. Sin darse cuenta de cómo, los labios de los dos se rozaron suavemente y esta vez no siguieron aquella acción, si no que se sonrojaron salvajemente y se apartaron el uno del otro.
Se oyó un golpe y miraron hacia la puerta, que estaba cerrada. Vanessa se levantó tan rápido como pudo y salió corriendo hacia donde había localizado aquel sonido seco.
-¡Vanessa!-Mateo fue tras ella, tratando de alcanzarla.-
Cuando llegaron, Óscar estaba en el suelo, con la mano cubriendo parte de sus labios y su mejilla, mirando a Fabio, que estaba con el brazo como si se lo hubieran vendado, mirando con odio al chico del suelo.
-¡Óscar!-acababan de aparecer Lea y Boris. Ella se agachó para mirarlo, pero a penas tenía más que un pequeño golpe.- ¿Qué ha pasado?
Aquel de los ojos cambiantes miró a Fabio casi incluso con algo de respeto.
-¡Me voy!-dijo él. Cuando su amiga trató de detenerlo, él la tomó de los hombros y la apartó.- No, Vane. Ahora no.-le dio un beso en la mejilla y se fue por la puerta principal.-
Ella se quedó mirando la puerta, con la mano en la mejilla donde le había besado y luego miró a Óscar sulfurada.
-¿Qué es lo que te crees tú? ¿Eh?-se dio la vuelta y se dirigió a su propio cuarto, cerrándolo de un portazo y poniendo el cerrojo para que nadie pudiera entrar.

***

Aquel chico con las gafas caminaba por un pasillo con las paredes de piedra, con cuadros por aquí y por allá, iluminado sólo por una linterna que tenía en sus manos.
Tenía los labios apretados y los ojos entrecerrados para tratar de ver en la casi absoluta penumbra de aquel lugar.
Se preguntó porqué su padre tuvo que elegir aquel castillo para esconderse. ¿Y quién trataría de encontrarlo, si nadie sabía que planeaban el secuestro de los Paterios?
-Mi padre no tiene solución…-suspiró por lo bajo Arturo.-
Llegó a las escaleras de caracol que bajaban. Su barandilla, que antes era de madera, había sido sustituida por unas varas de hierro negras como la noche. Los escalones, por el contrario, habían sido cambiados por unos nuevos de madera.
Bajó las escaleras, que crujían ante el peso de su cuerpo. Si en ese momento él hubiera tenido tan solo unos años menos, aquella situación en la que la luz sólo llegaba a dos metros por delante antes de que las sombras se la comieran, él habría pasado miedo, seguramente al borde de las lágrimas por el lugar.
Suspiró profundamente y siguió bajando hasta llegar al final.
Era una sala circular, también con las paredes de madera, medianamente bien iluminada por unas antorchas que se movían ligeramente por las idas y venidas de la suave brisa. En el centro de la habitación, había un hombre bajito, algo ancho de cadera y con el cabello escaso por la parte de arriba y largo fino y escaso, que le llegaba casi a los hombros, por los lados y por detrás.
Aquella persona, que estaba mirando una pared, la cual habían tapiado con ladrillos rojos, se giró y lo miró severamente.
-Señorito Sálazar.-dijo serio, con la voz muy grave y ronca, como si hubiera estado enfermo recientemente. Con un potente acento argentino.- Venga usted, esto está casi listo.
-¿Quién es usted?
-Francisco Hernández.
Se acercó al hombre y vio cómo tenía la mano extendida hacia él, por lo que la aceptó en la suya, estrechándola cordialmente.
-Dígame, señor Hernández. ¿Cómo funciona?
-Verá, señorito Sálazar.-se acercó a la pared de ladrillo, la cual estaba marcada con tiza blanca una enorme estrella de cinco puntas… Un pentagrama.- ¿Ve esto? Muy bien. Sabrá usted que es una simbología muy poderosa. De una forma o de otra, su padre ha conseguido un objeto mágico, por lo que podemos activarlo cuando queramos.-se fijó el la espada que Arturo tenía en el cinto, y un brillo sospechoso pasó por sus ojos.- Siempre que se necesite, sólo hay que dibujar esta estrella en una pared de ladrillo, porque por alguna razón, no funciona con ningún otro material. Y ahora… ¿Cuál es su destino en estos momentos, señorito Sálazar?
-Salamanca. En España. Los Paterios se han reunido allí, buscando al Ignita. ¿Qué he de hacer?
-Dame…-se acercó y trató de sacar la espada de su cinto.- tu espada…
-Esto sólo lo toco yo.-dijo, apartando a mano de Francisco, con la mirada llena de ira.- He preguntado qué he de hacer, no qué quieres robarme.
-Discúlpeme, señorito. Por favor, saque usted el filo y coloque la punta en el centro de la estrella.
Arturo sacó la espada de su padre, que empezó a brillar más intensamente, y cuando la colocó sobre el dibujo, fue tan luminoso, que lo cegó por un segundo. Cuando abrió los ojos de nuevo, el dibujo de tiza se había echado hacia delante, con relieve de casi tres centímetros.
-¿Qué narices…?-Arturo no entendía nada, era extraño y se acercó a ver más de cerca, tocando con el dedo índice la figura que acababa de salir de la pared, siendo antes sólo un dibujo en 2D. Se giró a aquel hombre y lo miró, enarcando una ceja.- ¿Qué ha pasado?
-Se podría decir que acabas de pulsar el interruptor para comenzar a transportarte de un lugar a otro. ¿Empezamos?
El chico de las gafas se mordió el labio inferior. ¿Y si algo salía mal? ¿No sería más fácil y menos peligroso coger un avión e ir a Madrid, y allí coger un tren a Salamanca?
Suspiró. Había que hacerlo, quisiera o no.
-¿Qué más tengo que hacer?
-Nada que sea difícil, a menos que estés ciego. ¡No me mires así! Las gafas no dificultan nada. ¿Puedes dejar de mirarme así? Quiero decir… ¿Puede dejar de mirarme así? Es incómodo… Muchas gracias. Ponga usted de nuevo la punta en el dibujo, pero ahora en uno de los extremos de la estrella. Más preferentemente el de arriba.
-¿Qué pasaría si la poso en el extremo inferior?
-Posiblemente será transportado a una dimensión paralela. Por lo que no es muy recomendable.
El joven resopló suavemente, recordando ese paso crucial.
-¿Y ahora?-dejó rozar levemente la espada sobre el extremo superior.-
-Ahora, baja la espada por la estrella, dibujándola con la punta del arma. ¡Pero por la derecha!
El chico bufó, y lentamente, tratando de no salirse de la marca de la pared. Empezó por arriba, y fue bajando por la derecha, luego la subió y fue a la derecha, la bajó de nuevo y acabó, cerrando la estrella, terminando donde empezó.
-Piensa el lugar donde quieres viajar.-dijo el hombre argentino.-
Cerró los ojos, bajando la espada a su cinto, guardándola en él. El nombre de la ciudad aparecía en su mente, como si estuviera grabado a fuego en las paredes de su cerebro.

***

-Vanessa…-la puerta estaba siendo golpeada suavemente por los nudillos de Mateo.- Oye… ¿Puedes abrirme?
-No… Vete…
El chico rubio se mordió el labio y siguió insistiendo.
-Oye… Por favor, ábreme… No soporto verte así…
-No me estás viendo, idiota.
-Si no me abres tú, derribaré la puerta. ¿Entendido?
Mateo oyó un bufido tras la madera y sonrió, sintiéndose ganador en aquella pequeña pelea.
Cuando ella abrió, se dio cuenta de que su pelo estaba despeinado y sus ojos hinchados en cólera. Pero estaba preciosa. La ira remarcaba ese verde de sus ojos que lo hechizaban. Tenía los labios ligeramente abiertos, por alguna razón, volvió a sentir el deseo de besarlos como hace un rato, en aquella colina.
-¿Qué?-dijo ella, con la voz dura como la piedra.-
-Quería ver si estabas bien… ¿Sabes? Estás horrible.
-¡Imbécil!-lo golpeó en el brazo y él sonrió, sujetándola de los hombros.-¡Suéltame!
-Era broma, Vanessa. Estás muy bien. Pero… ¿Qué tal si yo te…?-dejó la frase en el aire mientras acariciaba su cabello lentamente, poniéndolo en su sitio.- Así mucho mejor.
Sin dejar que contestara nada, besó sus labios, lo que la sorprendió, y esta vez no se dejó, como antes, sino que lo apartó de un empujón.
-Para…
-Pero… Antes le dijiste a tu amigo que estábamos saliendo…-Mateo sonaba dolido, con una nota de amargura en su voz.-
-¿Es lo que quieres tú?-lo miró, cruzando los brazos sobre su pecho.-
-Sí…-él estaba algo lejos por el empujón, pero con dos pasos se puso frente a ella, mirando fijamente a sus ojos.- Sí, es lo que yo quiero. ¿Me harías el honor?-le sonrió amablemente.-
-Esto…-se mordió el labio mientras se sonrojaba violentamente.- No creí que… contestarías eso…
-Pues déjame demostrarte que es lo que quiero.-la tomó de las caderas, acercándola a él, mientras posaba muy despacio sus labios en los de Vanessa.-
Ella aceptó su beso, alzando los brazos, enrollándolos alrededor de su cuello.
-Está bien…-se separó lentamente de él.- Vale, vale. Lo haré…
Él sonrió y dio pequeños besitos, empezando por sus labios, desplazándose por todo su rostro.
-Vale, vale.-rió por lo bajo, tapando sus labios con la mano y luego lo miró a los ojos.- Estás loco…
-Las mejores personas lo están.
-No robes las frases de cine.-sonrió ampliamente.-
-Tan vez eres tú, que me haces ser un poeta.
-No seas tonto…
-Es cierto. Me gustas.
En el umbral de la puerta, se oyó una tos fingida. Y bastante mal. Se giraron para encontrar a Boris, recostado en el marco, mirándolos con el semblante vacío. Tenía los brazos cruzados ante su pecho, pasando los ojos de uno a otro. Primero a Mateo, de abajo hacia arriba, y luego a la chica, de arriba abajo.
-Reunión, chicos. Hay que planear el siguiente paso.
Y, después de decir esto, se fue de allí, dirigiéndose al salón, dejándolos traspuestos y extrañados.
Elevando las cejas, Mateo cogió la mano de la chica, la dirigió con las otras personas.
La puerta de la sala estaba cerrada, lo que extrañó bastante a Vanessa, ya que nunca la había visto así, sus padres nunca la cerraban… El chico rubio abrió la puerta corrediza, descubriendo a la demás prole, sentada en los sillones, excepto Boris, que acababa de llegar de avisarlos de la pequeña asamblea.
-Bien, parece que estamos todos.-dijo Óscar, que estaba medio tumbado en el sillón más grande.- Creo que podemos comenzar…
Se enderezó en el asiento, sentándose muy erguido.
-Nos vamos a Barcelona.
-¿A Barcelona?-preguntó la Ignita.- ¿Para qué?
-Allí está el primer Maestro, y es el más cercano. No sé cuál será el próximo objetivo, supongo que nos aconsejará.
-¿Y cómo se supone que vamos a ir allí? ¿A pie?-Vanessa enarcó la deja.-
-De eso me ocupo yo.-se levantó Carina, que no había hablado mucho desde la primera vez que la había visto.-
-¿Cuándo nos vamos?
-Mañana por el medio día.-señaló el chico de los ojos cambiantes.-
-¿Tan pronto?-medio gritó la chica de los ojos verdes.-
-Cuanto antes partamos, antes llegaremos y antes acabaremos nuestra misión.
-¿Misión?
-Ella estaba inconsciente cuando le hablaste al Estelio de la misión, Óscar.-recordó Boris.-
-Bueno. Pues no me apetece repetirlo. Ya te lo explicará el Maestro.
-Haré las maletas…-dijo Vanessa suspirando.-
-Te ayudo.-se ofreció Mateo.-
-Vale…
Volvieron a salir de la mano, pero ella no se dirigió a su habitación, sino a la de su hermano. Cuando entró, fue directa a su escritorio y abrió el tercer cajón. En él estaba una cajita negra, que la joven sacó con cuidado y la abrió. Cuando Mateo se inclinó a ver su contenido, vio un colgante de plata.
-Era de mi hermano… Lo dejó mi abuelo para él, pero dejó de usarlo unas semanas antes de que muriera…-lo sacó de su sitio, y el chico rubio pudo ver mejor que era una estrella de cinco puntas, que se colocó en el cuello.-

-Espera, te ayudo.-se colocó tras ella y cerró el colgante por detrás de su nuca, dejando que la estrella quedara posando donde se unían sus clavículas, por debajo del cuello. La hizo girar y la miró. Sonrió ante su imagen.- Te queda genial.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El Beso de lo Oscuro: Capítulo 2

Se agarró a su amigo al oír nombrar a sus padres. Contenía las lágrimas a duras penas, con la ayuda de Fabio, que rodeaba su cadera con un brazo.
Mateo la contemplaba aún con la ceja levantada, aunque esperaba la respuesta a la pregunta que había formulado Leandra.
-Sus padres han muerto recientemente-comunicó Fabio en su lugar, acercándola cada vez más a su cuerpo.-
-Genial, algo menos de lo que preocuparse,-comentó Carina.-eso significa que podemos irnos a gusto, sin tener que dar muchas explicaciones a…
-¡Carina!-la regañó Lea.- Eres una insensible.
Se encogió de hombros, sin importarle lo dicho por Lea.
-Espera, espera, espera. Que me pierdo.-comenzó Mateo.- ¿No hay ningún adulto?-Vanessa negó.-Entonces…, ¿las autoridades no te meterían en algún internado?
-Vienen hoy por mí...
Los extraños se miraron entre ellos y luego fijaron la vista en Carina.
-¿Qué?-dijo en tono cortante-
-No pueden llevársela, lo sabes.-argumentó Óscar- Debemos hacer algo. Y tú puedes hacerlo.
-¿Quieres que use el Furtum?
Óscar asintió, acompañado por Boris y Mateo.
-Muy bien…-suspiró y se volvió de nuevo a Vanessa.- ¿Cómo era quien te dijo que te meterían en un internado, o lo que sea?
-No es necesario que lo hagas, Vane. No sabemos quiénes son estas personas, ni lo que quieren.
-Listillo, queremos salvar el mundo.-escupió Carina.- No es extraño que un Estelio como tú no lo entienda.-bufó.-
-Otra vez con lo del “Estelio”.
-Va, Carin. Hazlo.-le pidió Mateo.- Vanessa. Por favor, dile a Carina cómo era quien te dijo de la muerte de tus padres.
Vanessa suspiró y se concentró.
-Era un hombre, de unos treinta, cuarenta años. Algo obeso, un poco bajito…-a medida de que ella describía al agente, la atrames se acercaba a la muchacha. Cuando enumeró su forma de vestir, Carina tocó su sien.-
-No te resistas, ingrata-la avisó.-
Fabio gritó de horror, mientras que Carina desaparecía, Vanessa caía al suelo y los demás lo miraban todo, con el semblante tranquilo y sin apenas expresión.


***


Carina despertó en un sitio oscuro, sin luz, cubierto de tinieblas, donde no podía ver nada. <<Genial. Ya estoy en la cabeza de esta palurda>> pensó con desdén.
Comenzó a andar, sin dirección, solo poniendo un pie delante del otro, siempre hacia adelante.
Pasó una eternidad, o lo que parecía el infinito para ella caminando cuando, al fin, vio la luz que estaba buscando.
Giró a la izquierda y la siguió. La luminiscencia era cada vez más grande, comenzaba a envolver a la chica a medida que avanzaba.
Cuando la abrazó por completo, quedó ciega por unos instantes interminables.
Entonces vio lo que sería un pasillo blanco, como el de las películas de terror, sin un fin. Las puertas a cada lado estaban cerradas, pero con tan solo poner una mano en el “pomo” que tenía forma de un caballo corriendo, con el polvo tras sus patas. Era extraño, pues no estaba como en las casas corrientes, fuera de los cerebros de las personas, estaba en lo que venía siendo el centro de la entrada. <<Bueno, Carina. Concéntrate. Hay que buscar a un tío gordo, vestido de agente. Se creerá atractivo, el idiota…>>
Cada día de la vida de Vanessa estaba separado por losas de diferentes colores. El de hoy era verde, y el de ayer rojo. Los momentos de dolor, tenían la puerta arañada, mientras que los que se era feliz, proferían una luz resplandeciente, que deslumbraba.
En el día de las baldosas rojas, tan solo tenía un momento malo, la puerta más reciente, lo que sería la primera puerta que Carina encontró al entrar en el área roja.
Puso la mano sobre el caballo y se encontró en el salón de Vanessa.


***


-¿Qué…qué ha pasado?-balbuceó Fabio.- ¿Dónde se ha metido esa tía?
-Tranquilízate. Sólo se ha introducido en la mente de la Ignita.-trató de calmar Mateo.-
-¿De la qué?
-De tu amiga Vanessa, Estelio.-dijo Óscar.-
-¿A qué se refería vuestra amiga al decir que queríais que usara el Furtum?
-El furtum, es latín, de nuevo.-explicó Lea.- Significa robo, o robar. En el caso de Carina, lo que roba son los recuerdos. Más bien, los borra.
-¡Va a borrarle la memoria a Vane?
-¿Qué?-Lea parecía confusa.- ¡No! No, hombre. A ver cómo te lo explico… Cuando dos personas comparten una experiencia, comparten un recuerdo, ¿no? Bueno, pues es como que, al compartirlo, tienen una conexión. No va a borrarle la memoria a Vanessa. Se la va a borrar al hombre ese.
-Entonces… ¿Ella seguirá recordando su vida pasada?
-Por supuesto. No tienes nada de qué preocuparte.-sonrió Leandra.-
Fabio le devolvió la sonrisa.
-Bueno…-comenzó Boris.- Me parece que nos toca esperar. ¿Un cinquillo?
-¿De las cartas? Tío, tú estás mal de la chola.-comentó el chico rubio.-
-Anda, Mateo. No seas así. Tengo una baraja de cartas aquí mismo.
-¡Yo creo que podría ser divertido!-exclamó Lea.-
-¿Te apuntas, Óscar? ¿Estelio, tú?
-Yo paso.
-¡No me llames Estelio!
Boris se encogió de hombros y sacó la baraja.
-Lea, no podemos jugar un cinquillo, somos solo dos. ¿Mejor una escoba?
-Vale.
Fabio rodó los ojos y se sentó al lado de su amiga inconsciente, la cual habían vuelto a colocar en el asiento que había estado utilizando cuando la encontraron.
-Estáis como cabras…
-Si yo te contara…-Óscar se sentó en el otro lado de Vanessa.- No sabes lo mal que están…
-¡Venga, que mejor me uno!-los interrumpió Mateo a grito pelado.-
-¡Mat! ¡Aquí a mi ladito!-propuso la chica, también gritando.-
-¡Dios!-Fabio suspiró y dirigió la mirada a Óscar.- ¿Cómo puedes soportarlos? Son como dos niños pequeños.
-¿Mateo y Lea? Sí, la verdad. Son bebés grandes. Pero son buenos chicos, frecuentemente, Carina les hace bromas pesadas, pero no son rencorosos.
-Antes, Carina había dicho que teníais que salvar el mundo… ¿A qué se refería? ¿Es cierto eso?
-A Carina se le va mucho la lengua… No puedo decirte nada, tendría que consultarlo con los Maestros.
-¿Puedo, al menos, saber para qué queréis a Vane?
-Verás…-Óscar suspiró.- Somos, ¿cómo decirlo? Elementos. Cada uno de nosotros tiene poder sobre su elemento, por ejemplo, yo, controlo el hielo, no me daña. Tu amiga, es también como yo, bueno, no como yo, todo lo contrario, más bien. Ella es el fuego…
-¡Siete de oros! ¡Toma! Os voy ganando, Lea y Boris.
-A lo que íbamos-prosiguió Óscar, después de que Mateo lo interrumpiera gritando.- Aún no controlamos del todo nuestro poder, por lo que tenemos que viajar para aprender. La más avanzada es Carina, puesto que sus abuelos la hicieron aprender lo básico, violando la ley de los seis Maestros, que prohíbe enseñar a los pupilos las artes de la naturaleza.
-¿Qué elementos sois?
-Somos seis, Agua, Arena o Tierra, Aire, Fuego, Hielo y el elemento Oscuro.
-Pero… Si hay oscuridad… ¿No debería haber luz?
-Me he hecho esa pregunta muchas veces, y aún no he encontrado respuesta…


***


Carina observó la escena en la que Vanessa era enterada de la muerte de sus padres.
El timbre sonó mientras ella estaba en su habitación escribiendo en un cuaderno.
Vio cómo se levantaba y miraba la hora en su reloj. Era tarde, casi de noche. Los últimos rayos del sol se colaban por la ventana del cuarto de la chica.
Vanessa abrió la puerta y el agente apareció tras ella.
-¿Es la señorita Vanessa Amiriota?
<<Es mi turno>> Se acercó a aquel hombre y tocó, sin ser vista, su frente.
Volvió a estar en un pasillo blanco, con zonas del suelo de diferente color. Suspiró y, una a una, buscó la puerta que conducía al recuerdo de encontrar a los familiares de los fallecidos.
Cuando lo encontró, se internó en él.
Carina estaba en la carretera. Había humo, fuego y escombros por todas partes. Dos coches habían colisionado.
Inspeccionó la zona. Había varios agentes de policía en la zona acordonada. <<Vaya. Voy a tener que destruirlo de forma  global…>>
El causante del recuerdo era el mismo accidente. Tan solo se acercó al lugar del choque, que eran los morros de ambos vehículos. Ahí, tan solo para su vista, estaba la forma de cambiar el recuerdo.
Era una superficie transparente, pero con una sobra rectangular. Como una pantalla.
Apoyó la mano sobre aquella forma, que estaba encima del capó del coche rojo, bastante destrozado. Cuando lo hizo, una nube azulada se elevó hasta estar frente los ojos de Carina.
En la nube estaban dos opciones: Individual y Colectivo.
La palabra COLECTIVO se iluminó de tal manera, que la escena fue inundada en un dorado cegador. Durante unos segundos tan solo se veía la inmensidad de la nada. Un estupor dorado. Y, poco a poco, se fue desvaneciendo. Cuando todo volvió a la normalidad, el recuerdo empezó a romperse, literalmente. Pedazo a pedazo, aquella escena se rompía, como un puzle, dejando debajo un fondo gris perlado, se oía cada pieza caer al suelo y romperse en mil cristales de colores variados. Los temblores hacían tambalearse a Carina, que se puso a correr a lo que quedaba de la luz dorada, en forma de puerta. Pero el recuerdo iba rompiéndose con mayor rapidez, e iba llegando a la puerta por la que debía salir la muchacha.
Estaba ahí, a tan solo cuatro metros de ella. Y el abismo estaba tras sus talones, siguiendo sus pisadas cada vez más deprisa.
La chica dio un salto y el recuerdo quedó reducido a cenizas ante sus ojos, ya a salvo en aquel pasillo blanco.
La puerta se cerró con un fuerte portazo, quedando con grietas del tamaño de un brazo adulto y, segundo a segundo, se fue convirtiendo en cenizas sobre el suelo.
<<Por los pelos. A ver ahora cómo hago para volver…>>
Suspiró y se sentó con las piernas cruzadas. Puso las manos sobre sus ojos, como cuando un niño va aponerse a llorar, pero ella no lo hizo. De sus labios salían palabras extrañas, ininteligibles, de un lenguaje arcaico. A su alrededor comenzaron a flotar símbolos en un morado tan oscuro que era casi negro, palpitaban a cada sílaba de Carina y se fueron extendiendo sobre ella hasta envolverla en una áspera manta de humo.


***


-Entonces no sabéis si hay un elemento luminoso…
-Para nada. Pero tampoco tenemos intención de comernos la cabeza con eso.
En el suelo, envuelta de una nube negra, apareció Carina, con el semblante pálido y cansado. El humo se disipó en el aire mientras los jugadores de las cartas se levantaban al haber terminado el tiempo de espera.
Carina no se movía, es más, temblaba como la gelatina. Estaba a punto de caer al suelo de lado, cuando Óscar la sujetó y le tocó la frente.
-Está helada…-miró a los presentes e indicó la casa-Debemos llevarla adentro.
-Hey, hey, hey. ¿Y qué pasa con Vanessa?-Fabio miró a su amiga, aún dormida en sus brazos-¿La vais a dejar aquí?
-Él tiene razón, Óscar…-afirmó Mateo-
-Está bien… Boris, coge tú a Carina, que yo llevaré a Vanessa.
-De eso nada-exclamó de nuevo Fabio, poniéndose en contra de los extraños.- Yo llevaré a Vanessa.
El chico que decía ser el hielo enarcó una ceja, como dudando de que aquella persona pudiera levantar a la chica.
-Venga, entonces.-hizo un gesto con la cabeza a Boris, que se acercó y cargó con su compañera en brazos.-Tu turno, Estelio.
-¡Mi nombre es Fabio!-se levantó y metió los brazos bajo la cintura y cuello de la muchacha. La levantó a duras penas, pero lo hizo. Comenzó a andar, con las piernas temblándole, poniendo en peligro a Vanessa.-
-Trae, inútil.-el chico de los ojos cambiantes se acercó a Fabio y cogió en brazos a Vanessa, de una forma tan firme, que parecía elevar una pluma.-
Fabio bufó y se puso el primero para ir abriendo las puertas.
A Carina la dejaron en la antigua habitación del hermano de Vanessa, Derek. Y a Vanessa en la suya.
Fabio se quedó con su amiga, en una silla que había puesto cercana a su cama y la observaba dormir.
-Vane…-su voz era preocupada.- Espero que puedas oírme. No confío en estas personas. Ni si quiera estoy seguro de que sean personas.-cogió la mano de la chica y se la acercó a los labios.- Sé que no siempre he sido el mejor amigo que hayas podido tener, pero quiero que sepas, que te quiero, y pase lo que pase, vayas a donde vayas, Vane, voy a ir contigo. Si estas personas te llevan a algún lado, iré contigo. Nunca te dejaré. De alguna forma, no imagino quién va a estar a mi lado cuando reciba la noticia de que Ale ha vuelto ser detenida. No quiero… No puedo perderte, Vanessa. Eres mi mejor amiga, y el mundo sin ti no sería más que tinieblas… Y sabes que yo soy de todo menos un chico que le guste reconocer sus sentimientos, me conoces…-suspiró.-Por alguna razón creía que al hablarte de esta forma te despertarías…-se levantó de la silla, dejó la mano sobre el pecho de la adolescente y se inclinó.- De todos modos… En algún momento debía decírtelo… ¿No? Bueno, como tú siempre dices… Mejor tarde que nunca.-bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron los de ella.-
Era una textura agradable, suave y cálida. La sangre comenzó a correr con mayor velocidad por las venas de Fabio y sentía la adrenalina al hacer algo que jamás habría pensado en hacer. Era como una droga recorriendo su cuerpo de arriba a abajo, formando una dulce corriente eléctrica por los nervios, dando un escalofrío por la médula espinal, recorriendo la columna. Se separó de ella y acarició su mejilla.
-Tenía que decírtelo, Vane…-acercó su boca a su oído.- Y lo que tenía que decirte es que te amo.
Al ver que su amada no se movía, salió de la habitación, avergonzado por sus actos. Cerró la puerta tras de sí, con cuidado cuando comenzó a oír un murmuro al otro lado del pasillo.
Se acercó silencioso a la esquina, donde aguardó y escuchó la conversación.
-Entonces… ¿Qué hacemos con el Estelio?-preguntó la voz de Mateo.-
-Debemos tratar de alejarlo de la Ignita. No puede seguirnos en este viaje, solo sería una molestia.-contestó la voz de Óscar.-
-Pero ella no dejará que se quede solo…
-Pues tendremos que hacer que no pueda moverse, Mateo.
-¿Quieres decir, que le rompamos una pierna o algo así?
-Sí, algo así. Si no atiende a razones, claro.
-Pero… ¿Y si ella se entera?
-No lo hará.
No quiso escuchar nada más. Fabio se fue de nuevo a la habitación de Vanessa, pensando en que se tendría que defender para poder estar con Vanessa, a su lado, como siempre.
Cuando llegó, ella acababa de abrir los ojos y él se acercó hasta la cama y cogió de nuevo su mano, algo sonrojado, pues la confesión de sus sentimientos aún seguía latente.
-Hey.-sonrió Vane algo somnolienta y con una nota de dolor y cansancio.-
-Hola.-la ayudó a incorporarse mientras sonreía y acariciaba su frente, que había comenzado a sudar.-¿Qué tal, cariño?
-Bueno… Se puede mejorar… ¿Y tú?
-Yo estoy bien.-se sentó en la cama con ella.-¿Recuerdas quién soy?
-Por supuesto.-sonrió ampliamente y apretó la mano de Fabio.- Eres mi mejor amigo.
-Creía que no te acordarías de mí.
-¿Cómo no me voy a acordar de ti? Ah… He tenido un sueño muy raro…
-¿Sobre unas personas que controlaban los elementos?
-¡Sí!-exclamó Vanessa.-¿Cómo lo sabes?
-Son reales. Están en la casa.
-También que tú me besabas y me decías que me amabas… Pero eso es imposible.-se rió mientras Fabio se sonrojaba más.- Hey, ¿qué ocurre?
-¿Qué? Ah, creo que me duele la cabeza…-inventó él.-
-¿De verdad?-sonaba preocupada y se pegó a la pared.-Ven, duerme un poco, Fabio.
Él se tumbó en la cama de costado, mirando a su amiga. Ella se acercó y apoyó la cabeza en la almohada, cerrando los ojos con intención de dormir.
-Estoy súper cansada…
-Pues duerme.-dijo su amigo con tono irónico.-
-Sigo sin entender porqué me necesitan estas personas… No los conozco de nada, y sin embargo, es como si lo supiera todo de ellos.  ¿Has conocido a Mateo? Me parece…
-¿Un bebé grande?
¡No!-Vanessa se rió y le sonrió.- No, un chico muy amable y… Bastante atractivo.-no se dio cuenta de la sonrisa que puso cuando lo dijo, pero Fabio sí.-
-¿Y qué hay del tal Óscar? Es un poco… raro…
-Frío.-le interrumpió ella.- Parece que nada le importa, que nada le trastorna. No sé… La verdad, me da algo de miedo ese tipo. Aunque parece inteligente…
-Y mujeriego.-le tocó interrumpir esta vez a Fabio.- Conozco a ese tipo de chicos. Lo que viene siendo un “Chico Malo”, y a las mujeres eso les gusta mucho. ¿Y sus ojos? Creo que tal vez es lo que más atraería a una moza. Y ya que estamos hablando de los integrantes de este extraño grupo… ¿Leandra, Carina y Boris?
-Leandra me cae bien, también es muy dulce. Es así, pequeñita, que te dan ganas de abrazarla y protegerla de todo. Carina… Carina es muy arisca… Creo que no le gusta mucho la gente… Que prefiere estar sola. Y Boris… Es parecido a ella, solo que un poco más amable.
-Entonces, nuestros amigos, entre comillas-hizo el gesto de las comillas con los dedos.- son: Mateo y Lea. ¿No?
-Sí, eso parece. Oye, ¿a ti no te dolía la cabeza?
-¿Y tú no estabas cansada?
Le sonrió y acomodó la almohada bajo su cabeza y cerró los ojos. Mientras, él la estaba mirando sonriendo, recorría con la mirada su rostro, observando cada detalle suyo. Las largas pestañas negras, las cejas perfiladas, tenía un pequeño lunar sobre el labio, a la izquierda; y los labios entreabiertos  dejaban ver uno de los dientes delanteros sin un pequeño trozo, a penas visible si no te fijabas mucho. Había sido debido a su hermano mayor, Derek. En un verano en el que habían comprado una piscina de goma y ella, con unos siete años, estaba buceando, cuando su hermano se le cayó encima, golpeando aquella preciosa boca contra el suelo. Ella le había contado el dolor que había tenido durante dos semanas enteras, y lo afilado que estaba el diente roto en aquellos momentos, pero pasado el tiempo, se fue limando y ya era como los demás, suave al tacto de la lengua.<<Algún día veré por mí mismo cuán suave está>> pensó y se levantó, al darse cuenta de que ella se había dormido. Se acercó al escritorio de Vane y cogió su cuaderno de rap. Fue pasando las páginas hasta ver uno que no había leído. En él decía que, se sentía extraña, que nunca había pensado en el fuego de la forma en que ahora lo hacía. Pasó a la siguiente y, no era música. Era la descripción de un sueño…

…Entonces los ángeles cayeron. Eran cinco, con túnicas de diferentes colores. Uno de ellos se acercó a mí e hizo como que trataba de salvarme. Me dolía la espalda, y cuando miré, tenía alas del color de las llamas, trataba de elevar el vuelo, pero las manos tiraban de mi hacia abajo, cada vez más y…

Dejó de leer. Aquellas palabras transmitían una desesperación tal, que era complicado pensar que aquellas emociones se debieran a tan solo un sueño… La puerta se abrió de golpe, dando lugar a la figura de Óscar, con el rostro serio, como de costumbre.
-Estelio, ven conmigo.-se fijó en Vanessa, y los ojos cambiaron de un gris metalizado a un verde oliva. Volvió a mirar a Fabio, y los ojos volvieron a su color original.- No la despiertes.
Con el cuaderno aún en la mano, salió de la habitación despacio, pasando al lado de Óscar con la cabeza bien alta, apretando el objeto contra su pecho, el único indicio de su nerviosismo. 
-Por aquí, por favor.-indicó el chico moreno, señalando el pasillo que llevaba al salón.- Te estamos esperando todos.
Cuando cruzó aquel pasillo, de color vainilla, el corazón le latía  muy rápido, y sentía un nudo en la garganta, que trataba de desenredar tragando saliva, pero el maldito seguía enredado ahí, dificultándole la respiración. Cuando entró en la sala, todos estaban sentados en dos sillones de los tres, de un color crema algo roto, a cada lado de una mesa de cristal, a excepción de uno, por lo que tenía tres de sus lados, guardados por un sillón cada uno. Dos de ellos, eran grandes, mientras que el otro, era de una persona. Fabio se sentó en el que no estaba ocupado, el más pequeño, y esperó a que los desconocidos hablasen.
-Bueno, ahora que estamos todos aquí,-comenzó Óscar.- hay que decirle al Estelio…-vio la cara de Fabio y se corrigió a si mismo.- a Fabio, lo que está pasando y lo que debe hacer. ¿Mateo? ¿Haces los honores?
-Claro. A ver, Fabio. La misión que tenemos entre manos es muy peligrosa, por lo que no podemos dejar que vengas, ya que, tú no posees ningún control sobre ningún elemento, y sólo serías una…-eligió bien sus palabras.- distracción.
-Muy bien por vosotros, pero yo he prometido a Vanessa que siempre estaría a su lado, y no pienso romper mi juramento, porque no sólo la estaría engañando a ella, también lo haría a mí mismo, y no pienso hacerlo.-al ver que nadie respondía, siguió hablando.- Pero tengo una pregunta.-dejó el cuaderno sobre la mesa, dejando al descubierto la escritura del sueño de su amiga.-¿Qué es eso?
-Está bien claro, Estelio.-intervino Canina.- Se llama cuaderno, es donde la gente escribe cosas para la posteridad, para recordarlas, o porque se aburren.
-No me refiero a eso, querida.-dijo sarcásticamente.- Lee lo que hay escrito.
Boris, que era el que más cerca estaba del cuaderno y se lo pasó a la chica, quien lo tomó en sus manos y comenzó a leer.
A medida que sus ojos bajaban, su ceño se fruncía y observaba con mayor detenimiento lo que decían las palabras. Cuando terminó, miró directamente a Fabio y preguntó:
-¿Cuándo ha escrito esto?
-No lo sé, pero debe de ser hace poco, tal vez unas horas, porque ella no sabía hasta ayer por la noche que sus padres habían muerto…
-Tampoco conocía nuestra identidad, así que, puede haber sido hace más tiempo. Escuchad, chicos-volvió a fijar la vista en el manuscrito y leyó la parte que les convenía.- Ella dice: “Eran cinco, con túnicas de diferentes colores… Me dolía la espalda, y cuando miré, tenía alas del color de las llamas”-los miró y siguió leyendo, algo que Fabio no había leído.- “Los cinco ángeles vestían de color  marrón claro, celeste, negro, de blanco y el último de azul pálido.
Levantó la vista y vio cómo los rostros de sus compañeros habían cambiado, con expresiones preocupadas y extrañadas. Miraron a Fabio, con la boca abierta.
-¿Qué?-exclamó Fabio, a la defensiva.-
-Son nuestros elementos.-explicó Mateo.-Los ha dicho todos, los seis. Los nuestros y el suyo.
-¿Todos?-El chico rubio no lo entendía.- Eso es, ¿como que ha adivinado el futuro?      
-Más bien,-comenzó Óscar.- que nuestro subconsciente le ha puesto de sobre aviso de que veníamos. Lo que viene siendo, que su parte elemental, ha sentido a los demás y se lo ha dicho, a través de un sueño, como es visible.
-¿Y por qué la agonía? Se siente su sufrimiento a través de las letras, ¿o soy el único que lo siente?
-Acababa de perder a sus padres, y unas manos estaban tratando de hundirla en el barro. Es comprensible que estuviera asustada.-dijo Boris, quien tenía ahora en cuaderno.- No creo que esto le haga ningún daño.-se encogió de hombros.- Es más, creo que esto le ayudará a que afronte la realidad.
-Yo creo que tiene razón…-dijo en apenas un susurro Lea.- No creo que le vaya a hacer mal alguno este sueño.
-Entonces…-decía algo dudoso Mateo.- ¿No le va a pasar nada? ¿Estáis seguros?-al ver que todos asentían, expulsó el aire que parecía que había estado soportando por bastante tiempo.- Eso es genial…
Fabio vio cómo Mateo miraba al pasillo, aquel que daba al cuarto de Vanessa. La sonrisa de Mateo era amplia, y los ojos le brillaban de una manera que el Estelio conocía muy bien, de tantas veces que los ojos le habían brillado así a él.
-Si me disculpan.-se levantó para volver con su amiga.-Me gustaría estar con Vane un rato.