lunes, 11 de noviembre de 2013

El Beso de lo Oscuro: Capítulo 3





Más allá, cerca de las costas de Río Negro, Argentina, dos hombres hablaban  con la voz elevada. Uno de ellos, el más joven, tenía el pelo castaño, algo largo; los ojos pardos se escondían tras unas gafas de cristal plateadas. A pesar de ser el más joven-no aparentaba más de diecisiete- era más alto que la otra persona, quien movía las manos de una forma amenazadora a aquel muchacho, pero él no se movía, sus ojos estaban clavados en aquel quien lo apuntaba y gritaba su nombre. No era muy mayor, apenas llegaba a los treinta y cinco años, pero las marcas del tiempo dejaban huella alrededor de sus ojos y en la frente, especialmente en el entrecejo. El cabello era casi idéntico que el del otro chico, solo que algo más claro, y los ojos eran oscuros, negros como la noche; a pesar de su edad, aún se entreveía el atractivo que debió tener a los veinte años.
-…Por eso debemos capturar a los Paterios. Pero no olvides que los más importantes son el agua y el fuego, ¿me has entendido? No puedes fallarme en esto, Arturo. Como te he dicho, los principales son el agua y el fuego, pero debes encontrarlos a todos, a los seis.
-Lo haré, padre.
-La última vez que los han visto, ha sido en Salamanca, en España. Se están moviendo, están todos reunidos. Pero sabemos dónde deben ir a encontrar a sus Maestros. Cada uno está en el lugar de origen de cada Paterio, menos el del fuego. Nuestros espías han informado de que aquel Maestro se fue a las afueras, a Finlandia. Ven,-tomó al recién nombrado Arturo de un brazo y lo condujo a un mapamundi que había en la pared. Lo arrancó de ella y lo puso sobre una mesa cercana.- los Maestros están aquí. Hay dos en Europa. Aquí y aquí.-apuntó en España y en Finlandia.- Y los restantes están en América latina. Hay uno aquí.-con el dedo, señaló Perú.- En Perú está el Maestro de los a'risen. En Uruguay,-posó el dedo sobre aquel país.- el de los aquames. Y los dos últimos, viven en México.
-¿Pero cómo sabré dónde está cada uno?
-El de España está en Barcelona. El que se trasladó a Finlandia, Satakunta.  Los de Máxico viven bastante cerca el uno del otro, posiblemente se conozcan entre ellos. Viven por Durango. En Uruguay vive en Salto. Y en Perú, no estamos seguros si está por Cuzco, o Madre de Dios.
-¿Y cómo me voy a ir desplazando? Supongo que primero irán al de Barcelona, ya que es el más cercano…
-Posiblemente. Por el transporte no te preocupes, están haciendo los últimos arreglos al portal.
-¿Portal?-Arturo enarcó una ceja, extrañado.- Yo creía que eso era sólo un mito…
-No lo es. Tampoco que las leyes de los Paterios prohíben el uso de armas de fuego. Nuestra asociación, mejor dicho, nuestra sangre, la tuya y la mía, no nos permiten usarlas, tampoco. Una vez me preguntaste el porqué de tu adiestramiento con espadas, dagas, arcos y demás armas blancas. Esa es la explicación.
El chico asintió y esperó a las indicaciones de su padre, pero éste no se movía, parecía que estaba en plena meditación, cosa que hacía alguna que otra vez.
-Antes de irte, Arturo, debo darte una nueva espada. Ha estado en nuestra familia durante generaciones.-miró a su hijo con aquellos negros ojos que parecía que enviaban un destello de emoción. Se acercó a un baúl de madera que había al otro lado de la habitación y lo abrió. No había nada, hasta que él levantó el fondo y apareció una espada, con la empuñadura de oro, incrustada en joyas. Zafiros, esmeraldas y rubíes.- Esta es para ti. Las mejores espadas tienen nombre, el de esta, es Sedrinda, la grandiosa. No es una espada común, Arturo. Fue forjada por uno de losrandes herreros del siglo XV. Es diferente a cualquier otra, se las llaman Espadas Legendarias. Espero que la cuides bien, hijo.
Arturo se acercó a su padre y tomó la espada en las manos. La contempló por largo tiempo, admirando el arma con detenimiento. A simple vista, parecía una espada normal. Cara, pero normal. Pero si se observaba el filo atentamente, se descubría una suave bruma azulada a su alrededor.
-Entonces, Padre… ¿Qué debo hacer ahora?
-Irás a Barcelona y allí los capturarás a todos. Aunque tengas que hacerlo uno a uno, o tenderlos una trampa y secuestrarlos a todos a la vez, pero tráemelos.
Arturo asintió, metió a Sedrinda en el cinto, y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
Cuando la madera tocó su final, una silueta salió de las sombras. Vestía una túnica holgada y oscura, una capucha le tapaba el rostro, por lo que sólo se veían sus pies, enfundados en botas marrones de cuero. Entonces su voz grave, ronca y desgastada por los años habló.
-¿Estás seguro de que ese muchacho nos servirá, Hernán?
-Es mi hijo, Isaac. No puede fallar…
-Sabes que nuestra misión es importante. No podemos dejarla en manos de cualquier persona, no podemos confiar en nadie si queremos ganar, vencer. No es tan complicado de entender, ¿verdad?
Hernán asintió mientras suspiraba y miraba la puerta por la que se había ido su hijo.
-Como el agua…

***


-¡Deja de gritar!
-¡Yo no estoy gritando, Carina!
-¡Es suficiente!-Mateo miró a Óscar y a Carina.- No queremos que Vanessa se despierte.
-Eso serás tú, Mat. No nosotros.
-Habla por ti, atrames.-dijo el chico de los ojos cambiantes a Cari.-No todo lo que tú pienses lo piensan otras personas, no eres el culo del mundo.
-Evidentemente, si fuera el culo del mundo, todos estaríais mirando mi precioso trasero.
Mateo y Óscar rodaron los ojos y, Boris, quien prefería no meterse en la pelea, golpeó su frente con la palma de su mano. Haciendo, lo que decían los jóvenes de ahora, un Face Palm.
En ese momento, Fabio apareció por la puerta, con cara de pocos amigos.
-¿Queréis bajar la voz, pedazos de idiotas? Vane necesita descansar. Ya habéis estado a punto de despertarla.
Mateo se levantó del sillón en el que estaba sentado y pasó por el lado del Estelio, dirigiéndose al cuarto de Vanessa.
-Hey, hey. ¿Dónde te crees que vas?
-A verla…
-Déjala, chico raro.-Los ojos de Fabio resplandecieron de ira.- Más te vale que te mantengas a una distancia prudencial, porque…¿Ves esto?-le enseña su puño cerrado y Mateo asiente.-Pues vas a dejar de verlo.
Mateo retrocedió unos pasos y Óscar se puso ante él, haciendo frente al otro.
-Eres un cobarde.-siseó.- ¿Te gusta meterte con quien no puede defenderse? ¿Por qué no te metes con alguien que pueda plantarte cara, cobarde?
 El puño de Fabio voló para encontrar el rostro del otro chico, pero éste lo esquivó y se propuso contraatacar, dando con la rodilla en el estómago. El joven de los ojos verdes se dobló por la mitad, pero siguió tratando de alcanzar a su oponente. Fue capaz de darle un puñetazo en el pecho tan fuerte que sacó el aire de los pulmones de Óscar.
-¡Basta!-la voz venía del umbral de la puerta.-¡No peleéis!
Se giraron al mismo tiempo para encontrar a la Ignita en un camisón morado, con el pelo ensortijado y enredado por haber estado durmiendo.
-¿Vanessa?-dijeron al mismo tiempo.-
-¡Vanessa!-Mateo se acercó corriendo a ella y la abrazó por los hombros, sonriendo.-Me alegro de que estés bien y…
-Mateo…-se lo apartó delicadamente, sonriendo, pero con la mirada fijada en los otros chicos. Sus ojos se habían vuelto oscuros, pero ella no se había dado cuenta.- ¿Qué estáis haciendo?-dijo poniendo énfasis a cada palabra.-¿Os creéis unos niños, o qué?
Como los chicos no contestaban, se acercó a ellos y cogió a Fabio por la camisa, alejándolo del otro con una fuerza de la que no era consciente. Luego, cuando estuvo a unos dos metros, se acercó al otro y puso sus manos en su pecho, haciendo que retrocediera.
-Quiero cuatro metros de distancia entre vosotros dos. ¿Entendido?
-Pero…-comenzó Fabio.-
-¿Entendido?-lo fulminó con la mirada, con los ojos ardiendo como lo haría los de cualquier madre en su misma situación.-
El chico bajó la cabeza, con humillación y no dijo nada más.
-Eso me parecía.-se acercó a Mateo, que estaba con la boca abierta del comportamiento de ella, y lo cogió de la mano.- Vamos.
-Dó…¿Dónde vamos?
-Está atardeciendo. Quiero enseñarte algo.
-Okay…
Y se fueron, dejando a Óscar y Fabio con la mirada atónita

***

Vanessa lo llevó a una colina que había cerca de su casa. Había un pequeño río que bordeaba aquel accidente geográfico, unos cuantos bancos, fuentes de agua potable y algunas madres con sus hijos.
El sol caía cuando se sentaron en un banco, a la sombra de un sauce llorón. El mar de la bóveda celeste se teñía ya con naranjas y rosas en el horizonte, en aquellas alejadas montañas. Las bandadas de pájaros se alojaban en altos árboles, todo lo lejos posible de la humanidad.
Mateo miraba a Vanessa, mientras ella contemplaba el atardecer, pensando en la reciente pelea. Acercó su mano a la de la muchacha y la agarró, uniendo los dedos de ambos. La chica de los ojos verdeceos giró la cabeza y miró a su acompañante, justo cuando él, sin previo aviso, se apoderó de sus labios.
Al principio era un beso duro, presionado con fuerza, pero a medida de que pasaban los segundos, se fue haciendo más suave y dulce, como una caricia torpe.
Un brazo masculino rodeó la cintura de la chica, atrayéndola hacia sí mismo, haciendo que sus pechos se juntaran.
Vanessa tenía la mano en su torso, tal vez para alejarlo un poco, pero ella la tenía hecha un puño, agarrando su camisa con fuerza.
Por dentro, ella se sentía bien. El contraste de sus labios con los de Mateo era cálido. En su estómago, las mariposas habían decidido empezar a jugar al pilla pilla, por lo que Vanessa las sentía acariciarla por dentro con sus alas.
Era extraño, se decía. A pesar de la felicidad que sentía al estar allí, así, con Mateo, sentía un miedo horrible a que algo rompiera la magia.
Él era cada vez más seguro de sí mismo. Y, a la vez, pedía más de ella.
El dulce beso se tornó salvaje y agresivo, pero Vanessa no podía pensar, envuelta como estaba en un huracán de emociones, y ella estaba en el ojo. La joven también comenzó a querer más, a no querer separarse de aquel chico que la estaba besando.
Ella alzó los brazos y rodeó su cuello con satisfacción. Él la apretó más contra su cuerpo, y ya casi no quedaba hueco, pero querían estar más, más, mucho más cerca.
La muchacha se sentó sobre las piernas de Mateo, saboreando su boca con deleite. También olía su piel, que tenía un cierto aroma a cereza y madera.
Necesitaban aire, por lo que se dieron un momento para recuperarlo, pero cuando lo hicieron, volvieron a sus besos. Esta vez, eran menos duraderos, pero igual de intensos.
Las manos de ellas pasaron por su cabello, y Mateo las ascendió para sujetar el rostro de Vanessa. Ambos sonreían, las mariposas estaban en ambos estómagos, devorándolos por dentro.
-Oye, oye, oye.-paró primero él, sonriendo aún.- necesito volver a tu casa. Hemos dejado todo allí, y quiero enseñarte una cosa.
-Humm… ¿No puede ser un poco más tarde?-protestó ella, acurrucándose en sus brazos y haciendo descansar su cabeza en el hombro de su compañero. Por supuesto, son sus besos provocadores en el cuello incluidos.- Me gusta estar aquí…
-No.-seguía sonriendo y besó su frente.- Es algo importante para mí, y quiero compartirlo contigo.
Refunfuñó e hizo una mueca de disgusto, pero se quitó de encima.
-Está bien. Pero tenemos algo pendiente.
Mateo soltó una carcajada y se levantó, seguido por Vanessa. Se agarraron de la mano y caminaron de nuevo a la finca que habían abandonado hace un buen rato, los dos juntos y sonrientes.
Bajaron la colina poco a poco, porque les había sido más fácil subirla que ir cuesta abajo. Tenían cuidado en dónde ponían los pies, se sujetaban el uno en el otro para no caerse.
Cuando llegaron a la falda se sonrieron y siguieron caminando hasta la casa de Vanessa, aún agarrados.
Antes de entrar, se miraron de nuevo, con el rostro iluminado por la felicidad y los besos, y las caricias que habían compartido. Ella sacó las llaves y abrió la puerta, justo se toparon con Fabio a la entrada. Sus ojos estaban vidriosos y tenía varios moretones de la pelea. O tal vez de una que tuvieron después que nadie separó… El corazón de la chica se encogió ante aquella imagen tan desoladora.
Mateo rodeó sus hombros con el brazo y la atrajo, contemplándola con ojos preocupados.
-Fabio…-el chico fijó la vista en su amiga y luego en Mat.- ¿Estás bien?
-¿Estáis… juntos?-su mandíbula se tensó.-
Los chicos se miraron. ¿Qué decían? Se habían besado, y había sido agradable, ¿pero eso los convertía en pareja?
-Esto…-comenzó él.-
-Sí.-Fabio apretó las manos a sus costados con tal fuerza que los nudillos quedaron blancos.-
Se acercó al rubio que aún abrazaba a Vanessa, se inclinó y le susurró al oído. Cuando acabó, Mateo asintió, con mirada confusa, y cogió de nuevo a la joven de la mano. Se estaba tambaleando y tuvo que sujetarlo, porque estaba a punto de caer al suelo. Él era robusto y difícil de sostener, pero lo consiguió a duras penas.
-Oye…-trató de sacarlo de su embelesamiento.- ¿No querías enseñarme algo?
-¿Qué? Huh…
-Que si no querías enseñarme algo.
-Ah… Sí…
Trató de incorporarse, porque estaba apoyado en Vanessa, pero sus piernas desfallecían al intentarlo. Ella suspiró y lo ayudó a andar, Mateo la llevaba al cuarto de Derek, su hermano.
Al llegar, la joven vio maletas y equipaje por todas partes, pero de todos modos le ayudó a sentarse en la cama.
El cuarto de su hermano estaba pintado de verde pistacho, decorado con trofeos de atletismo, un ordenador de mesa y unos armarios donde él guardaba la ropa. Ahora el suelo estaba invadido por las pertenencias de otras personas.
-Vanessa… ¿Puedes acercarme esa maleta?
-¿Cuál de todas?
-La negra grande.
Ella cogió la que le decía. Era bastante grande y alargada. Medía casi como de su cabeza a sus rodillas, pero no tanto. Le dio el objeto a Mateo y se sentó en el suelo, esperando a que descubriera su contenido. Él lo abrió. Era un estuche y había una guitarra española. La muchacha enarcó una ceja, mirando extrañada el instrumento musical.
-¿Tocas la guitarra, Mat?
-Algo…-sonrió a la chica.- Te quería tocar un poco…
Ella le devolvió la sonrisa y se acomodó como pudo en el suelo, tumbándose con las manos bajo el mentón, las piernas elevadas, moviéndose, y la mirada atenta a aquel chico rubio tan atractivo.
Mateo apoyó la guitarra en su pierna y comenzó a mover sus cuerdas con un trozo de plástico. Una púa.
La tocaba bien, se dijo ella. Era una melodía lenta y llena de ritmo y sentimiento. Quedó impregnada, sobre cogida por aquella sensación de paz.
La música subía y bajaba, el corazón empapaba y, sin previo aviso, Vanessa tenía ganas de componer una canción para que Mateo tocara lo que ahora, y que ella pudiera acompañarlo con la voz. Sonreía para sí misma, y miró más fijamente al muchacho.
Tenía el ceño fruncido, se mordía el labio y no apartaba la vista de las cuerdas y los acordes. Estaba concentrado a fondo. Luego comenzó a relajarse un poco. Sus ojos se cerraron, dejó de morderse el labio y su rostro se dulcificó de forma extrema, haciéndole parecer más joven.
Ella no pudo evitar levantarse y sentarse a su lado, sobre la cama y, cuando él terminó de tocar, sonreírle ampliamente.
-Tocas bien, Mateo. ¿De quién es la melodía?
-Yo mismo la compuse… ¿Te ha gustado?-dijo con algo de timidez.-
 Era algo normal entre los artistas. Estás orgulloso de tu trabajo, pero temes el qué dirán, el cómo verán todo tu esfuerzo, si ha servido para algo o fue una perdida de tiempo.
-Ha sido precioso, Mateo.-tomó su mano, sabiendo perfectamente lo que estaba sintiendo aquel chico.- En serio, me encanta.

***

Escuchaba desde el baño una guitarra, o eso creía que era. Fabio se limpió las manos con jabón mientras seguía escuchando un sonido suave… Y venía de cerca.
Después de que Vanessa y aquel chico se fueron, había habido otra confrontación entre Óscar y él cuando las chispas volvieron a surgir en un reencuentro en el jardín.
Aquel chico era rápido y fuerte. Él, al que nunca habían conseguido golpear y que había ido a un gimnasio para aprender boxeo. Y llega ese chico con los ojos azules y lo tumba en unos cuantos golpes. Incluso llevó en brazos a Vane cuando él no pudo. Parece que nada puede dañarlo, que está tras un muro en el que nadie podía entrar o derrumbarlo.
Se miró en el espejo y su propio reflejo le devolvió la imagen de un chico con los ojos enrojecidos, la nariz hinchada, un corte en el labio y varios moretones y figuras de nudillos en su piel.
-Esto no puede seguir así…-dijo a aquel muchacho que lo miraba con pena.- No, Fabio…
Abrió de nuevo el grifo y el agua fluyó, cayendo sobre la cerámica. La dejó salir mientras se apoyaba a los costados del lavabo, para luego decidir ahuecar las manos y llenarlas de agua, echándosela sobre la cara, lo que lo sacó una mueca de dolor al sentir un escozor en el corte que tenía en su labio.
Salió del baño y aún escuchaba aquella melodía, por lo que se acercó al sitio que localizó como su origen. Era el cuarto del hermano de Vanessa.
Sin previo aviso, se dejó de escuchar lo que creía una guitarra y se arrimó a la puerta para escuchar.
“… ¿Te ha gustado?”
“Ha sido precioso, Mateo”
Fabio se separó de la puerta y fue a la cocina, dispuesto a comer algo, pues ya eran casi las dos de la tarde, a la hora a la que normalmente comía.
Al entrar en la habitación, buscó en el frigorífico y sacó un tapper con comida china dentro. Miró su interior y descubrió pato a Pekín. Cogió un tenedor y se sentó en un taburete con la espalda encorvada.
Cuando terminó y fue a dejar el cacharro en el fregadero, Óscar apareció por la puerta vistiendo una chaqueta de cuero negra que resaltaba su musculatura intachable. Fabio suspiró al ver que estaba perfectamente. Claro, no lo había alcanzado ni una sola vez.
-¿Tienes algún problema, Estelio?-dijo con desprecio aquel chico, quien se había dado cuenta de la mirada del rubio.-
-Tú eres mi problema, flipado.-rodó los ojos.-
-¡Oh, vaya! ¿La niñita se nos pone peleona?-se acercó a Fabio y le cogió los mofletes, tirando de él como si fuera un niño pequeño.-
-¡Quita, imbécil!

***

-Siéntete libre. Esa es la clave para aprender cualquier cosa.
-¿Sólo eso?-preguntó la chica de los ojos verdes.- Entonces… ¿Sentirme libre?-se mordió el labio y miró su mano, que estaba en su regazo y trató de hacer lo que le dijo Mateo.-
-¡Ah! Y tienes que imaginar cómo tu mano se enciende en fuego.
-Está bien…-se concentró de nuevo, mirando su mano con el ceño fruncido.-
Estuvo un rato así, pero no había manera, la llama no salía, la mano no quería arder.
-Esto es imposible…
-No, no lo es,-se puso tras ella, rodeando su cuerpo con los brazos y sujetando tus manos.- sólo es que no llevas mucho tiempo intentándolo y te cuesta. Mira.-miró directamente las manos de Vanessa con los ojos entrecerrados.-
De entre las líneas que definían el futuro de la chica, comenzaron a aflorar gotas de agua que, poco a poco, se elevaron en el aire, despacio y rodando sobre su eje. Subió hasta los ojos de ambos y la chica miró hacia Mateo, quien tenía apoyado su barbilla en su hombro y le sonrió. Sin darse cuenta de cómo, los labios de los dos se rozaron suavemente y esta vez no siguieron aquella acción, si no que se sonrojaron salvajemente y se apartaron el uno del otro.
Se oyó un golpe y miraron hacia la puerta, que estaba cerrada. Vanessa se levantó tan rápido como pudo y salió corriendo hacia donde había localizado aquel sonido seco.
-¡Vanessa!-Mateo fue tras ella, tratando de alcanzarla.-
Cuando llegaron, Óscar estaba en el suelo, con la mano cubriendo parte de sus labios y su mejilla, mirando a Fabio, que estaba con el brazo como si se lo hubieran vendado, mirando con odio al chico del suelo.
-¡Óscar!-acababan de aparecer Lea y Boris. Ella se agachó para mirarlo, pero a penas tenía más que un pequeño golpe.- ¿Qué ha pasado?
Aquel de los ojos cambiantes miró a Fabio casi incluso con algo de respeto.
-¡Me voy!-dijo él. Cuando su amiga trató de detenerlo, él la tomó de los hombros y la apartó.- No, Vane. Ahora no.-le dio un beso en la mejilla y se fue por la puerta principal.-
Ella se quedó mirando la puerta, con la mano en la mejilla donde le había besado y luego miró a Óscar sulfurada.
-¿Qué es lo que te crees tú? ¿Eh?-se dio la vuelta y se dirigió a su propio cuarto, cerrándolo de un portazo y poniendo el cerrojo para que nadie pudiera entrar.

***

Aquel chico con las gafas caminaba por un pasillo con las paredes de piedra, con cuadros por aquí y por allá, iluminado sólo por una linterna que tenía en sus manos.
Tenía los labios apretados y los ojos entrecerrados para tratar de ver en la casi absoluta penumbra de aquel lugar.
Se preguntó porqué su padre tuvo que elegir aquel castillo para esconderse. ¿Y quién trataría de encontrarlo, si nadie sabía que planeaban el secuestro de los Paterios?
-Mi padre no tiene solución…-suspiró por lo bajo Arturo.-
Llegó a las escaleras de caracol que bajaban. Su barandilla, que antes era de madera, había sido sustituida por unas varas de hierro negras como la noche. Los escalones, por el contrario, habían sido cambiados por unos nuevos de madera.
Bajó las escaleras, que crujían ante el peso de su cuerpo. Si en ese momento él hubiera tenido tan solo unos años menos, aquella situación en la que la luz sólo llegaba a dos metros por delante antes de que las sombras se la comieran, él habría pasado miedo, seguramente al borde de las lágrimas por el lugar.
Suspiró profundamente y siguió bajando hasta llegar al final.
Era una sala circular, también con las paredes de madera, medianamente bien iluminada por unas antorchas que se movían ligeramente por las idas y venidas de la suave brisa. En el centro de la habitación, había un hombre bajito, algo ancho de cadera y con el cabello escaso por la parte de arriba y largo fino y escaso, que le llegaba casi a los hombros, por los lados y por detrás.
Aquella persona, que estaba mirando una pared, la cual habían tapiado con ladrillos rojos, se giró y lo miró severamente.
-Señorito Sálazar.-dijo serio, con la voz muy grave y ronca, como si hubiera estado enfermo recientemente. Con un potente acento argentino.- Venga usted, esto está casi listo.
-¿Quién es usted?
-Francisco Hernández.
Se acercó al hombre y vio cómo tenía la mano extendida hacia él, por lo que la aceptó en la suya, estrechándola cordialmente.
-Dígame, señor Hernández. ¿Cómo funciona?
-Verá, señorito Sálazar.-se acercó a la pared de ladrillo, la cual estaba marcada con tiza blanca una enorme estrella de cinco puntas… Un pentagrama.- ¿Ve esto? Muy bien. Sabrá usted que es una simbología muy poderosa. De una forma o de otra, su padre ha conseguido un objeto mágico, por lo que podemos activarlo cuando queramos.-se fijó el la espada que Arturo tenía en el cinto, y un brillo sospechoso pasó por sus ojos.- Siempre que se necesite, sólo hay que dibujar esta estrella en una pared de ladrillo, porque por alguna razón, no funciona con ningún otro material. Y ahora… ¿Cuál es su destino en estos momentos, señorito Sálazar?
-Salamanca. En España. Los Paterios se han reunido allí, buscando al Ignita. ¿Qué he de hacer?
-Dame…-se acercó y trató de sacar la espada de su cinto.- tu espada…
-Esto sólo lo toco yo.-dijo, apartando a mano de Francisco, con la mirada llena de ira.- He preguntado qué he de hacer, no qué quieres robarme.
-Discúlpeme, señorito. Por favor, saque usted el filo y coloque la punta en el centro de la estrella.
Arturo sacó la espada de su padre, que empezó a brillar más intensamente, y cuando la colocó sobre el dibujo, fue tan luminoso, que lo cegó por un segundo. Cuando abrió los ojos de nuevo, el dibujo de tiza se había echado hacia delante, con relieve de casi tres centímetros.
-¿Qué narices…?-Arturo no entendía nada, era extraño y se acercó a ver más de cerca, tocando con el dedo índice la figura que acababa de salir de la pared, siendo antes sólo un dibujo en 2D. Se giró a aquel hombre y lo miró, enarcando una ceja.- ¿Qué ha pasado?
-Se podría decir que acabas de pulsar el interruptor para comenzar a transportarte de un lugar a otro. ¿Empezamos?
El chico de las gafas se mordió el labio inferior. ¿Y si algo salía mal? ¿No sería más fácil y menos peligroso coger un avión e ir a Madrid, y allí coger un tren a Salamanca?
Suspiró. Había que hacerlo, quisiera o no.
-¿Qué más tengo que hacer?
-Nada que sea difícil, a menos que estés ciego. ¡No me mires así! Las gafas no dificultan nada. ¿Puedes dejar de mirarme así? Quiero decir… ¿Puede dejar de mirarme así? Es incómodo… Muchas gracias. Ponga usted de nuevo la punta en el dibujo, pero ahora en uno de los extremos de la estrella. Más preferentemente el de arriba.
-¿Qué pasaría si la poso en el extremo inferior?
-Posiblemente será transportado a una dimensión paralela. Por lo que no es muy recomendable.
El joven resopló suavemente, recordando ese paso crucial.
-¿Y ahora?-dejó rozar levemente la espada sobre el extremo superior.-
-Ahora, baja la espada por la estrella, dibujándola con la punta del arma. ¡Pero por la derecha!
El chico bufó, y lentamente, tratando de no salirse de la marca de la pared. Empezó por arriba, y fue bajando por la derecha, luego la subió y fue a la derecha, la bajó de nuevo y acabó, cerrando la estrella, terminando donde empezó.
-Piensa el lugar donde quieres viajar.-dijo el hombre argentino.-
Cerró los ojos, bajando la espada a su cinto, guardándola en él. El nombre de la ciudad aparecía en su mente, como si estuviera grabado a fuego en las paredes de su cerebro.

***

-Vanessa…-la puerta estaba siendo golpeada suavemente por los nudillos de Mateo.- Oye… ¿Puedes abrirme?
-No… Vete…
El chico rubio se mordió el labio y siguió insistiendo.
-Oye… Por favor, ábreme… No soporto verte así…
-No me estás viendo, idiota.
-Si no me abres tú, derribaré la puerta. ¿Entendido?
Mateo oyó un bufido tras la madera y sonrió, sintiéndose ganador en aquella pequeña pelea.
Cuando ella abrió, se dio cuenta de que su pelo estaba despeinado y sus ojos hinchados en cólera. Pero estaba preciosa. La ira remarcaba ese verde de sus ojos que lo hechizaban. Tenía los labios ligeramente abiertos, por alguna razón, volvió a sentir el deseo de besarlos como hace un rato, en aquella colina.
-¿Qué?-dijo ella, con la voz dura como la piedra.-
-Quería ver si estabas bien… ¿Sabes? Estás horrible.
-¡Imbécil!-lo golpeó en el brazo y él sonrió, sujetándola de los hombros.-¡Suéltame!
-Era broma, Vanessa. Estás muy bien. Pero… ¿Qué tal si yo te…?-dejó la frase en el aire mientras acariciaba su cabello lentamente, poniéndolo en su sitio.- Así mucho mejor.
Sin dejar que contestara nada, besó sus labios, lo que la sorprendió, y esta vez no se dejó, como antes, sino que lo apartó de un empujón.
-Para…
-Pero… Antes le dijiste a tu amigo que estábamos saliendo…-Mateo sonaba dolido, con una nota de amargura en su voz.-
-¿Es lo que quieres tú?-lo miró, cruzando los brazos sobre su pecho.-
-Sí…-él estaba algo lejos por el empujón, pero con dos pasos se puso frente a ella, mirando fijamente a sus ojos.- Sí, es lo que yo quiero. ¿Me harías el honor?-le sonrió amablemente.-
-Esto…-se mordió el labio mientras se sonrojaba violentamente.- No creí que… contestarías eso…
-Pues déjame demostrarte que es lo que quiero.-la tomó de las caderas, acercándola a él, mientras posaba muy despacio sus labios en los de Vanessa.-
Ella aceptó su beso, alzando los brazos, enrollándolos alrededor de su cuello.
-Está bien…-se separó lentamente de él.- Vale, vale. Lo haré…
Él sonrió y dio pequeños besitos, empezando por sus labios, desplazándose por todo su rostro.
-Vale, vale.-rió por lo bajo, tapando sus labios con la mano y luego lo miró a los ojos.- Estás loco…
-Las mejores personas lo están.
-No robes las frases de cine.-sonrió ampliamente.-
-Tan vez eres tú, que me haces ser un poeta.
-No seas tonto…
-Es cierto. Me gustas.
En el umbral de la puerta, se oyó una tos fingida. Y bastante mal. Se giraron para encontrar a Boris, recostado en el marco, mirándolos con el semblante vacío. Tenía los brazos cruzados ante su pecho, pasando los ojos de uno a otro. Primero a Mateo, de abajo hacia arriba, y luego a la chica, de arriba abajo.
-Reunión, chicos. Hay que planear el siguiente paso.
Y, después de decir esto, se fue de allí, dirigiéndose al salón, dejándolos traspuestos y extrañados.
Elevando las cejas, Mateo cogió la mano de la chica, la dirigió con las otras personas.
La puerta de la sala estaba cerrada, lo que extrañó bastante a Vanessa, ya que nunca la había visto así, sus padres nunca la cerraban… El chico rubio abrió la puerta corrediza, descubriendo a la demás prole, sentada en los sillones, excepto Boris, que acababa de llegar de avisarlos de la pequeña asamblea.
-Bien, parece que estamos todos.-dijo Óscar, que estaba medio tumbado en el sillón más grande.- Creo que podemos comenzar…
Se enderezó en el asiento, sentándose muy erguido.
-Nos vamos a Barcelona.
-¿A Barcelona?-preguntó la Ignita.- ¿Para qué?
-Allí está el primer Maestro, y es el más cercano. No sé cuál será el próximo objetivo, supongo que nos aconsejará.
-¿Y cómo se supone que vamos a ir allí? ¿A pie?-Vanessa enarcó la deja.-
-De eso me ocupo yo.-se levantó Carina, que no había hablado mucho desde la primera vez que la había visto.-
-¿Cuándo nos vamos?
-Mañana por el medio día.-señaló el chico de los ojos cambiantes.-
-¿Tan pronto?-medio gritó la chica de los ojos verdes.-
-Cuanto antes partamos, antes llegaremos y antes acabaremos nuestra misión.
-¿Misión?
-Ella estaba inconsciente cuando le hablaste al Estelio de la misión, Óscar.-recordó Boris.-
-Bueno. Pues no me apetece repetirlo. Ya te lo explicará el Maestro.
-Haré las maletas…-dijo Vanessa suspirando.-
-Te ayudo.-se ofreció Mateo.-
-Vale…
Volvieron a salir de la mano, pero ella no se dirigió a su habitación, sino a la de su hermano. Cuando entró, fue directa a su escritorio y abrió el tercer cajón. En él estaba una cajita negra, que la joven sacó con cuidado y la abrió. Cuando Mateo se inclinó a ver su contenido, vio un colgante de plata.
-Era de mi hermano… Lo dejó mi abuelo para él, pero dejó de usarlo unas semanas antes de que muriera…-lo sacó de su sitio, y el chico rubio pudo ver mejor que era una estrella de cinco puntas, que se colocó en el cuello.-

-Espera, te ayudo.-se colocó tras ella y cerró el colgante por detrás de su nuca, dejando que la estrella quedara posando donde se unían sus clavículas, por debajo del cuello. La hizo girar y la miró. Sonrió ante su imagen.- Te queda genial.

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