Virginia era una chica normal, con su cabello rojo
enmarañado y rizado. Nunca había sentido especial atracción hacia el sexo
opuesto. Tenía uno grandes y luminosos ojos verdes. Pero todo cambió el siete
de septiembre de 1995. En la fila para entrar en clase, lo vio. Era un chico
alto y moreno, con los ojos azules, o verdes, o grises
En realidad, sus ojos cambiaban de color en muchas
ocasiones. En clase, al principio de clase, sus ojos eran de un verde mar, en
medio de la explicación del profesor, tenían un tono gris como una nube a punto
de descargar su furia sobre la tierra, dejando un aroma dulzón. Y al final,
cuando el timbre tocaba, sus ojos azules eran como el Mar Pacífico. Oscuros y
enigmáticos.
Sí, se podría decir que ella estaba enamorada de ese
chico, pero no era correspondido. Era algo que podía ver. Se quedaba en el
patio, mirándolo desde lejos. Un día, el último día que se verían, ese curso,
decidió confesarlo todo. A pesar de que era verano, las nubes oscuras auguraban
lo peor, la tormenta física y el dolor que Virginia sentiría.
Se vio rechazada y humillada, pues en los cursos
siguientes, él le pedía hacer cosas que ella, cabizbaja, cumplía. Incluso
cuando él quería salir con una chica, era ella quien debía decirle a la joven
las intenciones de su amado.
Sus compañeros eran crueles, sus comentarios
dolientes, directos para dañar. Hubo un momento en que ya no pudo más. Sus ojos
solo lloraban en as noches, con el corazón roto. No soportaba ya lo que sus
compañeros le hacían, hiriéndola, matándola por dentro. Sin ningún amigo en el
mundo. Estaba cansada, ya apenas podía levantarse de su cama sin que las
piernas les flaquearan. Comenzó a idear un plan para poner fin a su dolor.
Cogió una cuerda y la metió a su mochila, hizo una
pequeña carta a sus padres, y otra para el joven que le había llevado a la
perdición.
Dejó la destinada a su familia sobre la cama de sus
progenitores, y la otra, la introdujo bajo
la puerta del único culpable. Subió a la azotea de su bloque de pisos,
donde ella vivía. Ató la cuerda a una viga saliente y saltó, quedando así, su
cuello roto.
Cuando el muchacho se enteró, supo que había sido su
culpa. Se le encontró en su cuarto, con el corazón perforado con un cuchillo.
Extrañamente, no se pudieron encontrar huellas.
El edificio
donde se suicidó Virginia entró en quiebra, por lo que tuvieron que vender el
terreno. A los diez años, se derruyó el edificio y se comenzó a construir un
colegio. Se dice, que en la nota que Virginia le escribió al chico, ponía que
la historia se volvería a repetir. Las chicas del nuevo colegio, murmuran que
si llamas tres veces el nombre de la fallecida en el baño del vestuario
femenino, podía observarse, de repente, sin previo aviso, en un hueco en el
techo, dos luces rojas, con apariencia de ojos, y el contorno de un cuchillo
ensangrentado. Que se oyen lamentos, el sonido de un corazón al pararse, y, al
final, una cuerda tensarse. La historia volvería a repetirse, había augurado
Virginia. ¿Sería cierto?
Muy buena la historia solo de pensar que yo estudié en aquel colegio y que la leyenda es verdad que se rumoreaba por ahí hace que se me pongan los pelos de punta XD
ResponderEliminarMuy buena la historia solo de pensar que yo estudié en aquel colegio y que la leyenda es verdad que se rumoreaba por ahí hace que se me pongan los pelos de punta XD
ResponderEliminar