Capítulo 5
Eran las siete de la mañana y Fabio salió de su casa al recibir un mensaje de Vanessa, el cual le decía que se iban a ir una hora después a la estación de tren. Le había dicho a su madre que su mejor amiga le había invitado a ir a la costa con sus padres en las vacaciones de verano. Por supuesto, no le había dicho a nadie de su familia que la chica había perdido a toda su familia y que ya no le queda nadie.
Cargaba una maleta de viaje llena de ropa veraniega, el neceser con sus objetos de higiene personal y una cartera con todos sus ahorros. También su DNI, el cual debía llevar a cualquier sitio al que él iba.
El Estelio tardaría un poco más en llegar a la casa donde estaban todos, pues no iba sobre su moto ya que su maleta era demasiado grande para llevarla en ella. Se mantuvo caminando hasta el hogar con el mp3 y los auriculares en los oídos para entretenerse hasta llegar.
La puerta estaba abierta para que el chico entrara directamente. Y así lo hizo, yendo hacia el salón para encontrarlos reunidos allí, hablando de un tema que encontró por la mitad.
-Hay que tener cuidado, no podemos dejar que el mundo caiga con nosotros.-decía Óscar a los demás.-
-A ver que me entere…-todos dirigieron la vista a la Ignita, que parecía bastante preocupada por lo que le habrían contado sus compañeros de raza-, queréis decir que…, si sólo uno de nosotros muere… ¿El mundo también?-en sus ojos la desesperación por una respuesta-
Parecía que nadie se había dado cuenta de la presencia del mejor amigo de Vanessa. Prefirió callarse, pues la curiosidad ganó al orgullo. Pudo notar cómo Mateo tragaba saliva antes de contestar.
-Em… Sí. Por eso los Paterios somos ocultados a los humanos corrientes. Si supieran de nuestra existencia, una gran mayoría trataría de capturarnos para sus propios fines. Y podrían matarnos para conseguir la vida eterna.
-¿La vida eterna?-no pudo contenerse. Él necesitaba hablar, saber qué estaba ocurriendo allí- ¿Quieres decir que vosotros poseéis la forma de llegar a ser inmortal?
Las personas sentadas en los sillones alzaron la mirada al umbral de la puerta para ver quién había hablado. Fabio se sintió hacerse pequeño bajo los ojos que lo observaban. Algunos con cariño, otros con indiferencia y hasta con superioridad.
-Algo así.-le contestó la chica peruana, Leandra- Hay una forma de, consiguiendo cada uno de los elementos y haciendo algo, en realidad no sé el modo, la persona que haya hecho todo eso, recibe la vida eterna. Bueno, sólo hasta que el mundo muere. Porque nadie, ni siquiera un inmortal, es capaz de sobrevivir a lo que vendría si no lo paramos nosotros.
El chico de los ojos verdeceos se quedó mirando a todos, con la boca abierta por la sorpresa.
-Eso significa que no os pueden matar, ni capturar… Por nada del mundo, debéis tener cuidado.
-Oh, ¿en serio?-la voz irónica de Óscar resonó en toda la estancia- Voy a tener que cambiar mis planes de suicidio sólo porque tú nos lo dices. ¿De verdad crees que nosotros deseamos morir, listo?
-Tranquilízate, glaciese.-Mateo alzó una mano en su dirección, con la palma extendida hacia aquel chico-
Vanessa se levantó de su lugar y se acercó a su mejor amigo. Cuando llegó a su lado, una leve sonrisa cariñosa invadía su rostro de rasgos suaves. Tomó su mano y se dispuso a salir del salón. Antes de pasar por las puertas, se giró hacia aquellas personas sentadas que los observaban, creando una onda con su largo cabello castaño.
-Prepararos. Pondré a Fabio al corriente y saldremos hacia la estación.
Tiró de la mano del chico y lo condujo a su cuarto. Al llegar, Fabio se sorprendió al ver dos maletas y una mochila en el suelo, lo que supuso que estaba lleno de ropa. Miró a la hermosa muchacha con una sonrisa y, sin poderlo remediar, se acercó y la envolvió en sus brazos, aspirando el aroma de su pelo. Se dio cuenta de que aquel olor era mucho más fuerte que el día anterior, por lo que adivinó que se había duchado hace poco.
Ella correspondió su abrazo con fuerza, ocultando el rostro en su cuello.
-Tengo miedo…
-Lo sé.-comenzó a acariciarla, tratando de tranquilizarla- Yo no estoy muy seguro de esta gente. ¿Segura de que son lo que dicen?
Alzó la mirada y clavó sus ojos en los del chico.
-Sí. ¿No los has visto hacer todo lo que dicen que son capaces?
-Cuando la chica esa… La que está siempre con Boris…
-Carina.
-Sí. Ella se metió en tu mente. Primero estaba ahí quieta, a tu lado y… Desapareció. Tiempo después apareció de nuevo sentada, envuelta en una neblina oscura…
-¿Hizo eso?-el tono de confusión de Vanessa lo sorprendió. Le sonrió amablemente y acarició su mejilla con el dorso de su mano- Digo… Yo no sabía eso… Lo vi todo borroso y luego me desperté en mi cama.
-Entonces, ¿los creemos?
-Yo voy a hacerlo. Si Mateo dice que me necesitan para salvar el mundo, confío en él.
Él asintió y se quedó mirándola, hasta que reparó en su cuello. Frunció levemente el ceño y acercó su mano. Pasó el dedo índice por encima de la plata y luego lo tomó entre ese y el pulgar. Levantó la vista y fijó sus ojos en los de la joven.
-¿No es…?
-De Derek. Sí.-se dibujó el dolor en su rostro, con una mueca triste y demacrada-
-No ha pasado el tiempo suficiente, ¿verdad?
-No creo que lo haga nunca…
Subió la mano por su cuello hasta ponerla tras su nuca. La acercó con cuidado y apoyó su frente con la de ella. Cerró los ojos y sintió cómo sus alientos se entremezclaban cerca de sus bocas. Humedeció sus labios por aquella cercanía, sintiéndose abrumado por todo lo que ella le hacía sentir en su cuerpo.
Abrió de nuevo los párpados y tomó una bocanada de aire. Se alejó un paso de Vanessa, rozando su mano desde su línea de salida hasta acabar en su cadera desnuda por su camisa a cuadros remangada y hecha un nudo a un lado de la cintura. La miró otra vez, tratando de invocar las palabras que había dicho cuando ella estaba inconsciente, pero cerró la boca, giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
***
La luz entraba a raudales por la ventana del cuarto. La figura tumbada en la cama comenzó a moverse, tapándose con las sábanas. Pero apenas segundos después, el calor lo obligó a salir. De nuevo su esculpido cuerpo delgado se movió por aquella habitabión. Sacó nueva ropa de su mochila, colocándose unos pantalones cortos vaqueros y una camisa azul claro. Entonces pensó en sus armas y enarcó una ceja. Llamó con el móvil hasta que de nuevo el hombre del portal lo cogió.
-¿Sí?
-¿Qué hago con mis armas?
-¿Disculpe? ¿Señor Sálazar?
-Sí.-rodó los ojos. Odiaba que lo trataran así- Mis armas no pueden ser expuestas a las gentes. Las autoridades me detendrían.
-Oh, yo había pensado en eso, señor. Su mochila, señor. La habilité para conservar objetos abultados sin que pese ni se note.
-Muchas gracias. ¿Qué hago?
-Sólo acerque sus armas al saco.
-Muy bien…-colgó el teléfono.
Suspiró suavemente y cerró los ojos, estirándo sus articulaciones. Después de eso, tomó su espada, Sedrinda, y la acercó a la mochila. Su expresión fue mayúscula cuando vio cómo se hacía de un tamaño reducido, del tamaño de su palma. Simplemente, metió la ahora pequeña espada en la mochila y cerró.
-Está bien, Arturo… Es tiempo de caza…-Sonrió para sí mismo. Le habían entrenado para aquello, y no iba a fallar.
Salió de allí, con la llave en la mano y se la dio al recepcionista que atendía ese día. El hombre, de unos ventipocos, con una mirada alegre, le pidió el dinero, y Arturo sólo soltó algunos billetes que le habían proporcionado los secuaces de su padre. El chico le devolvió lo que le sobró y el muchacho salió del hotel, dirigiéndose a aquella casa que le habían dicho estarían todos.
Caminó como si todo fuera normal, como si fuera a la esquina, a un bar, a desayunar. Algunas chicas incluso se lo quedaban mirando. Un grupo de dos rubias y una pelirroja lo observaba mientras reían suavemente. La chica pelirroja, con los ojos azules y unos grandes rizos se acercó a él y le guiñó un ojo. Arturo la rechazó de la manera más cordial, pero ella se fue resentida, por lo que comentó con sus amigas su posible homosexualidad.
***
-¡Vámonos ya, por Sirey!-Mateo se quejaba.-
Boris rodó los ojos y tomó sus pertenencias, mientras que los demás terminaban de vestirse. Poe alguna extraña razón, Fabio llevaba ahora un traje de negocios y Lea le estaba colocando la corbata mientras le sonreía con la dulzura que le cacterizaba. Cuando terminó el nudo, dio un paso atrás y miró crítica lo que había hecho.
-Yo creo que está bien… ¿Qué opinas tú, Carin?
La chica alzó la vista del periódico, elevando una ceja.
-Está igual que siempre.
-No me refiero a eso.-rió con ternura, tapándose la boca con el puño, lo que podría parecer estúpido, pero era algo digno de oír- Lo digo por la corbata, tontita.
-Humm…-puso una mano en su barbilla y contempló el nudo- Está bien, Lea.
-¡Bien!-ella dio un pequeño salto, lo que sorprendió increíblemente a Fabio.
-Tranquila…
-¿Podemos irnos ya?-volvió a decir Mateo.
-Sí, pesado.-le contestó Óscar.
Carina se levantó y se acercó a Fabio. La chica peruana se apartó. La joven arisca puso sus manos sobre los hombros del rubio y lo miró a esos profundos ojos verdes.
-Tienes cuarenta años y llevas a tus hijos de vacaciones a Barcelona, ¿entenido?
-Entendido
Ella cerró los ojos, símbolo de concentración mientras, de nuevo, palabras que no se entendían comenzaban a sonar por toda la estancia. Fue pasando sus manos por el rostro de él, sin tocarlo. Vanessa ahogó un grito, Mateo lo miró todo sorprendido, Lea se abrazó a su amigo y Borir y Óscar lo miraban todo como si nada. Cuando Carina se alejó, Boris le entregó un espejo de mano al joven.
-¿Qué cojones…?
Su rostro se veía más adulto, con entradas en el cabello, y canas. Ojeras y arrugas cubrían su rostro, el cual tenía la apariencia cansada.
-¿Qué… Qué me has hecho?
-Mutatio. El cambio. Por unas horas tendrás ese aspecto. Necesitamos ir a Barcelona, ¿recuerdas?
Asintió y suspiró, cerrando los ojos.
Todos tomaron sus cosas y se pusieron rumbo a la estación de tren.
***
Una flecha se abrió paso por toda la estancia hasta clavarse en una diana, a centímetros del centro. Una nueva saeta voló y perforó un poco más lejos, a lo que su dueño soltó un bufido. En total ya había siete, y ninguna había dado donde debía.
-Estás perdiendo práctica, Hernán.
El hombre bajó el arco y destensó la cuerda.
-No practicaba desde que nació Arturo…
-¿Quién te enseñó?
Hernán dejó el arco de madera sobre la mesa y se acercó a la diana, sacando las flechas una por una mientras suspiraba.
-Fue ella… ¿Verdad?
-Sí… No puedo creer aún que ya no esté…-él se sentó en una silla, con la cabeza gacha mientras que la sombra se movía en la oscuridad-
-¿Necesitas hablar de ello?
El musculoso hombre asintió, aún con la mirada baja.
-Aún veo su mirada en sueños… Sus ojos grises me persiguen todas las noches, Isaac…-suspiró y se enderezó, mirando por la ventana- Era un día hermoso… Pronto sería su cumpleaños. Fuimos a nuestro lago, al que le llevé, donde íbamos siempre. Siempre llevaba ese arco y el carcaj… Comimos y le pedí que me enseñara. Ella era tan dulce… Me enseñó y cada vez que acertaba, me recompensaba con un beso…
La sombra sonreía. Se alimentaba de los momentos de debilidad de las personas. Hernán aún era humano, pero nada de eso quedaba en Isaac. El melancólico Hernán seguía contando cómo ella le había salvado una vez de ahogarse y se habían jurado amor eterno.
-Pero ella ya murió.
El puño de Hernán se cerró con fuerza mientras una única lágrima bajaba por su bronceado rostro.
-No la has olvidado…
-No… Desde ella, no he estado con ninguna otra mujer. Su sonrisa me iluminaba…
Isaac sonrió. Se había alimentado suficiente. Salió de la habitación y Hernán se sorprendió por ese golpe estúpido de nostalgia. Pero él, en el fondo, sabía que todo era real. Que la amaba aún después de dieciséis años.
***
Llegaron a la estación. El DNI de Fabio también había cambiado, e incluso habían hecho parecer a los billetes del monopoli reales. Simplemente, sacó unos billetes, “pagó” a la mujer y esperaron a que el tren pasara. Se pasaron hablando hasta que se levantaron cuando apareció. Embarcaron y tomaron asiento. Se sentaron todos juntos. Vane se durmió en los brazos de su mejor amigo. Él disfrutaba del contacto de su cabello en sus dedos, y la miró durante un buen rato, con expresión tierna, hasta que él también se quedó dormido.
Un bosque se abría paso ante los ojos de Vanessa. Ella estaba corriendo. ¿Por qué corría? No lo sabía, pero sentía que su vida dependía de ello. Se dio cuenta de que de nuevo tenía la túnica roja y las alas, pero estában húmedas, por lo que no podía elevar el vuelo.
Una flecha le pasó rozando por el hombro, haciendo que un brote de sangre saliera de la pequeña herida. Con una mueca, se agarró para que la sangre coagulara, para detener la hemorragia. El corazón le latía muy rápido por la huída, pero sintió cómo algo tomaba su tobillo y la hacía caer al suelo. Soltó un ligero gemido al caer y trató de volver a levantarse, pero lo que sea que la sujetara no la dejaría ir tan rápido. Se dio la vuelta para enfrentarse a su oponente, pero se encontró con un potente haz de luz, cegándola.
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