Capítulo 1
Los golpes en la
puerta la despertaron. Levantó el
rostro, lo tenía rojo y adolorido. Palpó el lado en el que había apoyado la
cabeza sobre el álbum de fotos. Se levantó, dejando el libro sobre la cama, con
la mano en la frente por su dolor de cabeza y fue a abrir la puerta. Miró a los
lados y no vio a nadie en la calle.
Extrañada, entró
en casa, cerrando la puerta tras de sí.
Actuaba de forma
monótona, como un robot para no pensar en el dolor de la pérdida de sus
progenitores.
Fue hacia la
cocina cubierta de azulejos blancos y el suelo enmaderado con parqué. Pero ella
no veía la belleza de la cocina, sus ojos estaban nublados por las lágrimas que
recorrían su rostro de arriba, desde los ojos, hasta abajo, en la comisura de
los labios, las mejillas y el mentón. Si quiera tenía fuerzas para levantar el
brazo y enjugarselas.
Abrió el armario sobre la encimera de granito
y sacó una taza de cerámica pintada de azul oscuro, con su signo del zodíaco en
blanco. Luego se acercó a otro armario, justo al lado de donde estaba aquella
taza y sacó un bote con cacao en polvo. Más abajo, en un cajón, las cucharas,
los tenedores, cuchillos… De entre las diminutas cucharillas sacó una. Abrió el
bote, se acercó a la nevera, sacó un brik de leche, la cerró y volvió donde lo
había dejado todo preparado. Echó la leche en la taza y luego cinco cucharadas
del polvo.
Entonces el
timbre volvió a sonar. Exasperada, dejó la taza en la mesa de caoba barnizado
del salón pintado con tonos beige, grises y marrones pastel y fue, de nuevo, a
abrir la puerta.
Esta vez sí
encontró a alguien en ella. Un chico, alto y rubio, vestido con unos pantalones
vaqueros cortos y una camiseta naranja de tirantes. Unas gafas de sol que le
cubrían los preciosos ojos verdes.
Estaba apoyado
en el marco de la puerta, con una mano y mirando hacia abajo. Cuando ella
abrió, levantó la otra mano, que estaba en el bolsillo, y se quitó las gafas en
un gesto seductor, pasando la patilla por la sien hasta los labios curvados en
una sonrisa.
-Fabio…-lo
reconoció ella.-
Él sonrió, dejó
aquella pose tan sexy y le cogió la mano, luego bajó el rostro y le besó la
mejilla.
-Hola, preciosa.
¿Qué tal?
Vanessa no
quería hablar. De repente, sin previo aviso, se echó en sus brazos y rompió a
llorar en su pecho. Él dio un paso atrás por la fuerza del impacto y la abrazó
con fuerza, poniendo la mejilla sobre su cabeza.
-Hey, preciosa…
¿Qué ocurre, cariño?
La acariciaba la
espalda y al ver que no reaccionaba, entró en la casa, cerró la puerta y la
llevó a su cuarto.
Las paredes
pintadas de azul eléctrico, las ventanas cubiertas por unas cortinas con unos
tonos más suaves. Su mesilla de noche, que era de plástico gris; su mesa de
trabajo que era de madera blanca, llena de papeles, lápices, bolígrafos,
cuadernos, libros de estudio y de aquellos que tanto le gustaba leer. Entre
ellos, estaban el cuarto y el quinto de Harry Potter, un volumen de El
Principito y uno de Canción de Hielo y Fuego. La cama estaba contra la pared
del fondo, bajo una ventana. Y las sábanas eran blancas con puntitos y rallas
rojas y verdes.
Allí, la
depositó en el somier mientras ella seguía llorando a lágrima viva.
-Vane…-así es
como Fabio siempre la llamaba.- Vanessa. Dime qué te ocurre.
-Mis…, mis
padres… Han muerto…
Entonces Fabio
no supo qué hacer. Vane ya había perdido a su hermano mayor, y ahora a sus
padres. No tenía más familia. Su padre era de familia rica, y su madre de una
más humilde. Los padres de Roberto nunca aprobaron la relación con Margaret,
por lo que lo desheredaron y lo exiliaron. Jamás quisieron conocer a su nieta.
Y los abuelos maternos… Habían tenido a su hija a los cuarenta años, y cuando
Vanessa nació, ellos ya tenían setenta y muchos, y murieron en los años
consecutivos al nacimiento de la pequeña.
La abrazó con dulzura
e hizo lo mismo que cuando Derek murió. Acariciarla, besar sus mejillas y
susurrarle que aún le tenía a él.
Después de un
rato, el chico cayó en que, si no tenía a nadie, ella tendría que irse. Fabio
se lo mencionó a su amiga.
-El agente me
dijo que hoy vendrían para llevarme a un orfanato…
El dolor se
fundió en el corazón de Fabio. Vane era su mejor amiga, no quería perderla.
-Fabio… ¿Te
puedes quedar hoy conmigo? Hasta que vengan a buscarme…
Él le apartó un
cabello de la cara y se lo puso tras la oreja mientras se miraban a los ojos.
-Claro, cariño.
Enviaré un mensaje a mis padres para que no se preocupen y… no sé. Hacemos
algo…
La chica asintió
y se refugió de nuevo en los brazos tan reconfortables que eran los de Fabio.
Allí se sentía segura, a salvo de las manos que querían llevarla al infierno.
El muchacho sacó su móvil del bolsillo ancho y les mandó aquel mensaje antes
mencionado.
Entonces recordó
que Vanessa escribía rap. Esa música era su pasión, era una forma de expresarse
en un diario que cualquiera podía leer si escuchaba sus canciones.
Ella era una
chica fuerte, aunque ahora estaba rota por dentro.
-Oye, Vane. ¿Has
escrito algo nuevo?
Levantó la
cabeza y lo miró.
-¿Escrito? Ah…
Rap… Sí, algo…
-¿Puedo leerlo?
Desenlazó los
brazos alrededor de su amigo y fue hasta su escritorio. Allí había un cuaderno
en el que ponía: Keep Calm and Don´t Tell The Clave.
Vanessa era fan
de Cazadores de Sombras.
Abrió y buscó
entre las páginas hasta dar con una. Arriba del todo ponía: Poema a mi corazón.
Le pasó el
cuaderno a Fabio, que comenzó a leerlo, con el ceño fruncido de la
concentración.
Ella se quedó
mirando cómo sus ojos se movían sobre el banco papel de la encuadernación.
Cuando terminó,
él alzó la vista y la descubrió con la mirada clavada en su persona. La sonrió
y dejó ‘Poema a mi corazón’ en la cama.
Pasaron las
horas hablando, en que tratarían de estar en contacto todo lo que pudieran
cuando ella se fuera al orfanato. Que Fabio se colaría en la institución para
verla. Vanessa se rió ante ese comentario y se abrazó todo lo que pudo a él.
El muchacho pudo
notar el olor de su cabello. Un leve matiz de lavanda de su champoo.
Pero Vanessa
también podía olerlo. Su camiseta naranja tenía impregnada el olor del
detergente que usaba Ana, su madre. Aquella mezcla de limón, por la ropa, y
avellana, por la piel, la hizo cerrar los ojos y aspirarlo.
Entonces el
móvil sonó.
A regañadientes,
Fabio se apartó y levantó el auricular.
-¿Diga? Sí, soy
yo…-hubo unos momentos de silencio mientras la persona que había llamado
hablaba.- Ahora no… No, que no puedo…-Fabio resopló.- Está bien… Estoy allí en
veinte minutos… Sí… Hasta ahora.-Colgó y miró a Vane.-Tengo que irme…
-¿A dónde?
-Me ha llamado
un policía.-vio que la chica se estremecía involuntariamente.-No te preocupes.
Es Ale. Ha vuelto ha hacer de las suyas y está detenida otra vez. Volveré lo
antes que pueda, ¿vale?
-Está bien…
Vuelve pronto, por favor.
Se levantaron de
la cama, donde habían dejado arrugas y la marca de sus cuerpos por el tiempo en
el que habían estado ahí. Vanessa acompañó a su amigo hasta la puerta, y lo vio
alejarse en su moto aprilia rojo intenso.
Entró de nuevo
en la casa, cerrando tras ella.
***
-¿Cómo podemos
encontrarlo, Boris?-preguntó el chico rubio a otro con el pelo castaño.
-Mateo, lo has
preguntado quinientas veces desde que encontramos al Hielo.-le contestó
bruscamente el chico, que estaba ya harto de que dijera siempre lo mismo.-
Eran cinco
personas, de unos dieciséis años todos. Dos chicas, con el cabello oscuro y la
piel morena. Una de ellas, la más bajita, tenía el rostro más agradable que la
otra, quien parecía que estaba siempre de mal humor. Y los otros eran tres
chicos. Aquel al que habían llamado Mateo, era rubio, con los ojos pardos y
unas piernas un tanto más largas que al otro chico al que había hablado. El
rostro era amable, con la nariz un poco respingona, pero complementaba
perfectamente con los pómulos bien definidos y los labios curvados siempre en
una sonrisa.
Boris, tenía el
pelo castaño y los ojos de un gris profundo. Era el más bajo de los tres, pero
más alto que ellas. Al igual que la muchacha más alta, parecía enfadado, pero
era algo más agradable, menos arisco. Su cara se diferenciaba con bastante
facilidad entre otros chicos por aquellos ojos tan característicos y poco
comunes entre las personas. Tenía casi siempre las cejas fruncidas, aunque de
vez en cuando, su sonrisa lo cambiaba por completo y era el típico tío, que las
adolescentes desean conocer.
Y el último…
Tenía los rasgos de un ángel caído. El pelo entre castaño y rubio, los ojos que
le cambiaban de color con el humor, siendo así azules como el cielo, grises
como la ceniza, o verdes como una oliva.
-Oye, oye.
Tranquilos chicos.-trató de bajar los humos aquella chica de aspecto tan
dulce.- Boris, no es necesario comportarte así. Y tú.-señaló a Mateo.- Deja de
preguntar que cómo vamos a encontrar al Fuego. Lo haremos al igual que lo
hicimos con Óscar. ¿Verdad, Carina?
Carina solo bufó
como respuesta, y Óscar se encogió de hombros, como si nada le importara,
excepto cuando habló:
-Aquí nos hemos
encontrado, porque nuestros abuelos sabían dónde estaba cada uno, ya lo sabes,
Lea-dijo refiriéndose a aquella chica menuda-. Pero ninguno sabe dónde está el
Ignita. Así que como es el Fuego y yo soy lo contrario, tal vez, solo tal vez,
pueda sentirlo entre los demás humanos.
Todos asintieron
y se pusieron a caminar mientras Óscar tenía un dedo sobre la sien para
aumentar la concentración de descubrir la presencia de el Ignita, como él le
había llamado.
Era extraño
caminar todos juntos, bajo la mirada de las personas que andaban por aquel
parque, sobre el manto de hierba verde del verano. Y aquel olor a cuando la
cortaban invadía todo el entorno. También el suave olor de los alcornoques de
por allí los impregnaban.
Entonces Óscar
se paró en seco, por lo que Mateo tropezó con él. Si aquel chico de ojos
cambiantes no lo hubiera mirado como con ganas de matarlo, la escena bien
podría haber entrado en una de esas películas cómicas.
Era como si el
rubio le tuviera miedo, por eso se le veía tartamudear cuando habló:
-Per… perdona.
-He captado su
presencia. Es… Ardiente… Jamás había sentido algo que me quemara tanto. Ni si
quiera cuando encendían la chimenea en navidad…
-¿A qué te
refieres?-le preguntó Carina.- ¿Puede ser el Ignita?
-No digo que
pueda ser. Digo que es el Ignita. Y
no puede estar muy lejos… Tal vez en-calló por un momento mientras volvía a
concentrarse en ubicar a aquella persona que buscaba.-No muy lejos creo
recordar que había unas residencias de fincas o chalets… Debe de estar por
allí.
-Entonces tiene
bastante dinero. ¿Y cómo es que no ha venido a buscarnos? Vamos, es lo que
hemos hecho los demás.-expresó algo enfurecida Carina.-
-Tranquílizate,
Carin. Ya le pediremos explicaciones cuando lo veamos.-dijo Boris, mirándola
con preocupación.- Por el momento, vamos a buscar al Ignita y ya está.
Volvieron a
emprender la caminata hacia aquellas fincas, siempre guiados por Óscar, quien
cambiaba de vez en cuando el sentido e iban campo a través.
***
Cuando Fabio se
fue, Vanessa había salido al jardín y se había tumbado en un balancín bajo la
sombra de las enredaderas de la flor de la pasión.
Había cogido su
reproductor de música y observaba las nubes moverse en el cielo, corriendo por
el viento que soplaba cálido en verano.
El puro rock la
invadía por dentro, entrando por los oídos y recorriéndola por las venas.
A penas se daba
cuenta de que cantaba, elevando la voz aterciopelada hasta que la garganta le
dolía.
Sin haberlo
notado, había cerrado los ojos y tampoco era consciente de la presencia de
otras personas cerca suyo, tras el balancín donde estaba tumbada. Observándola
con atención.
Y cuando Kurt
Cobain se esfumó de sus oídos y volvió a abrir los ojos para cambiar de
canción, vio frente suya a un chico y una chica con aspecto amable. Y a dos
chicos y otra chica un poco más atrás con la mirada fruncida.
Entonces gritó.
De nada conocía
a aquellas cinco personas.
El chico rubio
que estaba más cerca, la cogió de un brazo con delicadeza y expresión
preocupada.
-Perdona, no
queríamos asustarte. Por favor, no grites.
-¿Quién eres?
Aquella pregunta
le había parecido estúpida cuando leía algunos clásicos, pero era lo primero
que le vino a la mente. El chico sonrió y Vanessa se tranquilizó un poco.
-Yo me llamo
Mateo.-dijo el joven.- Esta chica que tengo al lado,-puso la mano sobre el
hombro de la muchacha que sonreía, la más pequeña del grupo.-es Leandra, pero
la llamamos Lea. Y aquella,-dijo refiriéndose a esa que tenía la mirada un poco
más agria-es Carina. Ése, se llama Boris.-señaló al chico más bajo y luego le
señaló al otro, considerablemente más alto.-Y ése, es Óscar.
-¿Y…, qué hacéis
en mi casa?
La chica a la
que había nombrado Carina, se adelantó varios pasos hacia ella, con expresión
colérica, pero el de los ojos de un verde grisáceo, Óscar, la cogió del brazo
para sujetarla.
-¿Que qué
hacemos en tu casa? ¡Tú debías de habernos venido a buscar, Ignita!
Vanessa parpadeó
sorprendida por la elevación de voz de ella. ¿Ignita? ¿Eso qué era?
-¿Disculpa? No
os conozco de nada. ¿Cómo que debía ir a buscaros?
-Emm.
Chicos…-interrumpió Lea.- Tengo la impresión de que no sabe nada. Óscar. ¿Estás
seguro de que es una Ignita?
-Completamente.
-Oye.-empezó
Mateo.- ¿Y tú cómo te llamas?
-¿Yo? Soy
Vanessa Amiriota. ¿Qué es una Ignita?
-Proviene de
Ignis.-comenzó a explicar Mateo, que parecía que había simpatizado con
Vanessa.- E Ignis es latín, que significa fuego. Óscar es un glaciese, hielo.
Yo, soy un aquames, agua. Lea, es una a'risen, aire. Boris, arénam, arena. Y, Carina, es una atrames. O sea, oscuro.
-¿Elementos?-Vanessa
enarcó una ceja, extrañada- ¿Y eso qué tiene que ver?
-Humm… ¿Puedes
darme un vaso de agua?
La ‘Ignita’ entró en casa y fue por un vaso
de agua, como Mateo le había pedido. Cuando volvió, Carina estaba más tranquila
y Óscar, a su lado, le susurraba al oído. <<¿Qué se sentirá al notar su
aliento?>> se preguntó. Entonces se regañó a si misma por pensar así.
Le dio el vaso
al chico rubio y se sentó en el balancín nuevamente.
-Mira.-le pidió
él.-
Entonces, el
agua se elevó del recipiente sin moverlo, flotando sobre el aire, como si no
hubiera gravedad, sin nada que la soportara.
Vanessa abrió
mucho los ojos y emitió un débil gemido de la sorpresa. Mateo sonrió y el agua
volvió a su estado original.
-¿Cómo has hecho
eso?-preguntó sorprendida-
-Ya te lo he
dicho. Soy un aquames. Una persona que controla el elemento del agua.
-¿Y ellos?
¿También controlan sus elementos?
-Ellos, y tú
también.
-No.-negó ella
con la cabeza.- Yo jamás he hecho nada como controlar el fuego. Me quemo. Es
cosa de sentido común, ¿no?
-El hielo
también quema si lo tienes demasiado tiempo en tus manos.-interrumpió Óscar.-
Yo puedo estar un día entero en una cámara frigorífica sin congelarme.
-Tenéis que
estar locos…
<< ¿Entonces
cómo explicas que Mateo elevara el agua por los aires?>> susurró una
vocecilla en su mente. Y ella no pudo responderla.
-¿Vanessa?
Ella giró la
cabeza, sobre su asiento que se balanceaba y vio a Fabio, con los ojos echando
chispas.
-Ah, Fabio. ¿Qué
ocurre?
-¿Quiénes son
estos?-los miró furioso, algo que Vanessa no comprendía.- ¿Y qué hacen aquí? En
especial ese rubio.
Mateo elevó las
cejas por la sorpresa y aquel ataque.
Vanessa se
levantó y lo sujetó del brazo.
-¿Qué crees que
estás haciendo, imbécil?-le susurró al oído mientras lo alejaba del centro de
actividad-¿Se puede saber en qué piensas?
-¿Quiénes
son?-volvió a repetir-
Vanessa suspiró,
y vio por el rabillo del ojo a Óscar acercarse hasta estar tras Fabio.
-No te
preocupes, Vanessa. Solo es un Estelio. Un humano común y corriente.
Los ojos de
Fabio se agrandaron ante aquel ataque, que, raro en él, no había previsto.
-¿Quién cojones
te ha dado velas en este entierro, idiota?
-¡Fabio! ¡Cierra
la maldita boca!
Parecía que
Óscar era inmune a cualquier cosa que un “Estelio” le dijera, como si nada le importara a parte de su propia persona.
-Chicos, creo
que es suficiente.-comenzó a calmar Lea.-No veo conveniente que nos
enfrentemos.-Se giró a Vanessa.-Ignita. ¿Dónde están tus padres?
No hay comentarios:
Publicar un comentario