lunes, 12 de agosto de 2013

El Beso de lo Oscuro: Capítulo 1

Capítulo 1

Los golpes en la puerta la despertaron.  Levantó el rostro, lo tenía rojo y adolorido. Palpó el lado en el que había apoyado la cabeza sobre el álbum de fotos. Se levantó, dejando el libro sobre la cama, con la mano en la frente por su dolor de cabeza y fue a abrir la puerta. Miró a los lados y no vio a nadie en la calle.
Extrañada, entró en casa, cerrando la puerta tras de sí.
Actuaba de forma monótona, como un robot para no pensar en el dolor de la pérdida de sus progenitores.
Fue hacia la cocina cubierta de azulejos blancos y el suelo enmaderado con parqué. Pero ella no veía la belleza de la cocina, sus ojos estaban nublados por las lágrimas que recorrían su rostro de arriba, desde los ojos, hasta abajo, en la comisura de los labios, las mejillas y el mentón. Si quiera tenía fuerzas para levantar el brazo y enjugarselas.
 Abrió el armario sobre la encimera de granito y sacó una taza de cerámica pintada de azul oscuro, con su signo del zodíaco en blanco. Luego se acercó a otro armario, justo al lado de donde estaba aquella taza y sacó un bote con cacao en polvo. Más abajo, en un cajón, las cucharas, los tenedores, cuchillos… De entre las diminutas cucharillas sacó una. Abrió el bote, se acercó a la nevera, sacó un brik de leche, la cerró y volvió donde lo había dejado todo preparado. Echó la leche en la taza y luego cinco cucharadas del polvo.
Entonces el timbre volvió a sonar. Exasperada, dejó la taza en la mesa de caoba barnizado del salón pintado con tonos beige, grises y marrones pastel y fue, de nuevo, a abrir la puerta.
Esta vez sí encontró a alguien en ella. Un chico, alto y rubio, vestido con unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta naranja de tirantes. Unas gafas de sol que le cubrían los preciosos ojos verdes.
Estaba apoyado en el marco de la puerta, con una mano y mirando hacia abajo. Cuando ella abrió, levantó la otra mano, que estaba en el bolsillo, y se quitó las gafas en un gesto seductor, pasando la patilla por la sien hasta los labios curvados en una sonrisa.
-Fabio…-lo reconoció ella.-
Él sonrió, dejó aquella pose tan sexy y le cogió la mano, luego bajó el rostro y le besó la mejilla.
-Hola, preciosa. ¿Qué tal?
Vanessa no quería hablar. De repente, sin previo aviso, se echó en sus brazos y rompió a llorar en su pecho. Él dio un paso atrás por la fuerza del impacto y la abrazó con fuerza, poniendo la mejilla sobre su cabeza.
-Hey, preciosa… ¿Qué ocurre, cariño?
La acariciaba la espalda y al ver que no reaccionaba, entró en la casa, cerró la puerta y la llevó a su cuarto.
Las paredes pintadas de azul eléctrico, las ventanas cubiertas por unas cortinas con unos tonos más suaves. Su mesilla de noche, que era de plástico gris; su mesa de trabajo que era de madera blanca, llena de papeles, lápices, bolígrafos, cuadernos, libros de estudio y de aquellos que tanto le gustaba leer. Entre ellos, estaban el cuarto y el quinto de Harry Potter, un volumen de El Principito y uno de Canción de Hielo y Fuego. La cama estaba contra la pared del fondo, bajo una ventana. Y las sábanas eran blancas con puntitos y rallas rojas y verdes.
Allí, la depositó en el somier mientras ella seguía llorando a lágrima viva.
-Vane…-así es como Fabio siempre la llamaba.- Vanessa. Dime qué te ocurre.
-Mis…, mis padres… Han muerto…
Entonces Fabio no supo qué hacer. Vane ya había perdido a su hermano mayor, y ahora a sus padres. No tenía más familia. Su padre era de familia rica, y su madre de una más humilde. Los padres de Roberto nunca aprobaron la relación con Margaret, por lo que lo desheredaron y lo exiliaron. Jamás quisieron conocer a su nieta. Y los abuelos maternos… Habían tenido a su hija a los cuarenta años, y cuando Vanessa nació, ellos ya tenían setenta y muchos, y murieron en los años consecutivos al nacimiento de la pequeña.
La abrazó con dulzura e hizo lo mismo que cuando Derek murió. Acariciarla, besar sus mejillas y susurrarle que aún le tenía a él.

Después de un rato, el chico cayó en que, si no tenía a nadie, ella tendría que irse. Fabio se lo mencionó a su amiga.
-El agente me dijo que hoy vendrían para llevarme a un orfanato…
El dolor se fundió en el corazón de Fabio. Vane era su mejor amiga, no quería perderla.
-Fabio… ¿Te puedes quedar hoy conmigo? Hasta que vengan a buscarme…
Él le apartó un cabello de la cara y se lo puso tras la oreja mientras se miraban a los ojos.
-Claro, cariño. Enviaré un mensaje a mis padres para que no se preocupen y… no sé. Hacemos algo…
La chica asintió y se refugió de nuevo en los brazos tan reconfortables que eran los de Fabio. Allí se sentía segura, a salvo de las manos que querían llevarla al infierno. El muchacho sacó su móvil del bolsillo ancho y les mandó aquel mensaje antes mencionado.
Entonces recordó que Vanessa escribía rap. Esa música era su pasión, era una forma de expresarse en un diario que cualquiera podía leer si escuchaba sus canciones.
Ella era una chica fuerte, aunque ahora estaba rota por dentro.
-Oye, Vane. ¿Has escrito algo nuevo?
Levantó la cabeza y lo miró.
-¿Escrito? Ah… Rap… Sí, algo…
-¿Puedo leerlo?
Desenlazó los brazos alrededor de su amigo y fue hasta su escritorio. Allí había un cuaderno en el que ponía: Keep Calm and Don´t Tell The Clave.
Vanessa era fan de Cazadores de Sombras.
Abrió y buscó entre las páginas hasta dar con una. Arriba del todo ponía: Poema a mi corazón.
Le pasó el cuaderno a Fabio, que comenzó a leerlo, con el ceño fruncido de la concentración.
Ella se quedó mirando cómo sus ojos se movían sobre el banco papel de la encuadernación.
Cuando terminó, él alzó la vista y la descubrió con la mirada clavada en su persona. La sonrió y dejó ‘Poema a mi corazón’ en la cama.

Pasaron las horas hablando, en que tratarían de estar en contacto todo lo que pudieran cuando ella se fuera al orfanato. Que Fabio se colaría en la institución para verla. Vanessa se rió ante ese comentario y se abrazó todo lo que pudo a él.
El muchacho pudo notar el olor de su cabello. Un leve matiz de lavanda de su champoo.
Pero Vanessa también podía olerlo. Su camiseta naranja tenía impregnada el olor del detergente que usaba Ana, su madre. Aquella mezcla de limón, por la ropa, y avellana, por la piel, la hizo cerrar los ojos y aspirarlo.
Entonces el móvil sonó.
A regañadientes, Fabio se apartó y levantó el auricular.
-¿Diga? Sí, soy yo…-hubo unos momentos de silencio mientras la persona que había llamado hablaba.- Ahora no… No, que no puedo…-Fabio resopló.- Está bien… Estoy allí en veinte minutos… Sí… Hasta ahora.-Colgó y miró a Vane.-Tengo que irme…
-¿A dónde?
-Me ha llamado un policía.-vio que la chica se estremecía involuntariamente.-No te preocupes. Es Ale. Ha vuelto ha hacer de las suyas y está detenida otra vez. Volveré lo antes que pueda, ¿vale?
-Está bien… Vuelve pronto, por favor.
Se levantaron de la cama, donde habían dejado arrugas y la marca de sus cuerpos por el tiempo en el que habían estado ahí. Vanessa acompañó a su amigo hasta la puerta, y lo vio alejarse en su moto aprilia rojo intenso.
Entró de nuevo en la casa, cerrando tras ella.

***

-¿Cómo podemos encontrarlo, Boris?-preguntó el chico rubio a otro con el pelo castaño.
-Mateo, lo has preguntado quinientas veces desde que encontramos al Hielo.-le contestó bruscamente el chico, que estaba ya harto de que dijera siempre lo mismo.-
Eran cinco personas, de unos dieciséis años todos. Dos chicas, con el cabello oscuro y la piel morena. Una de ellas, la más bajita, tenía el rostro más agradable que la otra, quien parecía que estaba siempre de mal humor. Y los otros eran tres chicos. Aquel al que habían llamado Mateo, era rubio, con los ojos pardos y unas piernas un tanto más largas que al otro chico al que había hablado. El rostro era amable, con la nariz un poco respingona, pero complementaba perfectamente con los pómulos bien definidos y los labios curvados siempre en una sonrisa.
Boris, tenía el pelo castaño y los ojos de un gris profundo. Era el más bajo de los tres, pero más alto que ellas. Al igual que la muchacha más alta, parecía enfadado, pero era algo más agradable, menos arisco. Su cara se diferenciaba con bastante facilidad entre otros chicos por aquellos ojos tan característicos y poco comunes entre las personas. Tenía casi siempre las cejas fruncidas, aunque de vez en cuando, su sonrisa lo cambiaba por completo y era el típico tío, que las adolescentes desean conocer.
Y el último… Tenía los rasgos de un ángel caído. El pelo entre castaño y rubio, los ojos que le cambiaban de color con el humor, siendo así azules como el cielo, grises como la ceniza, o verdes como una oliva.
-Oye, oye. Tranquilos chicos.-trató de bajar los humos aquella chica de aspecto tan dulce.- Boris, no es necesario comportarte así. Y tú.-señaló a Mateo.- Deja de preguntar que cómo vamos a encontrar al Fuego. Lo haremos al igual que lo hicimos con Óscar. ¿Verdad, Carina?
Carina solo bufó como respuesta, y Óscar se encogió de hombros, como si nada le importara, excepto cuando habló:
-Aquí nos hemos encontrado, porque nuestros abuelos sabían dónde estaba cada uno, ya lo sabes, Lea-dijo refiriéndose a aquella chica menuda-. Pero ninguno sabe dónde está el Ignita. Así que como es el Fuego y yo soy lo contrario, tal vez, solo tal vez, pueda sentirlo entre los demás humanos.
Todos asintieron y se pusieron a caminar mientras Óscar tenía un dedo sobre la sien para aumentar la concentración de descubrir la presencia de el Ignita, como él le había llamado.
Era extraño caminar todos juntos, bajo la mirada de las personas que andaban por aquel parque, sobre el manto de hierba verde del verano. Y aquel olor a cuando la cortaban invadía todo el entorno. También el suave olor de los alcornoques de por allí los impregnaban.
Entonces Óscar se paró en seco, por lo que Mateo tropezó con él. Si aquel chico de ojos cambiantes no lo hubiera mirado como con ganas de matarlo, la escena bien podría haber entrado en una de esas películas cómicas.
Era como si el rubio le tuviera miedo, por eso se le veía tartamudear cuando habló:
-Per… perdona.
-He captado su presencia. Es… Ardiente… Jamás había sentido algo que me quemara tanto. Ni si quiera cuando encendían la chimenea en navidad…
-¿A qué te refieres?-le preguntó Carina.- ¿Puede ser el Ignita?
-No digo que pueda ser. Digo que es el Ignita. Y no puede estar muy lejos… Tal vez en-calló por un momento mientras volvía a concentrarse en ubicar a aquella persona que buscaba.-No muy lejos creo recordar que había unas residencias de fincas o chalets… Debe de estar por allí.
-Entonces tiene bastante dinero. ¿Y cómo es que no ha venido a buscarnos? Vamos, es lo que hemos hecho los demás.-expresó algo enfurecida Carina.-
-Tranquílizate, Carin. Ya le pediremos explicaciones cuando lo veamos.-dijo Boris, mirándola con preocupación.- Por el momento, vamos a buscar al Ignita y ya está.
Volvieron a emprender la caminata hacia aquellas fincas, siempre guiados por Óscar, quien cambiaba de vez en cuando el sentido e iban campo a través.

***


Cuando Fabio se fue, Vanessa había salido al jardín y se había tumbado en un balancín bajo la sombra de las enredaderas de la flor de la pasión.
Había cogido su reproductor de música y observaba las nubes moverse en el cielo, corriendo por el viento que soplaba cálido en verano.
El puro rock la invadía por dentro, entrando por los oídos y recorriéndola por las venas.
A penas se daba cuenta de que cantaba, elevando la voz aterciopelada hasta que la garganta le dolía.
Sin haberlo notado, había cerrado los ojos y tampoco era consciente de la presencia de otras personas cerca suyo, tras el balancín donde estaba tumbada. Observándola con atención.
Y cuando Kurt Cobain se esfumó de sus oídos y volvió a abrir los ojos para cambiar de canción, vio frente suya a un chico y una chica con aspecto amable. Y a dos chicos y otra chica un poco más atrás con la mirada fruncida.
Entonces gritó.
De nada conocía a aquellas cinco personas.
El chico rubio que estaba más cerca, la cogió de un brazo con delicadeza y expresión preocupada.
-Perdona, no queríamos asustarte. Por favor, no grites.
-¿Quién eres?
Aquella pregunta le había parecido estúpida cuando leía algunos clásicos, pero era lo primero que le vino a la mente. El chico sonrió y Vanessa se tranquilizó un poco.
-Yo me llamo Mateo.-dijo el joven.- Esta chica que tengo al lado,-puso la mano sobre el hombro de la muchacha que sonreía, la más pequeña del grupo.-es Leandra, pero la llamamos Lea. Y aquella,-dijo refiriéndose a esa que tenía la mirada un poco más agria-es Carina. Ése, se llama Boris.-señaló al chico más bajo y luego le señaló al otro, considerablemente más alto.-Y ése, es Óscar.
-¿Y…, qué hacéis en mi casa?
La chica a la que había nombrado Carina, se adelantó varios pasos hacia ella, con expresión colérica, pero el de los ojos de un verde grisáceo, Óscar, la cogió del brazo para sujetarla.
-¿Que qué hacemos en tu casa? ¡Tú debías de habernos venido a buscar, Ignita!
Vanessa parpadeó sorprendida por la elevación de voz de ella. ¿Ignita? ¿Eso qué era?
-¿Disculpa? No os conozco de nada. ¿Cómo que debía ir a buscaros?
-Emm. Chicos…-interrumpió Lea.- Tengo la impresión de que no sabe nada. Óscar. ¿Estás seguro de que es una Ignita?
-Completamente.
-Oye.-empezó Mateo.- ¿Y tú cómo te llamas?
-¿Yo? Soy Vanessa Amiriota. ¿Qué es una Ignita?
-Proviene de Ignis.-comenzó a explicar Mateo, que parecía que había simpatizado con Vanessa.- E Ignis es latín, que significa fuego. Óscar es un glaciese, hielo. Yo, soy un aquames, agua. Lea, es una a'risen, aire. Boris, arénam, arena.  Y, Carina, es una atrames. O sea, oscuro.
-¿Elementos?-Vanessa enarcó una ceja, extrañada- ¿Y eso qué tiene que ver?
-Humm… ¿Puedes darme un vaso de agua?
La ‘Ignita’ entró en casa y fue por un vaso de agua, como Mateo le había pedido. Cuando volvió, Carina estaba más tranquila y Óscar, a su lado, le susurraba al oído. <<¿Qué se sentirá al notar su aliento?>> se preguntó. Entonces se regañó a si misma por pensar así.
Le dio el vaso al chico rubio y se sentó en el balancín nuevamente.
-Mira.-le pidió él.-
Entonces, el agua se elevó del recipiente sin moverlo, flotando sobre el aire, como si no hubiera gravedad, sin nada que la soportara.
Vanessa abrió mucho los ojos y emitió un débil gemido de la sorpresa. Mateo sonrió y el agua volvió a su estado original.
-¿Cómo has hecho eso?-preguntó sorprendida-
-Ya te lo he dicho. Soy un aquames. Una persona que controla el elemento del agua.
-¿Y ellos? ¿También controlan sus elementos?
-Ellos, y tú también.
-No.-negó ella con la cabeza.- Yo jamás he hecho nada como controlar el fuego. Me quemo. Es cosa de sentido común, ¿no?
-El hielo también quema si lo tienes demasiado tiempo en tus manos.-interrumpió Óscar.- Yo puedo estar un día entero en una cámara frigorífica sin congelarme.
-Tenéis que estar locos…
<< ¿Entonces cómo explicas que Mateo elevara el agua por los aires?>> susurró una vocecilla en su mente. Y ella no pudo responderla.
-¿Vanessa?
Ella giró la cabeza, sobre su asiento que se balanceaba y vio a Fabio, con los ojos echando chispas.
-Ah, Fabio. ¿Qué ocurre?
-¿Quiénes son estos?-los miró furioso, algo que Vanessa no comprendía.- ¿Y qué hacen aquí? En especial ese rubio.
Mateo elevó las cejas por la sorpresa y aquel ataque.
Vanessa se levantó y lo sujetó del brazo.
-¿Qué crees que estás haciendo, imbécil?-le susurró al oído mientras lo alejaba del centro de actividad-¿Se puede saber en qué piensas?
-¿Quiénes son?-volvió a repetir-
Vanessa suspiró, y vio por el rabillo del ojo a Óscar acercarse hasta estar tras Fabio.
-No te preocupes, Vanessa. Solo es un Estelio. Un humano común y corriente.
Los ojos de Fabio se agrandaron ante aquel ataque, que, raro en él, no había previsto.
-¿Quién cojones te ha dado velas en este entierro, idiota?
-¡Fabio! ¡Cierra la maldita boca!
Parecía que Óscar era inmune a cualquier cosa que un “Estelio” le dijera, como si nada le importara a parte de su propia persona.

-Chicos, creo que es suficiente.-comenzó a calmar Lea.-No veo conveniente que nos enfrentemos.-Se giró a Vanessa.-Ignita. ¿Dónde están tus padres?

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